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Como en El aburrimiento (La noia), novela de Alberto Moravia en la que el protagonista se retira para siempre de la pintura, tras desgarrar con una navaja la tela que estaba pintando, los políticos colombianos deberían abandonar su carrera de malos payasos y aburridos repetidores de cháchara.
Lo digo, sobre todo, por esta campaña electoral, de la que apenas me he enterado que existe.
Bueno, confieso que me he dado cuenta de que en Colombia hay presidente, porque ha habido paros agrarios, paros de cultivadores de café, protestas indígenas y de estudiantes, y porque dicen que, a punta de demagogia, se ha candidatizado para la reelección. Vicios y mores de su antecesor.
También me he enterado de que hay campaña electoral por la reelección debido a algunos insultos que el predecesor del tal Santos (que ahora en algunos afichitos se borró el apellido para dejarse solamente el “Juan Manuel”) le ha descerrajado. Y lo acusa de haber malversado unos “huevitos”, le ha dicho “canalla”, y cosas parecidas. Sin embargo, no se atreve a culparlo de los “falsos positivos”, que precisamente ocurrieron en el gobierno anterior, cuando el presidente de ahora era ministro de Defensa.
Qué mala memoria tienen los políticos. O se hacen los amnésicos. Por ejemplo, en el caso de la pérdida de mar territorial frente a Nicaragua, el antecesor del “infante” Juan Manuel, se le vino encima a este, cuando durante los ochos años que el señor del Ubérrimo estuvo en la presidencia, no hizo nada para impedir el resultado del litigio. Me aburren los políticos, sobre todo como Santos y su antecesor, que ahora es ventrílocuo y ya tiene su muñeco electoral en estos comicios.
Quizá aburren porque todo en ellos es previsible. Uno dice que está luchando para que los colombianos sean felices. Me parecía mucho más atento, y más poético, el iletrado Pancho Villa, dirigente de la revolución mexicana, cuando le contestó al reportero John Reed que lo único a lo que él aspiraba era a hacer de México un lugar feliz. Y otro se incomoda porque su rival está negociando la paz, y el negociador a su vez esgrime como argumento para la reelección los diálogos de La Habana. Todos, se dice, queremos la paz, menos uno que otro que vive del lucrativo negocio de la guerra.
Pero los diálogos de La Habana no pueden obnubilar los problemas de fondo que tiene el país. Ninguno de los candidatos de los grandes poderes advierte en sus discurserías nada que tenga relación con las afugias y necesidades de la gente, ni cómo solucionarlas: la exclusión, la miseria, las hambrunas, el desempleo, las inequidades diversas y numerosas. Nada. Su retórica de pacotilla es cada vez más plana y obtusa, y se refiere a asuntillos personalistas: que traicionaste la seguridad democrática, que te comiste los huevos y no me diste. Charlatanería para engrupir calentanos.
Y así, algunas veces pasan del “matoneo verbal”, para exaltar la galería, a los discursos veintejulieros para alimentar el clientelismo político, un viejo vicio que les da réditos electorales y los ha mantenido por años en el poder. Verdad que aburren estos candidatos con sus lugares comunes; con su demagogia ramplona, que a veces, como estamos ad portas del Mundial de Fútbol, recoge términos balompédicos, o se apela al chauvinismo de una camiseta de selección. Sí, son previsibles y ordinarios.
Claro que no vamos a esperar de ellos, en particular de los que representan el establecimiento, que se vayan en contra de los tratados de libre comercio, o de las transnacionales que han devastado el país. O que estén del lado de obreros y campesinos. Pero que, al menos, produzcan alguna idea. Que tengan (decía un guasón) más programas que buses para transportar votantes.
Aburren los politiqueros. Quizá deberían montar un ring, para por lo menos reírnos de sus golpes errados. Y para usar una metáfora de Moravia, estas elecciones me producen un efecto desconcertante, el mismo que produce una cobija demasiado corta a una persona que duerme, en una noche de frío intenso: la estira a los pies, y tiene frío en el pecho; la estira sobre el pecho, y se le enfrían los pies. He ahí el aburrimiento. Candidatos en campaña: dejen dormir.
