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El criminal Videla

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Reinaldo Spitaletta
28 de diciembre de 2010 - 03:00 a. m.
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En los primeros quince días de la dictadura militar argentina aparecieron, según los periódicos, 63 cadáveres.

Antes del golpe de estado, ese país era un caldo de cultivo del terrorismo estatal, con el surgimiento y consolidación de la anticomunista Triple A. Después, fue el infierno. Desde marzo de 1976, la junta, encabezada por Jorge Rafael Videla, se convertiría en una de las más sanguinarias de la historia mundial.

Se inició la era de los desaparecidos (treinta mil desde 1976 a 1983), pero también de los asesinatos políticos, como el del dirigente peronista Jorge Lisazo, despellejado vivo; el ex diputado Mario Amaya, desnucado de un golpe; otro ex diputado, Muñiz Barreto, asesinado a garrotazos. Se establecieron la tortura, la persecución indiscriminada, los asesinatos selectivos. Desde aviones militares se arrojaban presos políticos al Río de la Plata. El régimen del terror estaba en marcha.

En el primer aniversario del golpe de estado, el periodista y novelista Rodolfo Walsh (autor, entre otras obras, de Operación Masacre), a quien los militares le habían matado a su hija, que los combatía, publicó una carta abierta a la junta militar. En la misma, denunció las tropelías y dio cuenta de que hasta ese momento iban “quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados”.
El acto de libertad y valor de Walsh lo condujo a la muerte. Un comando de asesinos de la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma) lo emboscó en una calle porteña y lo desapareció. Sin embargo, su carta circuló como un testimonio de dignidad y coraje frente a la barbarie. Todavía causa pavor la presencia de los Falcons en los cuales se llevaban miles de hombres y mujeres para asesinarlos en los cuarteles. Aún producen escalofrío las imágenes de los frigoríficos en los que colgaban como reses los cadáveres de los capturados por los militares.

De varias maneras, el golpe militar de 1976, auspiciado por la CIA, revivió aspectos macabros del nazismo. Recordemos al novelista Primo Levi, cuando habla de la singular forma de “urbanidad” que se propaló en la Alemania nazi: “quien sabía no hablaba, quien no sabía, no preguntaba, quien preguntaba, no obtenía respuesta”. No abrir la boca, no ver nada, no escuchar. Y así se creaba la ilusión de que nada pasaba. Lo mismo en la Argentina, ante lo cual Walsh armó una cadena informativa, cuyas bases eran romper el aislamiento, preguntar, obtener información sobre desaparecidos, en fin, porque “el terror se basa en la incomunicación”.
Se sabe que el golpe militar de Videla y compañía se inscribió en los objetivos de la Operación Cóndor, diseñada y montada por los Estados Unidos para eliminar la “subversión” y el “terrorismo” en el Cono Sur. El resultado en la Argentina fue de espanto: más de treinta mil desaparecidos, cincuenta mil asesinatos, cuatrocientos mil encarcelados.

La dictadura argentina, además de los planes de represión y terrorismo de estado, fue montada como un proyecto económico por las clases altas, que incluso persiguieron miembros de la Iglesia que declararon su opción por los pobres. Los militares, como Videla, fueron los intermediarios y los ejecutores de los crímenes de lesa humanidad.
Jorge Rafael Videla, que había sido condenado hace años a cadena perpetua, pero fue indultado por Menem, volvió a sonar en estos días cuando sobre él recayó de nuevo la sentencia de prisión perpetua. Aquel mismo que utilizó el Mundial de Fútbol del 78 para esconder la ignominia, se declaró como un “preso político” y como una víctima del “terrorismo judicial”.

Para los milicos argentinos matar subversivos era una manera de “hacer patria”. El cuento era que, como lo dijera un general ibérico, “primero mataremos a todos los subversivos, luego a sus colaboradores, luego a sus simpatizantes, enseguida a aquellos que permanezcan indiferentes y finalmente mataremos a los tímidos”.
Walsh fue una de las miles de víctimas de un régimen asesino. Aquella larga noche de espanto no se puede olvidar para que, en efecto, el “nunca más” tenga vigencia. Con el caso del general Videla pasa, a veces, que la justicia tarda pero llega.
 

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