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Comisión para el Nunca más

Reinaldo Spitaletta

08 de junio de 2015 - 10:00 p. m.

¿Por qué hay un conflicto armado en Colombia? Las respuestas pueden producir varios libros, muchos de estos ya existentes en un panorama de contradicciones sociales en el que la guerra, además de muertos, atrocidades y otras desgracias, ha dado para investigaciones y diversas literaturas.

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¿Quiénes han sido los culpables de este conflicto?

Y en este punto, las denominadas comisiones de la verdad deben servir para ofrecer luces y determinar causas y también analizar los protervos efectos de una confrontación armada, como la que sucede en Colombia. Este tipo de formaciones han posibilitado esclarecimientos y colaborado con procesos de convivencia y reinserción. No son punitivas. Y deben contar con la voluntad política de las partes.

De estas experiencias, cuyo origen puede remontarse al gueto de Varsovia y su Nunca más, que se replicará con el mismo nombre en Brasil y la Argentina de la postdictadura, hay muestras interesantes en El Salvador y Sudáfrica. En la erigida por los argentinos, encabezada por el escritor Ernesto Sábato (que al principio de la dictadura expresó simpatías por Videla y su banda de golpistas), el Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas declaró que lo allí expuesto podría ser casi inverosímil, por las oprobiosas situaciones descritas, que trasgredían “los fundamentos mismos de la especie”. Lo que la comisión narró dio para que muchos se preguntarán: “¿Será cierta tanta infamia?”.

La comisión argentina escuchó durante meses confesiones, testimonios, denuncias; examinó documentos; inspeccionó centros de tortura y confeccionó un informe que parece una imposible película de horrores a granel. En la Argentina se había dado que al terrorismo de extrema izquierda, la extrema derecha (que además se inventó una organización criminal como la Triple A), respondió con un terrorismo peor, amparado por el Estado, que secuestró, desapareció y asesinó a millares de seres humanos.

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La comisión de verdad de los sureños logró recomponer un “tenebroso rompecabezas” y de aquella gran calamidad histórica logró que la sociedad se enterara de quiénes fueron los autores de crímenes de lesa humanidad y que hubiera después juicios contra algunos de ellos. Además, concluyó que “únicamente la democracia es capaz de preservar a un pueblo de semejante horror”.

Para el complejísimo caso colombiano, con un conflicto de más de cinco décadas, y eso sin contar los tiempos del desmadre de ignominia de la Violencia liberal-conservadora, la comisión deberá encarar aspectos que tienen que ver con la culpa: ¿Quiénes han sido los causantes de estas desventuras que han tenido al pueblo no solo como carne de cañón sino como el principal objetivo de la guerra? ¿Qué papel jugó el Frente Nacional en la exclusión? ¿Por qué la única salida del Estado colombiano fue bombardear con ayuda de los norteamericanos las denominadas ‘repúblicas independientes’, donde las autodefensas campesinas derivaron en las Farc?

Las comisiones de verdad y reparación son una posibilidad real no solo para la memoria histórica, sino para que los hechos y hasta las “teorías” que han desencadenado el conflicto se vuelvan de dominio público: la verdad como recurso clave, como patrimonio colectivo para la comprensión de los fenómenos y para la transformación de un país, como este, en una democracia, que hoy es de papel.

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Y si bien sobre las comisiones hay dudas y prevenciones, porque hay experiencias aquí que se quedaron truncas (no se sabe todavía cuál era el grupo de “Los Seis” de la “crema y nata” del país, que, según Carlos Castaño, patrocinó el paramilitarismo en Colombia; H.H. estuvo a punto de denunciarlo, pero entonces lo extraditaron), estos organismos, digo, son esenciales para la reconstrucción de las causas del conflicto. En ese sentido, el “nunca más” contribuye a que tantas miserias juntas no se repitan.

En las comisiones de verdad y reparación a las víctimas se les da la palabra, la misma que los victimarios habían secuestrado, mutilado, asesinado. La palabra documentada como parte de un espinoso camino hacia la reconciliación. Desmond Tutu y Mandela comprobaron en Sudáfrica que la justicia de restitución y el perdón eran posibles.

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Como es obvio, el conflicto colombiano tiene sus especificidades. El acuerdo entre el gobierno y las Farc para la creación de una comisión de la verdad parece esperanzador, aunque empiezan a escucharse voces en contravía. Es la posibilidad para que la memoria de las atrocidades, aparte de no borrarse, sea un mecanismo para el ejercicio de la justicia y la reparación de las víctimas.

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