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Sombrero de mago

De Cantinflas al Che y otros discursos

Reinaldo Spitaletta
27 de septiembre de 2022 - 04:13 p. m.

Los discursos de los políticos, aunque haya algunos revestidos de literatura y otros ornamentos, en esencia esconden más de lo que dicen, y, como en el caso de los antiguos sofistas, importan más, en su estructura y contexto, las artes de la persuasión que la veracidad. Me han gustado más los discursos de escritores y poetas, incluso los que se estilaban en juegos florales para coronar reinas de belleza, que la palabrería de determinados representantes del poder.

“Los discursos del poder tienen su vaina”, recuerdo que decía mi padre, un cartagenero que siempre echó pestes contra su paisano Rafael Núñez. Sabía que la historia no solo está construida con hechos, sino con discursos, algunos de los cuales, por su resonancia o por su demagogia, o por ambas, pueden desenfrenar a quien los escucha. O hacer que los otros, los súbditos, los subordinados, actúen como rebaño. También existen aquellos, pura soflama, que sublevan y ariscan los ánimos.

Decía que son más atractivos los discursos de algunos escritores, en especial cuando, al recibir un galardón, sueltan un caudal de filosofía (nada barata) y de interpretación de la humanidad y sus altibajos. “Considero que el hombre no sólo habrá de resistir, sino también de prevalecer. Y es inmortal no por ser el único entre los animales que está dotado de una voz inextinguible, sino por el hecho de poseer un alma, un espíritu capaz de compasión, sacrificio y resistencia. Escribir acerca de estas cosas es el deber del poeta, del escritor”, dijo William Faulkner en su discurso de aceptación del Nobel de Literatura, el 10 de diciembre de 1950.

Creo que hay discursos de actores cinematográficos que siguen trascendiendo. Por ejemplo, el del filme Su excelencia, de Mario Moreno Cantinflas, de 1967, está lleno de humanidad y cuestionamientos al poder. En el mismo, una especie de sátira deliciosa, la toma contra los “Verdes” y los “Colorados”, contra los países poderosos del planeta, a los que no se les piden dádivas, ni alianzas militares ni préstamos (y menos si son onerosos): “Ayúdennos pagando un precio más justo, más equitativo por nuestras materias primas, ayúdennos compartiendo con nosotros sus notables adelantos en la ciencia, en la técnica... pero no para fabricar bombas sino para acabar con el hambre y con la miseria…”.

Claro que hay discursos políticos que pasan a la historia, como sucedió con el del Che Guevara, en la Conferencia de la OEA en Punta del Este, en 1962, tiempos de la Guerra Fría, de las agresiones del imperialismo yanqui a los pueblos del mundo y de otras invasiones. En aquella particular intervención, citó a José Martí, al “Martí antiimperialista y antifeudal”: “Quien dice unión económica, dice unión política. El pueblo que compra manda, el pueblo que vende sirve; hay que equilibrar el comercio para asegurar la libertad; el pueblo que quiere morir, vende a un solo pueblo, y el que quiere salvarse vende a más de uno”.

En distintos planteamientos se pudo discordar con Hugo Chávez, pero su discurso en la ONU, el 20 de septiembre de 2006, sigue siendo una chispa, de esas que pueden incendiar la pradera, cuando vapuleó al —ese sí terrorista— presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, el violador de soberanías y masacrador de pueblos, como el de Irak. “El diablo está en casa. Ayer el diablo vino aquí. En este lugar huele a azufre”, señaló Chávez en referencia a Bush.

El entonces presidente venezolano llamó al mundo a alzarse contra las pretensiones hegemónicas de los Estados Unidos, que, como lo advirtió, ponen en peligro la supervivencia del planeta. La amenaza más grande que se cierne en este planeta —dijo— son las estratégicas y pretensiones imperialistas estadounidenses. Sus palabras armaron tremendo chispero internacional.

Hoy, prevalece la amenaza hegemónica yanqui, aunque ya no haya discursos, digamos en la ONU, contra su naturaleza expoliadora y sus maneras de ser; contra sus imposiciones, por ejemplo, como en el caso colombiano, donde tienen bases militares, contra el desastroso y desigual Tratado de Libre Comercio. Se dirá que son otros tiempos, los de seguir bajando la cabeza ante los bancos mundiales y las transnacionales… O sea, no decir nada contra los procesos de recolonización.

En cualquier caso, la literatura, la poesía, el pensamiento, las palabras de hombres sabios que no saben leer ni escribir (como uno de los abuelos de Saramago) siguen hoy proclamando que el hombre no morirá. “Frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas o los cataclismos. Ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte”, dijo García Márquez, en Estocolmo, al aceptar el Nobel de Literatura.

Lo pronunció Chaplin, en El gran dictador: “El odio pasará y caerán los dictadores, y el poder que se le quitó al pueblo se le reintegrará al pueblo”. Esperemos que así sea.

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