Sombrero de mago

Curas depredadores

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Reinaldo Spitaletta
21 de agosto de 2018 - 05:00 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Hubo tiempos en que a los niños se les mutilaba. Sí, se les sacaban los ojos, se les cortaban las piernas, se les amarraba para exhibirlos con fines de despertar conmiseraciones y poder obtener con ellos limosnas y otras caridades. Eran tiempos medievales, que, por lo visto, de ayer a hoy poco se ha cambiado. Hubo, tan transformada en literatura, la cruzada de los niños, a principios del siglo XIII, con el fin de que miles de infantes fueran hasta Jerusalén a rescatar el santo sepulcro.

Antes que la historia, lo primero que leí al respecto fue una obra de Marcel Schwob, La cruzada de los niños, en la que se menciona, incluso, a un san Juan vagabundo, hablador de incoherencias (como el Apocalipsis, tal vez) y comedor de langostas de desierto. El cuento es que, en aquella cruzada, comenzada en Francia y con el propósito de llegar a Tierra Santa con niños como ejércitos porque, gracias a su inocencia, serían los únicos en lograr la sacra meta, miles de chiquillos murieron en naufragios; a otros se les vendió como esclavos, precisamente por los mayores que los reclutaron, y de muchos otros no se supo más.

En el libro de Schwob, las voces del relato son de goliardos, de leprosos, del papa Inocencio III (que atribuye una posesión demoníaca de los niños), de musulmanes, de pequeñuelos, en fin. Si se quiere, la infantil historia de El flautista de Hamelín, de los Hermanos Grimm, es toda una metáfora de la cruzada de los niños, una de las más terribles muestras de despiadado abuso contra los párvulos. Y traigo estas referencias ante la reciente noticia, pavorosa por lo demás, sobre los “curas depredadores” de Pensilvania, Estados Unidos.

Todavía el Vaticano no se había sobrepuesto ante el escándalo desatado en Chile, cuando estalló el de Estados Unidos, un país en el que ya parece tradicional la pederastia de curas y sus modos de encubrimiento de parte de la jerarquía. En la publicación que hizo la Corte Suprema de Pensilvania, se documentan más de 1.000 casos de menores (niños y niñas) abusados por 300 sacerdotes desde 1940.

El informe de 1.400 páginas, calificado por la prensa como relatos de espanto, exhibe diversas maneras de la utilización de alcohol y otras sustancias, además de actividades pornográficas, utilizadas por los curas para ejecutar sus perversiones delictivas. “Algunos fueron forzados a masturbar a sus atacantes o fueron manoseados por ellos. Algunos fueron violados”, dice la denuncia al advertir que en todos los casos las jerarquías eclesiásticas protegieron a los abusadores. Durante años, los “hombres de Dios” ocultaron la tropelía.

A John Delaney, una de las víctimas, lo abusaron desde los diez años. “El sacerdote (James Brzyski) destrozó mi alma y se llevó mi infancia… Eso es algo que no se puede recuperar”, dijo. El caso Pensilvania recordó al de Boston, tan célebre sobre todo porque la unidad investigativa del periódico Boston Globe, denunció en 2003 la pedofilia de curas de esa arquidiócesis. El diario publicó más de 600 informes gracias a los cuales 249 sacerdotes fueron acusados del delito de pederastia contra unos 1.500 menores. Como cosa rara, el cardenal Bernard Law fue cómplice de los desafueros. No solo calló, sino que trasladó a los violadores a otras iglesias, donde prosiguieron con sus atropellos.

Los 10.500 casos de pederastia sacerdotal documentados en Estados Unidos (otros estimativos dicen que hay 100.000 víctimas) se unen a los de otros países. La Iglesia, tan desprestigiada, debe hacer su “propósito de la enmienda”. El celibato sacerdotal, una medida más económica, de preservación de bienes materiales eclesiásticos, debía ser puesto en discusión. Y se debe promover en su seno una cultura antipedófila. “Dejad que los niños vengan a mí” es una declaración peligrosísima (de alto riesgo para los niños) si es pronunciada por ciertos curas.

Y a esta situación de escándalo de sotanas y “regimientos” clericales se une la voz de los argentinos que, en masa, se están “dando de baja” y “desbautizando” de la Iglesia católica. En la patria del pontífice, la apostasía está en boga. Y también la promoción de un Estado laico.

Aquella terrible cruzada medieval de los niños hay que invertirla. La cruzada hoy debe ser por la defensa de la chiquillada, carne de cañón de curas pedófilos. En la obra de Schwob, de la que Vargas Llosa hizo una adaptación para niños, está la voz de ficción de Inocencio III: “Hay crímenes. Hay muy grandes crímenes. Hay herejías. Hay muy grandes herejías. Mi cabeza está vacilante de debilidad: tal vez no sea necesario ni castigar ni absolver”.  De cualquier modo, los sacerdotes pedófilos necesitan castigo.

Le puede interesar: Corrupción en Colombia: ¿Qué es lo que controla el Contralor?

Video Thumbnail
Conoce más

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.