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Sombrero de mago

Cuentos y otras mentiras

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Reinaldo Spitaletta
12 de septiembre de 2023 - 02:00 a. m.
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La literatura, que es el resultado prodigioso de transformar la realidad en otras realidades hechas de palabras, ha tenido desde siempre un hálito sedicioso y perturbador. Desde los tiempos de la destrucción de Troya por los aqueos hasta hoy, cuando hay otras destrucciones tal vez menos heroicas, las palabras, las mismas que, según Filón de Alejandría, crean las cosas, han puesto andar por desfiladeros y otros precipicios a los lectores (en ciertos casos, también a los escuchas y a quienes, alrededor de un fuego inmemorial, son seducidos por imágenes que también se metamorfosean en palabras).

Ya hace muchos años decía Vargas Llosa que los hombres no solo viven de verdades, sino que requieren, como un alimento insólito y subversivo, las mentiras (esas que, también decía el peruano, se inventan libremente y no son impuestas por el poder, cualquiera que este sea). Las mentiras de la literatura, que son verdaderas, que crean otras expresiones de la realidad, o que son capaces de mostrar una irrealidad creíble y sustanciosa, ponen en entredicho asuntos de la historia, de la política, de los innumerables ejercicios de dominación del hombre por el hombre.

También decía el autor de La ciudad y los perros que no se escriben novelas (bueno, agregaría también cuentos, poemas, obras teatrales…) para contar la vida, sino para transformarla. Y este ha sido, creo, desde el principio de los tiempos, el papel esencial de todas las literaturas. Crear una “realidad fingida”, que provoca reflexiones, maneras diferentes de observar la existencia, alteraciones de la vida cotidiana, miradas insólitas sobre lo que nos han vendido como inmodificable, en fin, es una cualidad esencial de la ficción. “La literatura cuenta la historia que la historia que escriben los historiadores no sabe ni puede contar”, dice el escritor peruano en su introducción al libro La verdad de las mentiras.

Para vulgarizar un poco el asunto, las mentiras de la literatura, que son verdaderas, son diferentes a esas, ordinarias y pretenciosas, utilitaristas y malhadadas, que nos echan también desde tiempos inmemoriales los políticos, los dueños del poder, los que cada tanto suelen disfrazarse de demócratas para impetrar el favor ciudadano de los votos. Esas mentiras, que también, según el tratamiento de los medios de información (o desinformación), de las “bodegas”, de los acólitos, etcétera, no son más que mecanismos de control y dominación de los sometidos, se vuelven más contaminantes en tiempos de comicios.

Volvamos, mejor, a la literatura. La peste, que ha tenido desde la Ilíada, considerable presencia literaria, ha sido, como muchas otras desgracias, un modo o mecanismo de control y vigilancia del poder. Pasó hace poco con la pandemia mundial. Recordemos no más que encerró a la gente, enriqueció transnacionales de la química farmacéutica, disparó discursos a favor y en contra del neoliberalismo y del capitalismo en general, evidenció la presencia de falsos profetas, sembró el miedo en las poblaciones (aquí hay que poner otro largo etcétera), pero, al mismo tiempo, entre tantos manoseos y desconciertos, tuvo como arista venturosa el despertar el interés por obras sobre la peste y otras distopías.

Aquella peste, que todavía sigue siendo utilizada para sembrar nuevos miedos, nos mostró a no sé qué tanto porcentaje de la población el iluminado oasis de leer y releer, y a algunos nos dio un pábulo, razón o motivo para escribir ficciones (ah, claro, también columnas, ensayos, diatribas, y hasta para reírnos con aquellas afirmaciones desbocadas, que preconizaban que, tras la emergencia universal, el ser humano sería mejor y cositas así). Durante aquellas jornadas, en las que se sembraron y reverdecieron reflexiones sobre la muerte y la vida, escribí una colección de cuentos.

Acaba de publicarse (lo hizo la Editorial Grámmata, de Medellín) bajo el título de Diario encontrado en una nave espacial. Por esas soledades de la peste, por las cuales ni siquiera el crepúsculo se atrevía a pasar, discurrieron fantasmas sin castillos, jubilados cultos, señoras gordas, barrios de calles anchas y espléndida arborización, los días luminosos de un tío que se enloqueció con la Comedia de Dante y el destino insólito de un hombre que se queda solo en una ciudad sin habitantes.

La Ilíada, que tiene uno de los principios más impactantes de cualquier literatura, se inicia no solo con la cólera de Aquiles sino con una “maligna peste”. Los tres hombres y siete mujeres florentinos que huyen de la mortandad de la peste, se salvan (como le pasará después a Scheerezada) por el prodigio de las palabras, de las historias, de las mentiras que se vuelven verdades motivadoras de insubordinaciones.

A algunos, en los recientes tiempos de nuevos estados de sitio, las palabras les sirvieron como una vacuna contra las soledades impuestas, y entonces, en la pluralidad de los oficios, dibujamos, o escribimos, o esculpimos, o nos dedicamos a ver con un estupor contento cómo a nuestro patio (las gracias de habitar en casas viejas) llegaba una nave interestelar para recordarnos que por ese espacio doméstico podía entrar algo más que un pedacito de cielo.

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ALEJANDRO(leisy)13 de septiembre de 2023 - 03:32 a. m.
buen articulo , me quito el sombrero . felicitaciones
Alberto(3788)13 de septiembre de 2023 - 12:50 a. m.
Gracias, Reinaldo Spitaletta.
ANA(11609)13 de septiembre de 2023 - 12:34 a. m.
ENHORABUENA... Felicitaciones por su nuevo libro. Estarà en mi lista de lecturas deliciosas.
Juan(45350)12 de septiembre de 2023 - 10:53 p. m.
Comentario en punto seguido...lastima que el peruano de manera lastimosa se creyó todas las mentiras de la ultra caverna de extrema derecha, convirtiéndose en su vocero en cuanto foro asiste...de veras que pérdida tan lamentable
Juan(45350)12 de septiembre de 2023 - 10:51 p. m.
Excelente columna Spitaletta!!!!
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