Las gallinitas de Bantam, diminutas y de huevos chiquititos, aparecen cada año por la cocina de mi casa, porque –ya es tradición familiar– en ese espacio solemos leer en voz alta cuentos de Navidad. Y aunque nos gustan de diversos países, estamos “engringolados” en la lectura con relatos de maravilla (y sin papá Noel) escritos por estadounidenses, que no siempre son gente que está pensando en bombardear países, invadirlos o estar viendo la paja en ojo ajeno.
Por estos días, y ya repetidos desde hace años, han pasado otra vez relatos extraordinarios de Washington Irving (solo escribió uno, que sepamos), O. Henry (bueno, con el de...
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