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Una perspectiva de la consulta anticorrupción, que no alcanzó el umbral pero dejó lecciones históricas de dignidad y conciencia ciudadanas, es que, para alcanzar tan significativa votación (mas no suficiente, ¡qué vaina!) los sufragantes iban tras una convicción: derrotar la corrupción, un asunto de no poca monta y que, como un cáncer o un sida, tiene acabado lo público en Colombia. Y esa convicción era (es) libre, sin ofrecimientos de “paladas”, sin electorerismos, sin gamonales, sin caciques implumes y de mal agüero…
Los casi 12 millones de electores no tuvieron influjos de colesterol con fritangas y sancochos. No hubo buses gratuitos. Y (en el caso de Medellín) sin metro de cachete o de gorra. No votaron porque les hayan prometido un puesto. Ni por “pagar un favor” a algún capo electorero. Ni por media botella de guaro. Eran votantes convencidos de una premisa: debemos construir un país sin corruptelas.
¿Es el nacimiento de una nueva ciudanía? Es posible. El respaldo en las urnas a la consulta anticorrupción es una demostración de que está creciendo un movimiento contra las malas prácticas políticas (o mejor, contra la politiquería), contra la demagogia y las engañifas, y, en muy significativa presencia, contra el ejercicio depredador de las arcas estatales, de los presupuestos públicos, del desgreño y la delincuencia “cuelliblanca”. Es, así suene medio moraloide, una apertura a la decencia.
Se habla de una suerte de despertar tras una pesadilla de horrores sin límite, como la de tener en Colombia corruptos en todos los frentes (como el caso que tiene todavía más cabos sueltos de un fiscal anticorrupción más podrido que los que se supone pretendía combatir). Corruptos en el Congreso, corruptos en los concejos y asambleas, en las alcaldías y gobernaciones… Una burocracia parásita que, como en un cuento de Quiroga, se chupa la sangre del ciudadano.
Esta nueva ciudadanía, que tiende a crecer, tendrá que ser una atrevida conciencia moral de Colombia. Puede ser la semilla de un movimiento de más alcances en la presión a los corruptos para que desistan de sus prácticas ilegales, bandidescas, o se les condene de una vez por todas. Puede ser la posibilidad de nutrición de lo que teóricos de la comunicación denominan el “quinto poder”, opuesto, por ejemplo, a una prensa dócil y desnaturalizada que dejó de fiscalizar y se prosternó, complaciente, frente a los desafueros de los mandamases.
La consulta anticorrupción, que si Colombia fuera dueña de una cultura política y ciudadana hubiera pasado pese a la oposición solapada o evidente de los corruptos y sus patrocinadores, digo que se erigió como la apertura de un nuevo camino. El del ser social que no es condescendiente ni cómplice y, más bien, es un crítico de los malos manejos. El de los que están “mamados” de presenciar el grotesco espectáculo del desbarajuste de los fondos públicos, sin que haya castigo ni al menos una puesta en la picota de la vergüenza de los comprometidos con tales aberraciones.
También sembró claridades acerca de las posiciones de los que han mantenido al país en la oscuridad y la indecencia. Se notó la animadversión por la consulta de “los mismos con las mismas”. Tanto Uribe y sus conmilitones, como Pastrana, el alcalde de Bogotá, César Gaviria y otros, o se hicieron los de la “vista gorda”, o promovieron estupideces como que la consulta la habían diseñado y promovido “dos lesbianas”, o buscaron con su negativa influencia que el ejercicio fracasara.
A lo anterior se suma el interesado silencio de muchos medios de información sobre la consulta. Demostraron que su rol está al servicio de un statu quo en el que se imponen la corrupción y la mentira como columnas vertebrales de un sistema pútrido y en decadencia.
Por eso, y por otros factores, el resultado de la consulta, que duele porque no habría por qué dudar en ir de forma masiva a votarla, es, desde otro minarete, un logro sustancial de los demócratas. Es un escalón que se asciende en el conocimiento y práctica de mecanismos contra la corrupción y por la consecución de una verdadera transparencia. Es otro paso (¿paso de animal grande?) del ciudadano que se opone a las conductas punibles de los corruptos. Es la gestación de un movimiento fiscalizador, un grito colectivo contra la inmoralidad de diversos funcionarios y politiqueros, y en la adquisición de conciencia acerca de los sentidos, manejos y significados del campus público.
Como decían las tías, que se tengan fino los corruptos, que su reino va a ser de poca duración. El despertar ciudadano —lento pero seguro— dará al traste con la pesadilla en que han mantenido al país la corrupción y la politiquería.
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