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A veces no alcanzan las palabras para escribir sobre tanta podredumbre. El hedor parece que acabó con el sentido del olfato en un país repleto de corrupciones. Casi la costumbre es decir que toda corrupción es obvia. Inherente al Estado, a los políticos, a los paramilitares, a los guerrilleros. A los que están en el poder y se lucran de él. Cada día revienta un escándalo distinto, pero al final todo sigue igual.
Pasa como con las informaciones de Wikileaks, que al fin de cuentas decimos que eso era lo que todos nos temíamos. Siempre se tuvo la sospecha y hasta la evidencia de que había falsas desmovilizaciones, de que todo aquel entramado y puesta en escena era parte de la farsa montada por un gobierno que sobre todo (incluido el “todo vale”) quería dar la impresión de seguridad. Y así como Andrés Pastrana montó una zona de distensión con la guerrilla, el de Uribe estableció otra, en Ralito, con los paramilitares.
Y digo que a veces no alcanzan las palabras para referirse, por decir algo, a los pobrecitos Nule, que antes de las contrataciones de Bogotá ya estaban embarcados con el Ministerio del Transporte de la “era” Uribe; ni para darle cabida a la visita de alias Job a la celebérrima Casa de Nari (que desde esa ilustre visita así quedó bautizada). Claro que el espectáculo de los que antes impulsaron la “cultura de los sapos” no deja de ser atractivo.
Por ejemplo, en torno a las también famosas “chuzadas” del DAS, un viceministro de Defensa y ex director del DAS señala a José Obdulio Gaviria y Bernardo Moreno de promoverlas. Al primero de los mencionados, el general Naranjo también le imputó que estaba detrás de la campaña de desprestigio del magistrado Iván Velásquez “utilizando a paramilitares de Medellín” (ver El DAS y la visita de ‘Job’, El Espectador, 13-03-2011).
Ahora, cuando ya se ha condenado al ex director de Fiscalías de Medellín, Guillermo Valencia Cossio, surgen nuevas declaraciones del Tuso Sierra, uno de los capos extraditados, que salpican a tanta gente, algunas ya condenadas por parapolítica como las señoras Eleonora Pineda y Rocío Arias. A éstas, según la misma fuente, los paras les finaciaron hasta cirugías estéticas, y, como se sabe, llegaron al Congreso por el apoyo de esas hordas delincuenciales.
En la farsa de la desmovilización y en la estructuración de la Ley de Justicia y Paz, también se ha sabido (“ya nos lo temíamos”) que hubo un tráfico tremendo en que la mafia (o, según el ex presidente Pastrana, el Cartel de Medellín) pagó para que los metieran en el proceso como paramilitares. Todo esto circulaba, pero ahora algunos paracos están cantando de lo lindo, muy afinados.
El mismo Tuso (ver revista Semana: El ventilador del ‘Tuso’) hace revelaciones en torno, por ejemplo, al ex secretario de Gobierno de Medellín, Gustavo Villegas, a quien miembros de la Oficina de Envigado le pagaban para las licencias de las tragamonedas, y alrededor del surgimiento de empresas de chance en Antioquia, en cuyo montaje hubo asesinatos y otros delitos.
Y reitero que no alcanzan las palabras para escribir, por ejemplo, sobre todas las anomalías que hubo en la Dirección Nacional de Estupefacientes, “parque de diversiones de la mafia y la corrupción”, según las palabras de su director Juan Carlos Restrepo. Esa oficina se había convertido en otra suerte de cartel de delincuentes.
Hay que esperar en qué paran las investigaciones sobre Agro Ingreso Seguro, lo que falta de la parapolítica, acerca de los “falsos positivos”, las sospechosas desmovilizaciones de guerrilleros y paramilitares, en fin. Y digo que no hay suficientes palabras para tantas porquerías, porque cada que de esto se trata uno se va aproximando más a la náusea. Y tal vez al desencanto, porque, al final de la función, como suele pasar en este país de putrefacciones, no ocurre nada y todos tan contentos con el olor a podrido.
