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Lo dijo el desobediente Thoreau, que estuvo en la cárcel por no pagar ciertos impuestos, que cuando el gobierno “me dice la bolsa o la vida ¿por qué tengo yo que correr a darle mi dinero?”.
Y en el caso de nosotros, los que compramos en tiendas de barrio o en supermercados, nosotros, los de la clase media, los que cada vez nos acercamos más a la extinción, en un país en el que cada día hay más pobres, sin ninguna vergüenza para los gobernantes, por qué (me uno a la voz del escritor estadounidense) nos tienen que desplumar, sobre todo porque lo manda el Fondo Monetario Internacional.
Por qué razón, cuando el gobierno presenta un proyecto regresivo y antipopular de reforma tributaria, tenemos todos, bueno, los que más padecemos con su cobro, digo de nuevo, clase media y “pobretariado”, ¿por qué habría que aceptar así no más las trampas de un gobierno que pone los acuerdos de paz como señuelo y mampara para disimular su ataque desaforado contra los más necesitados?
Veamos: La reforma a los impuestos tiene tres columnas, distribuidas en un documento de 311 propuestas, en las que, en esencia, los mayores perjudicados por los gravámenes serán la que en otros tiempos se denominaba la “pequeña burguesía”, una clase media venida a menos, y una mayoría gigantesca de pobres, por no decir miserables.
Los impuestos indirectos, uno de los sostenes tributarios de la reforma de Santos-Cárdenas-FMI, aumentan en nueve billones de pesos, con el impuesto al valor agregado a gasolina, bebidas azucaradas, cervezas y otros productos, cuyos alzas acosan y vacían los bolsillos raquíticos de las clases populares (aunque tales impuestos sean para todos los colombianos, eso no enardece en nada, ni mosquea siquiera a los magnates). Estos impuestos, que constituyen la mitad de la recaudación, los pagan trabajadores, empleados, medianos y pequeños empresarios, con el riesgo de ampliar su estado de precariedades y carencias.
Como decía el senador Robledo, en una de sus críticas a la reforma tributaria, estos impuestos “castigan por igual al que tiene mucho que al que tiene bastante menos o casi nada y porque casi todos los ciudadanos son pobres y clases medias, en tanto hay poquísimos Carlos Slim y Luis Carlos Sarmiento Angulo”.
El otro fundamento de la reforma es la ampliación de la base de contribuyentes. En el caso del impuesto a la renta la convocatoria es para quinientas mil personas naturales más, con ingresos mensuales superiores a 2,7 millones de pesos, o sea sectores medios de la población. Y un tercer aspecto tiene que ver con la disminución del impuesto a la renta para las trasnacionales, banqueros y otros capos de las grandes fortunas, del cuarenta y tres al treinta y dos por ciento.
Es, sin duda, una reforma retardataria porque no obra con equidad: es decir, a los multimillonarios y demás deberían cobrarles más, y disminuir los aportes de las clases medias y populares, siempre en la vorágine de las desventuras promovidas por el neoliberalismo y un estado de cosas en el que, cada día, la pobreza y otras desdichas asedian a los menos pudientes. La reforma, según se ve, quiere corregir los líos deficitarios en la balanza de pagos, producto del modelo económico vigente y de los leoninos tratados de libre comercio.
A principios de 2016, el Fondo Monetario Internacional dijo que Colombia tenía que aprobar una reforma tributaria este año, con aumento de impuestos en vez de reducción del gasto, y con ampliación “del universo de contribuyentes”. Y entonces, sin pestañear, los acólitos gubernamentales acogieron el dictado.
La reforma golpeará los presupuestos de las mayorías con el alza del IVA del dieciséis al diecinueve por ciento, y con el tributo que se pretende cobrar a tenderos y pequeños comerciantes. Con este atentado a las clases medias y populares, la gente no tendría por qué seguir siendo sumisa y debiera declararse, como lo hizo Thoreau en la primera mitad del siglo XIX en Estados Unidos, en desobediencia civil. A las marchas en favor de la paz deben sumarse los descontentos masivos contra la reforma tributaria.
Por estos días, analistas han recordado al ministro de comercio y finanzas del Rey Sol, el absolutista Luis XIV: Jean-Baptiste Colbert, un experto en el aumento de impuestos en Francia. El protegido de Mazarino decía que la gracia de las reformas tributarias era la de desplumar vivo al ganso sin que chillara demasiado.
La diferencia de Santos-Cárdenas con Colbert es que este protegió y promocionó las artes, las letras, las ciencias, la arquitectura… Los patos criollos solo respaldan a las trasnacionales y se prosternan ante ellas y sus adláteres.
