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La paz, que, en la voz de don Quijote, “es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida”, es un resultado paradojal del uso de las armas.
Y, en un sentido dialéctico, y quién más dialéctico que el Caballero de la Triste Figura, la paz es el verdadero fin de la guerra.
El hombre que aspiraba a la justicia en todos los caminos, advierte en su Discurso de las armas y las letras, que las leyes no tendrían sustento sin las armas, porque con las “armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos…”. Las armas, que además tienen un poder de disuasión, se inventaron para las defensas, pero, al mismo tiempo, para los ataques, y el equilibrio entre unos y otros, es la paz, una categoría (filosófica, económica, política…) que debe tener un fundamento humanístico, una base en una mentalidad de largo aliento que contemple el bienestar colectivo y no la aniquilación del otro.
Don Quijote, que es una suerte de biblia, de colección de sabidurías y pragmatismos, discurre en un apartado de la primera parte sobre las letras y las armas, entendidas en este caso las “letras humanas” como el derecho. Y este, en el Renacimiento, “se contemplaba en general como una actividad meramente lucrativa”, como un ejercicio productor de provechos para sus oficiantes.
El caballero de la errancia distingue entre el estudiante y el soldado. “Alcanzar a alguno a ser eminente en letras le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez”, además de indigestiones y otros vahídos, en tanto llegar a ser “buen soldado” cuesta más que ser letrado. Hay que recordar que Cervantes también fue soldado y participó en la batalla naval de Lepanto (“la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”), de la que salió herido de arcabuzazos en el pecho y en la mano izquierda.
El discurso de don Quijote se realiza en un marco temporal en el que un caballero anacrónico, un justiciero, un “desfacedor” de entuertos, prodigador del bien y evitador del mal, se halla en desventaja frente a las nuevas armas. Él, de espada, lanza y adarga, no podría hacer nada, pese a que no conoce el miedo, frente a “instrumentos de artillería”, ante “la pólvora y el estaño”, elementos que, según él, podrían quitarle “la ocasión de hacerme famoso y conocido por el valor de mi brazo y filos de mi espada”. Los peligros a los que se puede enfrentar no los conoció caballero alguno “de los pasados siglos”.
Así, y por otra parte, que en el uso de las armas en el mundo de ayer y hoy, hay utilizaciones de las mismas para la búsqueda y defensa de la libertad, como para negarla. Hay armas que se dirigen a mantener el poder y otras a tumbarlo. Hay armas dispuestas para la consecución de justicia, mientras otras (que pueden ser del mismo calibre, marca, alcance, etc.) se alistan contra el pueblo y los desvalidos.
Más allá de la delirante visión quijotesca, las armas han sustentado leyes y también las han violado. Que, como se ha visto en teorías menos idealistas que las del derrotado (y victorioso) caballero manchego, “el poder nace del fusil”. O ciertos poderes se tumban a punta de armamento. Y en este punto podrían hacerse decenas de interrogantes: ¿para qué se inventaron las armas? ¿Desde cuándo se ha pensado en la destrucción del otro? ¿Por qué cada vez hay más fabricación y mercado de armas en el mundo?...
Y, en ese mismo sentido, ha habido un incivilizado culto a las armas. Por lo que puede ser parte del paisaje en determinados territorios que un tipo dispare su rifle contra una multitud, y otro contra los comensales de un restaurante, y el de más allá contra los concurrentes de un bar. Las armas en determinados contextos niegan el derecho, se oponen a las letras, pero, a su vez, las letras (no solo las del derecho, sino las de las literaturas, el periodismo, las humanidades) pueden ser un muro de contención contra las armas.
Alguna utopía contempla la desaparición de las armas. Llegará un momento en que no se requieran. Y cada que se pueda acallar su voz de mortandad, habrá un avance hacia esa lejana posibilidad. Así, que aterrizando en estas geografías, la dejación de armas de parte de un grupo que ha causado tanta desdicha y destrucción, es un camino para acercarnos a la paz, “el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida”.
