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Después de la caída aparatosa del excandidato presidencial y exministro Óscar Iván Zuluaga, el humor popular se agudizó y alguien, en un meme bien diseñado, presentó a Uribe con corona, flores y una cinta atravesada en su pecho, a lo reina de belleza, con la expresión “Miss Espaldas”. Ha sido una secuela de las “coimas” repartidas por Odebrecht en diversos países que, además, en Colombia ya configura una estela aterradora de muertes por lo menos sospechosas, con cianuro incluido, como las del auditor Jorge Enrique Pizano y su hijo Alejandro.
No deja de ser llamativo, o al menos una curiosidad, que otra vez las “cagadas” de subalternos y adláteres ni siquiera afecten el olfato político de un tipo canchero en estas situaciones y pasen de largo, sin tocarlo. O sucedan, como ya es un lugar común, a sus espaldas. Pareció una suerte de “novedad” lo acaecido la semana pasada con quien fue su ministro de Hacienda en el segundo período de su gobierno, en el que, como se recuerda, aunque en este país la memoria es frágil, también estuvo sembrado de los llamados “falsos positivos”.
Zuluaga, ya es una evidencia incontrovertible, recibió financiación de Odebrecht para su campaña presidencial de 2014. Pero, qué extrañeza, su jefe político pasó de agache, sin mancharse ni mojarse en las pútridas aguas de la corrupción promovida por la transnacional brasileña. Lo que, en “plata blanca”, como decían en otros tiempos, era ya un estilo, o, para llamarlo de otra forma, el antiguo “mesías” ya estaba a salvo de la lepra de sus súbditos y acostumbrado a hacerse el ingenuo, como cuando el alcalde de El Roble, sentado al lado del entonces presidente, le dijo que hiciera algo porque lo iban a matar. Y lo mataron, sin más.
Quizá no se recuerde mucho el “teflón” que protegía al entonces mandatario. Que ni se enteraba de las “chuzadas” a opositores, periodistas y otros críticos de su gobierno, realizadas por el criminal DAS, del que varios de sus directores fueron condenados por distintos delitos. Para él, así de simple, se trataba de “buenos muchachos”, o, por qué no, de una “buena muchacha” como María del Pilar Hurtado, experta en espionaje, que dirigió ese antro de terror entre 2007 y 2009. Estuvo prófuga y todo, pidió asilo en Panamá, y así, todo bien. El patrón ni se dio cuenta de nada.
Parece que tampoco se enteró de los montajes burdos del Doctor Ternura (aún prófugo), como el de la fingida desmovilización de 62 “guerrilleros”, de acicaladas uñas, presuntos miembros del frente Cacica Gaitana, de “la Far”. Y mientras sus empleados y otros conmilitones suyos eran investigados por cohechos y otros delitos, el “señor de las sombras” pasaba de agache, sin mácula, prístino y puro. Nada que ver con el trueque de notarías por votos para la modificación de un “articulito” que le permitiera la reelección. Nada que ver con la “yidispolítica”, ni la parapolítica, ni con Carimagua y las acciones del que iba a ser su sucesor, el hombre del Agro Ingreso Seguro, alias Uribito.
Varios de sus ministros se trocaron en presidiarios, lo mismo que algunos colaboradores suyos en la Casa de Nariño (que por la visita de alias Job se siguió llamando la Casa de Nari) fueron a dar con sus huesos a la gayola. Pero, para asombro de la denominada “opinión pública”, y de la plebe y de las élites, el doctor siempre fue engañado, no solo por Óscar Iván, sino por las Convivir, los paramilitares, los generales, y hasta por quien fue su mindefensa en los días brumosos de los “falsos positivos”, el infante don Juan Manuel.
Mejor dicho, a sus espaldas se producía un cataclismo y no se daba por enterado. Estaba bajo el influjo mefítico e invisible de las astucias de sus protegidos y dependientes. Una reencarnación de la virgen, como en la trova de Salvo Ruiz en respuesta a una de Ñito Restrepo: “tire una piedra en el agua; / abre y se vuelve a cerrar, / así pariendo la virgen, / doncella pudo quedar”.
Parece claro, aunque uno o dos de los implicados se niegan a verlo, que del escándalo de la multinacional Odebrecht no se salvan ni Santos, ni Zuluaga ni Uribe, tal como lo apuntó una periodista. Y esperemos que no se salven, asimismo, ni el grupo Aval, ni el exfiscal Néstor Humberto Martínez ni otros que estén conectados con las acciones subrepticias de la multinacional. Para todos, como dijo un poeta, hay que pedir castigo. O por lo menos que sean investigados hasta las “últimas consecuencias”.
Me llamó la atención lo que dijo María Jimena Duzán sobre el caso Zuluaga. Es una prueba, según ella, de desconfiar de los políticos que viven invocando a Dios. Está bien: son por lo menos sospechosos. Pero es que, en Colombia, la política se ha envilecido tanto desde hace años que no da para confiar en ningún político, sea que invoque a Dios o a todos los demonios.
