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El comunismo y Camila

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Reinaldo Spitaletta
19 de diciembre de 2011 - 04:14 p. m.
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Después de la caída del muro de Berlín surgieron preguntas sobre el significado de ser comunista o de haberlo sido. Desde mucho antes era una condición sospechosa.

Qué tal cuando decía alguien (se le atribuye a Churchill) que quien llega a los veinte años y no es comunista, no tiene corazón; pero quien a los cuarenta lo sigue siendo, no tiene cerebro. Y así surgió el macartismo y antes el fascismo y el nazismo, cuyo enemigo fundamental era el comunismo interpretado entonces por la Unión Soviética. Ser comunista era, para la reacción, ser aliado del diablo.


Ser comunista era (creo que todavía lo es) estar del lado del progreso humano, del conocimiento y contra las iniquidades y desigualdades sociales. Era aquel capaz de gritar contra la injusticia y en pro de los derechos, aquellos que Martí (que no era comunista) decía que no se mendigan ni se piden: se conquistan. Era aquel que, además, se devanaba los sesos para aportar en la lucha por el derecho al trabajo digno, a la salud y la educación, a la cultura. Luchaba, como ahora lo hacen algunos, por la reconquista de esos derechos.


Esta mañana, en una emisora, escuché a un periodista decir que la líder estudiantil chilena Camila Vallejo era muy bonita, pero comunista. Y para él eso le restaba méritos. El tipo, al parecer alumno de McCarthy, y a lo mejor simpatizante en otros días de la Triple A argentina, o de Laureano, el sujeto, digo, debe pertenecer a alguna suerte de inquisición, que en Colombia es de lo más común. El caso es que a la bella chilena, miembro de las juventudes comunistas, la eligieron como personaje del año en una publicación inglesa.


La “chapa” de comunista, que es un término desprestigiado, no da réditos ni créditos. Para el pasado presidente que tuvo este país de miserias sin cuento, era sinónimo de guerrillero. No falta el que te diga que si eres comunista entonces estás fuera de tono. Lo que se estila es ser neoliberal o neoconservador, que en la práctica es igual, que ya no estamos para romanticismos. Y menos para utopías. ¿Para qué ser comunista si el capitalismo es la máxima expresión del desarrollo humano? Y así por el estilo serás como el último mohicano, el último romántico, el penúltimo idealista, etc.


Decía alguien, de cuyo nombre no alcanzo a acordarme, que de las grandes ideas que ha tenido lo que se llama la “humanidad sufriente y pensante” el comunismo era una de las mejores. Por supuesto, ha habido otras más destacadas y necesarias, como la rueda, la conservación del fuego, la invención del alfabeto (cualquiera que éste sea), la formulación de la ley de gravedad, la relatividad, los conductores, pero en el campo de lo sociopolítico pocas ha habido tan interesantes. La idea es muy vieja y surge tal vez en el momento en que empiezan a aparecer las clases sociales.


El primer comunista moderno fue François Babeuf, periodista y agitador durante la revolución francesa. Era partícipe de la abolición de la propiedad privada, de la herencia y promotor de la colectivización de la tierra. Estudiando las desigualdades de la sociedad capitalista, sus contradicciones, la explotación social y la plusvalía, Marx va a ser el otro comunista moderno. Como lo decía un dirigente español, el comunismo hizo suyas viejísimas aspiraciones de la humanidad que padecía las opresiones y angustias. La libertad y la fraternidad deben darse entre iguales sociales.


El cuento es que cuando el humanismo (el comunismo lo es) se convierte en dogma, en una secta, en una capilla, todo se derrumba y se torna igual o peor que lo que atacaba. Sin embargo, ser comunista –hoy como ayer- significa ir en pro de la justicia social, de la construcción de una sociedad que no sea monstruosa como esa de los tentáculos económicos, políticos, mediáticos, que esclaviza a mucha gente.


Puede que mañana a Camila Vallejo la coopte el capitalismo. Pero decir que carece de méritos porque es comunista, es un exabrupto. Parafraseando a Twain, Dios y el diablo son comunistas: ambos han hecho lugares sabrosos, uno por el clima y el otro, por la compañía.

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