El tren, que revolucionó el siglo XIX, tiene, a veces, una atracción fatal, que lleva a que cualquiera, en un arrebato suicida –o de celos-, se arroje de él, o sobre él, como pasó, por ejemplo, con Ana Karenina; o puede ser el espacio ideal para un asesinato, como sucede, digamos, en alguna novela de Agatha Christie.
El tren (y Colombia, país de miserable clase dirigente, no tiene tren), insisto, es de las máquinas que más emociones despierta.
El tren, producto de la revolución industrial, transformó el mundo, sus tiempos, las distancias. Y por momentos se vio como una invención romántica, tanto como los personajes con tuberculosis o la descripción de paisajes móviles. La semana pasada, por dos coincidencias felices, estuve conectado con trenes que ya no son, con locomotoras muertas y ferrovías oxidadas. Y, al mismo tiempo, con un tren que parecía no parar nunca, mientras un ruso narraba su historia de celos, sus oposiciones al matrimonio y daba cuenta de su mujer de una certera puñalada.
La novela breve de León Tolstói, La sonata a Kreutzer (título homónimo de la composición de Beethoven para violín y piano), como una provocación de la memoria, me condujo, otra vez, a los días de locomotoras con pito largo, que a veces parecía el canto de las sirenas de Ulises, en estaciones que ya no existen (como las estaciones del Ferrocarril de Antioquia y de los Nacionales que fueron arrasadas, pese a ser declaradas patrimonio cultural de Colombia). Volví a ver, por ejemplo, una de ellas que arrastraba diez vagones de pasajeros y otros de carga (tren mixto), en el que hace años en el barrio Manchester pretendían unos tipos cuyas caras ya no recuerdo raptarse un chico de tres años.
Dos reuniones que tenían que ver con trenes muertos eran más que una simple coincidencia. Una, para hablar -asunto que parece extraño en estos días de velocidades y dietas light- de Pozdnishev, protagonista de la mencionada obra del genio ruso, y la otra, para visitar las antiguas –y magníficas- ruinas de los talleres del Ferrocarril, en Bello, en cuya espacialidad se pretende la construcción del Parque de Artes y Oficios de Antioquia.
Con Tolstói no hay pierde. Montarse uno en ese tren en el que uno de los pasajeros va contando su historia trágica, sus diatribas contra el matrimonio, reflexiones sobre paternidades y maternidades, el fin del amor, el aburrimiento en que caen las relaciones matrimoniales, en fin, era volver a sentir las vibraciones de la locomotora, los sonidos metálicos de los rieles, las visiones de lo que ya no es pero que la literatura conserva.
La otra era ir a caminar por las viejas construcciones del taller y escuchar y ver una propuesta que quizá desde los tiempos de Pedro Justo Berrío no se tenía en Antioquia: una escuela de artes y oficios, para preparar a los más pobres y convertir aquellas extensiones (más de 110 mil metros cuadrados) en un ámbito generoso para la educación, la recreación y la cultura.
Y en ambas situaciones, aquellos trenes, que en literatura han hecho imprescindibles y eternos, escritores como Thomas Wolfe (Del tiempo y el río), Patricia Highsmith, Graham Greene y, claro, el mismo Tolstói, que murió en una estación ferroviaria. Cada uno podrá agregar cuentos y novelas en los que el tren es esencial o recordar, por ejemplo, que hubo dictadores que prefirieron este medio de transporte, como Hitler, que tenía su tren, con todos los lujos, incluidas las baterías antiaéreas.
O podrá memorar aquellos trenes tristes en los que los turcos embarcaron a miles de armenios para después masacrarlos; o los ferrocarriles en que los nazis transportaron a millones de judíos, gitanos y comunistas para su exterminio; o aquellas imágenes abrumadoras de uno de los primeros filmes de los Hermanos Lumière. Y en este punto, podrá incluir películas como El expreso de Von Ryan, El tren del infierno o El maquinista de la General, de Buster Keaton…
El tren tiene su magia. Menos en Colombia, donde privilegiaron tractomulas y la corrupción oficial extinguió el ferrocarril. Ojalá se pueda hacer el parque de artes sobre los talleres muertos. Dicen que tendrá espacios románticos para ir a leer novelas y ver películas sobre trenes.