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Sombrero de mago

¡Dejen el aeropuerto ahí

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Reinaldo Spitaletta
26 de enero de 2021 - 03:00 a. m.
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Volvió, como caída del cielo, aunque es muy terrenal e interesada, la propuesta de cerrar el aeropuerto Olaya Herrera de Medellín y convertir la zona en un parque. A cualquiera le puede parecer atractiva la idea de un parque, claro. Suena chévere. Pero, ¿acaso es verdad tanta belleza? La intención no es tan inocente. El ferviente deseo de clausurar el Olaya, un patrimonio de la ciudad y no solo por su edificio, está conectado con la construcción de una segunda pista del otro aeropuerto, el de Rionegro.

Puede parecer una especie de relato de realismo mágico el que el alcalde salga a la palestra, en plena pandemia, a plantear que el Olaya Herrera (por lo demás, debería llamarse Gonzalo Mejía o Carlos Gardel, digamos) sobra en la ciudad. Que es hora de la construcción de un gran parque, sin camuflar lo que puede ser la esencia de la propuesta: que “se liberaría la restricción de (construir en) altura en buena parte de la ciudad”. Ahí está el meollo del asunto. Un negocio sin límites para la especulación inmobiliaria.

Imaginar solo el enorme desplazamiento de habitantes que se provocaría con la construcción de un parque, además de las intenciones de densificar en altura, del culto al cemento que, según algunos, aumentaría la contaminación en la ciudad, es ya una catástrofe social. Qué será de los habitantes del barrio Antioquia, Belén-Las Playas, Rosales, incluso los de Conquistadores y Malibú, por ejemplo, a los que habrá que sacar en un despojamiento doloroso, como antes ha ocurrido con obras públicas en otros sectores de la ciudad.

El desplazamiento es una situación que atenta contra la memoria, el patrimonio personal y familiar, la historia de las barriadas, la cultura popular. La gran presión de los “inmobiliarios”, su capacidad depredadora, su amor por las plusvalías y su voracidad para extirpar del territorio lo que no represente enormes ganancias, es una amenaza real. Rico un parque, sí; podría ser, en cambio, que el Estado compre la enorme propiedad de un club privado, que limita, de un lado, con un barrio popular, y, del otro, con un barrio de muertos. Y volverla un parque público.

Hay que densificar, aúllan los constructores. Y, por ejemplo, los humanistas (que los hay, los hay) advierten que ¿cuál es la densidad adecuada, la placentera, además de útil, que produce la felicidad del ciudadano? Se ha escuchado en debates de calle y en el pandémico mundo de la virtualidad que prometen un parque y, a su vez, una densificación. Buena carnada. Y se pregunta: ¿La densificación no es una fuente de contaminación y, además, estímulo de la cultura carcelaria o de calabozo de los apartamenticos?

¿No serán otras las prioridades de una ciudad inequitativa y dominada por diversidad de bandas criminales? Más allá de su edificio, que es patrimonio arquitectónico, el Olaya Herrera es parte de una larga historia que tiene que ver con las regiones, con los pescadores, con las comunidades ribereñas y costeras, con las brigadas de salud… Es un aeropuerto de pequeña escala, que permite necesarios mercadeos de los que están en extramuros para sacar sus productos y proveerse en la ciudad.

Hasta el paseo familiar (tal vez hoy venido a menos) para ver aterrizar y despegar aviones es parte de un patrimonio colectivo. De una memoria barrial. De aspectos que, para los especuladores y agiotistas, pueden ser inocuos y hasta tontos porque no dan plata, pero son el sedimento de relaciones sociales, de lenguajes, de intercambios culturales y afectivos.

El Olaya Herrera se inauguró en 1932. Y hubo oposiciones. Que la ciudad era, como lo narra Mario Escobar Velásquez en su libro Gentes y hechos de la aviación en Antioquia, un tazón. Que era un riesgo. Hasta 2002, por ejemplo, cuando iban setenta años de su creación, “el aeropuerto solo ha registrado cuatro accidentes con víctimas humanas”. Y digamos a hoy el enunciado de la accidentalidad (casi nunca culpa del aeropuerto en sí mismo) no puede ser un argumento válido para acabar con el viejo “campo de aviación” (como se le decía antes), que, por lo demás, es un aeroparque.

A mediados de los ochenta, cuando estuvo cerrado el Olaya, grupos de mafiosos, que cooptaron medios de comunicación, promovieron el cierre definitivo y la construcción de un parque, sobre todo porque, algunos de ellos, como se dice en el libro Los jinetes de la cocaína, de Fabio Castillo, habían adquirido terrenos vecinos para la construcción de condominios.

El debate se abrió otra vez en torno al Olaya Herrera y a la segunda pista del José María Córdova. Y parece haber detrás de la murga oficial un sartal de intereses económicos que se disfrazan con bonituras como la erección de un parque. Tal vez, como en una novela de Calvino, toda esa zona, de aeronaves, unidades deportivas, barriadas, se convierta en una orgía del cemento y un triunfo metálico de los que acostumbran depredar las ciudades. Ojalá que no.

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Lorenzo(2045)27 de enero de 2021 - 01:44 a. m.
Entre Jorge y Saramago (foristas) se yergue una salomonica propuesta: un bosque de especies nativas. Cancelaria la hybris de la mafia de la construccion y mandaria para otro lado el trafico de otra mafia enseñoreada de la periferia departamental. El pibe Danny apuntala su permanencia en La Alpujarra con mecenazgos en la trasescena, que en "concreto" chorrean sus babas en propuestas "innovadoras".
Francisco(30227)26 de enero de 2021 - 05:39 p. m.
Lo que deben hacer es ampliarlo y volverlo aeropuerto internacional, no dizque hacer un parque para ociosidad y el VICIO.
juan(9371)26 de enero de 2021 - 03:54 p. m.
La tacita de plata... pero llena de m...
Jorge(66737)26 de enero de 2021 - 03:02 p. m.
Ese espacios debería convertirse en un bosque de especies nativas, ya que la cultura del hacha convirtió en un desierto de pinos y eucaliptos, regalarle un pulmón a la ciudad a la que la contaminación está envenenando. Igual propuesta se le hizo a un alcalde de Cali con las áreas que ocupan el estadio Pascual Guerrero (un foco de violencia cada domingo) y la Base Aérea pero los intere$eS priman.
Julio(2346)26 de enero de 2021 - 02:53 p. m.
Así como el poderoso presidente de los EEUU tiene su avión Air Force One, asimismo, para demostrar su poderío, Iván Márquez tendrá muy pronto su Air Farc One, con su aeropuerto en Marqueztalia. Y todo eso gracias a los narcodólares yanquis.
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