Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Cuando Los Beatles en un arrebato de megalomanía dijeron que eran más populares que el Cristo, muchos creyentes, aterrados al principio por la posible herejía, los miraron simplemente como unos muchachos que habían descubierto a tiempo las técnicas del mercadeo.
Sin embargo, alguien que se erigió sin querer como un “competidor” del nazareno en el siglo XX fue Franz Kafka, el más “popular” escritor, el más extraño, del cual más se ha escrito, hablado, preparado tesis, el más tergiversado, el más alabado, el más vituperado y sobre quien, ochenta y cinco años después de su adiós terrenal, se sigue escribiendo.
Un día de abril de 2004, conocimos en el auditorio del Cerro del Ángel, en Bello, a Guillermo Sánchez Trujillo, un profesor universitario que llevaba más de veinte años investigando la relación entre Kafka y Dostoievski. Sánchez, en una conferencia, comenzó a mostrar y demostrar cómo La Metamorfosis y El Proceso de Kafka provenían de Crimen y Castigo, del perturbador autor ruso.
El conferenciante condujo a los desconcertados oyentes por terrenos inesperados, al hablar de cómo el tiempo y espacio de la obra de Dostoievski sufrían transformaciones radicales en la novela de Kafka; de cómo la ciudad que se advierte en El Proceso no es Praga sino San Petersburgo. Dijo, por ejemplo, que Kafka se había valido de algunos capítulos y escenas de Crimen y Castigo para escribir un enigmático palimpsesto. Ese día, el profesor Sánchez, ante el estupor de la audiencia, compartió varios de sus hallazgos extraordinarios.
Guillermo Sánchez (las iniciales corresponden a las de Gregorio Samsa) continuó con su investigación, en la cual aplicó análisis matemático, diseñó métodos estadísticos y un genoma dostokafkiano, tradujo El Proceso, preparó y publicó una edición crítica del mismo y escribió varios libros en los que contaba de su descubrimiento maravilloso. Pero, por supuesto, cómo era un colombiano, en Europa y los Estados Unidos sus pares no le pararon bolas. Lo ignoraron. Qué tal un tipo de Medellín encontrar de dónde procedía parte de la literatura de Kafka. Ni riesgos.
Al descifrar los enigmas de los manuscritos kafkianos, Sánchez aportaba una interpretación muy original que ni siquiera el gran Elias Canetti había previsto. Los kafkólogos más encumbrados, como decir Reiner Stach, Klaus Wagenbach y Roland Reuss, guardaron silencio ante el revolucionario descubrimiento del profesor antioqueño, el mismo que se convirtió en una suerte de detective literario obsesivo. El mismo que podría ser una reencarnación tropical de Poirot, Dupin, Sherlock Holmes o Philip Marlow. Sánchez, de alguna manera, parece una invención kafkiana.
El 10 de junio de 2004, en una especie de buhardilla de la Universidad Autónoma Latinoamericana, de Medellín, el profesor Sánchez, nacido como Kafka un tres de julio, descifró los enigmas de los manuscritos de El Proceso. Un lustro después, ya se comienzan a reconocer el esfuerzo, la inteligencia y el rigor del investigador que, como bien lo señaló el escritor argentino Tomás Eloy Martínez “si fuera europeo, ya habría causado revuelo” (El Espectador, 06-12-2009).
La literatura, entre los numerosos asuntos bellos que posee, da la posibilidad de imaginar, de crear otras realidades, pero, a su vez, de volverse multisignificativa. Propicia a todas las interpretaciones. El hallazgo de Sánchez no es de poca monta. Contribuye a enfrentar lecturas diferentes de Crimen y Castigo y El Proceso; a renovar el interés en la investigación literaria y social en Colombia, un país que poca atención le presta a lo humanístico y con unos gobernantes corruptos y politiqueros.
Es bueno saber que haya investigadores como Sánchez, con una dedicación y sed de saber a veces más allá de lo verosímil, que le dan lustre a Colombia con aportes como los que él ha hecho. Como decía el filósofo de Otraparte, “hijueputa es aquel que se avergüenza de lo suyo”. Con los descubrimientos del profesor de Medellín tenemos motivos para –al contrario- exaltar lo nuestro.
Aquella tarde de abril, cuando Sánchez terminó su reveladora conferencia, muchos terminamos presos de una alegría frenética y alguien, a la salida, dijo que temía tener esa noche sueños intranquilos y despertares parecidos a los de Gregorio Samsa.
