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Sombrero de mago

El discurso del monigote

Reinaldo Spitaletta
26 de julio de 2022 - 05:01 a. m.

“¿De qué estás desbarrando, viejo?”, se preguntaron algunos al escuchar el último discurso del hombre que fungió como presidente de Colombia en este cuatrienio que ya se agota. Había un ambiente de “corraleja” en la instalación del congreso, al que contribuyó con su sartal de embustes y desatinos el mandatario que descubrió, para asombro del mundo, que los enanitos de la historia de hadas eran siete.

Pudo haber sido la de Duque, de no mediar tantas tragedias y desmanes oficiales contra el pueblo colombiano, una función de guiñol, pero sin arte alguno. A quien se le conoció en estos cuatro años como el “subpresidente”, como el último deslucido trofeo del uribismo (o de aquella frase a modo de abracadabra: “el que dijo Uribe”), se despaturró con un sermón que, en las bancadas opositoras, suscitó coros de “¡mentiroso, mentiroso!” y provocó enfebrecidos cánticos de “Duque chao, Duque chao”, con la parodia de la célebre canción antifascista de los partisanos italianos de la Segunda Guerra Mundial.

El pasado 20 de julio, fecha de conmemoración de nuestra primera independencia, Duque se despachó sin empacho alguno sobre un inexistente país de Jauja, producto de su especialización en demagogias. “Yo no sé si el Presidente Duque en su discurso describe a Suiza o Dinamarca, porque en Colombia hay 22 millones de pobres muriendo de hambre”, declaró el excandidato presidencial Rodolfo Hernández.

El impopular gobernante, con más del setenta por ciento de antipatías, según algunas encuestas, tuvo que gritar en buena parte de su intervención “veintejuliera”, dado el abucheo y las rechiflas opositoras. Y aunque la claque uribista aplaudía las barrabasadas del funcionario que llegó al poder con apoyos non-sanctos, como la denominada “Ñeñe-política”, el escenario se poblaba de repulsas a varias voces y de fotografías de líderes sociales asesinados durante este gobierno, dentro de cuyos propósitos funestos estaban los de “hacer trizas” el acuerdo de paz, suscrito con las Farc en 2016.

La caída del telón duquista, en una alocución plena de inconsistencias y fantasías, evidenció las trapisondas y engañifas a granel de un gobierno que se puso desde siempre en contra de los más necesitados y del lado de magnates y otros oligarcas. Las cifras, dadas inclusive por organismos oficiales, como el Dane, que él quiso disfrazar en su intervención, no lo favorecieron en sus amagos de adulterar la realidad.

Durante el gobierno del que para muchos solo fue un pelele del poder financiero se presentaron, según Indepaz, 231 masacres con 287 víctimas; aumentaron la informalidad laboral y la tasa de desempleo a niveles de pánico; la devaluación alcanzó records desmesurados y el país tuvo la mayor inflación de las últimas cinco décadas, de acuerdo con datos suministrados por el Banco de la República.

El gobierno de Duque fue “pera en dulce” para unas minorías de banqueros y otros cuantos privilegiados que son los dueños del país, y un infierno dantesco para las inmensas mayorías de despojados, que en este régimen sufrieron miserias sin cuento. Claro que, según él y su delirante (e hilarante) discurso, este fue el gobierno “que ha brindado más tierras a los campesinos de Colombia”. Además de risas burlescas, sus afirmaciones sin sustento en la realidad dieron pábulo a los estribillos de “¡mentiroso, mentiroso!”.

“El cinismo de Iván Duque a esta hora en la instalación del Congreso no tiene parangón. Un sinvergüenza. No hemos parado de llamarlo “mentiroso” en el recinto. Se va por la puerta de atrás.”, dijo la congresista María Fernanda Carrascal, al tiempo que Iván Cepeda, ahora senador gobiernista, trinó lo siguiente: “Oyendo al presidente Duque en el Congreso: nunca había escuchado tal cantidad de mentiras en tan poco tiempo”.

En este período presidencial, en el que las políticas antipopulares se desplegaron con descaro y sin contemplaciones por los vapuleados por las miserias, el descontento masivo y los movimientos de resistencia a las tropelías del poder alcanzaron picos altos en el paro nacional y en la derrota de la agresiva reforma tributaria, tumbada por la desobediencia popular, junto con el minhacienda que la impulsaba.

Con el asesinato de 930 líderes sociales y defensores de derechos humanos en este período, el gobierno Duque termina con una mácula oscura en su actuación. Poco o nada le importaron esos crímenes. Más bien, y sin ocultar su solemne estolidez, ante tantas muertes e inseguridades en campos y ciudades, lo único que se le ocurrió fue disfrazarse de policía (¿se acuerdan?) o ponerse uniforme verde militar. A tanto llegó su desprestigio, que ni el “presidente eterno”, que lo nombró, volvió a mencionarlo.

El monigote “subpresidencial”, que con sus desastrosas gestiones abonó el camino del triunfo electoral del Pacto Histórico, cerró con un concierto de pitos y una especie de desmadre de plaza de mercado su discurso de atorrante. “Esta mañana he despertado y hemos sacado al impostor… Duque chao, Duque chao”, se oyó cantar al final de la insolente perorata del muñeco que, además, se quedó sin ventrílocuo.

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