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Del analfabeto político al oportunista alfabetizado

Reinaldo Spitaletta

07 de octubre de 2025 - 12:00 a. m.
“Por ahí se ve, como “muñeco de ciudad”, a un corrupto exalcalde de Medellín que no es de izquierda ni de derecha”: Reinaldo Spitaletta
Foto: Mauricio Alvarado Lozada

En esencia, no es que el sistema de costumbres politiqueras, tan ancestrales, se haya desterrado. Todavía prevalecen, para desgracia popular, los “caciques”, los mercaderes de sufragios, los que aprovechan la “farsa electoral” (como se gritaba hace años) para sus beneficios personalistas, como el saqueo del erario, pero, a su vez, para entibar el ya anquilosado sistema de inequidades y miserias de un país desbarajustado desde hace una eternidad.

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Volví a leer apartados del amarillento libro del “médico-guerrillero” Tulio Bayer, Carta abierta a un analfabeto político, escrita en 1964, con primera edición cuatro años después, en Bélgica. Y encuentro en su lenguaje de disparo, pero, ante todo, en las situaciones que con su verba torrencial cuestiona, que casi todo continúa como en aquellas calendas de bandoleros, oligarquías, pobres a granel y de infinita demagogia oficial.

Desde tiempos inmemoriales, han estado en la cumbre de las dominaciones las exclusivas oligarquías, que se han deslizado como intermediarias de los capitales extranjeros, de los intereses yanquis en Colombia, digo se han mantenido, con algunas variaciones, en el poder. Sí, de pronto, hay algunas rupturas, ciertas interrupciones, porque aparece algún “desclasado”, que no hace otra cosa que parecerse sin remedio a la sentencia de Tomasi di Lampedusa en su novela El Gatopardo.

Volvamos con la epístola de Bayer a su colega Francisco Arango Londoño, en la que, entre diversos tópicos, le plantea que “el cuerpo médico debería ser el gran partero de la revolución colombiana”. Acordémonos: es un escrito de 1964, de los tiempos tenebrosos del Frente Nacional (coyunda liberal-conservadora), gobierno del cazador Guillermo León Valencia. Al contrario, dice Bayer, no es así. Médicos al servicio de los poderes de laboratorios, del gran negocio de las drogas. “El papel de nosotros, los médicos, frente al hambre colombiana, está circunscrito a recetar vitaminas fabricadas en los Estados Unidos”.

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Eran días en que, pese a tantos infortunios populares, a tantas violencias e intromisiones extranjeras, Latinoamérica se desperezaba y abría, con lentitudes, sus ojos tristes. Según Bayer, eran días de protesta “por el largo sueño de alcohol, de mitos, de yagé, de cocaína, que le han impuesto los amos desde hace 150 años”. Desde esos días a hoy, van otros cincuenta y tantos años y no se advierten cambios profundos. Continúan las explotaciones, las hambrunas, las desgracias de los olvidados…

Entre sus numerosos cuestionamientos, Bayer le dice a su similar que para un muchacho de “buena familia” es difícil ser revolucionario. “Llegar a serlo de veras requiere un proceso intelectual en el que están involucrados la corteza cerebral, el hipotálamo y el corazón. Después, todo el cuerpo”. Menciona a Gaitán (que planteaba que en Colombia solo había dos fuerzas: el pueblo y la oligarquía), también a “los hampones de frac que se reúnen en el Jockey Club de Bogotá”, como si estuviera recitándole aquello de “ahí están, esos son los que venden la nación”.

La extensa carta de Bayer es, en esencia, una vista a un país desangrado, a los señoritos perfumados que han pisoteado a la gente sencilla y la han utilizado como “carne de cañón”, como votantes, como peones… como bazofia. A un país de abismos sociales que, tantos años después, subsisten en una danza atroz de miserias sin fin y disputas personalistas, grupistas, pero utilizando esa palabra de angustias y manoseos, el “pueblo”, como referida a reses que van al matadero.

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Ahora, por ejemplo, los hijos de algunos verdugos del pueblo, se preparan para las elecciones. Delfincitos y delfincitas que aspiran a perpetuar la herencia feudal de sus padres despóticos y antipopulares. Ya por ahí se anuncian las ganas politiqueras de herederos de vetustos neoliberales, como un hijo del “señor de las sombras” y una hija del “señor de la oscuridad o del apagón” (de la apertura económica). Los de abajo heredan el hambre y discriminaciones en abundancia; los de arriba, buscan seguir en las alturas del poder.

Y cuando no son los descendientes de “vendepatrias” y “proimperialistas”, son los que visten atuendos de “progresistas”, de seudorevolucionarios. De aquellos que, desde los tiempos de Lenin, y desde antes, se llamaron los oportunistas. Van de un color a otro, muy camaleónicos, de partido en partido, de fracción en fracción. Se muestran como “izquierdistas” o cositas así, pero no pueden disfrazar su condición de continuadores de un régimen que, algún día, los pueblos arrasarán.

Pululan por estos tiempos de proximidad de comicios. Por ahí se ve, como “muñeco de ciudad”, a un corrupto exalcalde de Medellín, que no es de izquierda ni de derecha, ni siquiera todo lo contrario, solo es eso, un utilitarista al que solo le interesa el billete. Qué importa si hoy se pone una etiqueta, y mañana otra, que esa condición saltarina parece dar sufragios en un país sometido a todas las engañifas. El de marras no es un “analfabeto” político. Solo, como otros tantos, un vil oportunista.

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