Se cumplió el primer milenio de nuestra era y el mundo no se acabó, pese a todos los anunciadores de catástrofes.
Llegó el segundo milenio, y tampoco. Las casandras fracasaron. Hoy, en tiempos de apocalipsis, se acerca, según los mayas, pero sobre todo según los horoscoperos, los visionarios de bola de cristal, los charlatanes de todos los pelambres, incluidos los nostradamus de pacotilla, se acerca, dicen, el fin del mundo.
Así que para el próximo 22 de diciembre de 2012 –de acuerdo con la predicción- no habrá tierra y tanto el gran imperio como sus colonias y satélites no estarán más. Sin embargo, el mundo se está acabando hace rato: tsunamis, terremotos, recalentamientos globales, envenenamiento de la atmósfera, petróleo regado en el mar y un infinito etcétera de desastres causadas por transnacionales, por el capitalismo salvaje, por las ansias de dominio de unos cuantos para ser dueños del infeliz planeta.
Ni siquiera cuando llegó 1984, anunciado por Orwell como el fin de la libertad y de la historia, había tanta expectativa. Claro, el novelista inglés acertó en muchos asuntos: en la ubicuidad del poder, en su vigilancia y control, en la presencia múltiple del Gran Hermano, pero, al fin de cuentas, el mundo siguió andando con su carga de desamparos e inequidades. Los terrores apocalípticos, las enfermedades, las hambrunas, tantas señales de los tiempos, no han podido acabar con este insignificante lugar en el infinito estelar.
Los agoreros están de fiesta. Se llenan sus bocas (y sus bolsillos) con la profetización fatal. Vendrán más catástrofes climáticas y se derretirán los hielos con lo cual se inundarán las ciudades costeras, tan sabrosas para el turismo. Viéndolo bien, eso tendría mucho de positivo; por ejemplo, un equilibrio ecológico. Y si así ocurriera, si el mundo llegara a su fin atendiendo a un vaticinio de los maravillosos mayas, ya no habría por qué preocuparse.
Nos libraríamos (bueno, es un decir) de la demagogia de Obama, de la crisis europea, de la comida chatarra, de los Mcdonalds, de la globalización de la estupidez, del mal gusto de los mafiosos colombianos y de otras “carangas resucitadas” y en este punto o antes cada cual puede agregar miles de asuntos, que a veces es bueno pensar con el deseo. Así, mientras llega el día señalado, es bueno seguir comiendo y bebiendo y cantando, por si las moscas.
Es fama la sabiduría maya. Astrónomos, matemáticos, arquitectos. Eran capaces de anticipar todos los eclipses de sol hasta el infinito, como bien lo narra el cuentista Augusto Monterroso. Incluso, todo el aspaviento armado en torno al fin de los tiempos, podría ser aprovechado de modo positivo, por ejemplo, para estudiar a fondo la cultura maya, y azteca, y chibcha, y los incas y los egipcios y los babilonios, etc. Todo esto, para no darle cabida a la superstición. Ni a los interesados en sembrar miedos colectivos.
Al cuento le han sacado partido y lucro, por ejemplo, algunos monopolios de comunicación, tales como los Discovery, los History channel, y en general periódicos y emisoras, todos con un toquecito de “ciencia” que las más de las veces no pasa de ser “pseudociencia” y montajes bufonescos. Por estos días florecen los círculos de misterio, los clubes de mentalistas y adivinadores, los brujos y vendedores de amuletos…
Con todo el airecillo enrarecido de la predicción, el fin del mundo puede ser la posibilidad para que terminen las hecatombes económicas ocasionadas por el capitalismo, las hambrunas en África y otras regiones, las injusticias sociales; para que se hunda la opulencia grosera de los magnates financieros y se vayan a pique la Casa Blanca y el Pentágono. Oh, este año sí, como dicen los hinchas de algún equipo sin fortuna.
Por ahora, han ido quedando atrás, en la historia de las profecías fallidas, los avisos de Nostradamus, los de alguna papisa, los terrores que hubo por la conjunción de ocho planetas del sistema solar en 1962… Es probable que lleguen estallidos de bombas atómicas y que el planeta siga en declive. Así que, como decía doña Juana, muchachos y muchachas a aprovecharlo todo porque el mundo se va a acabar.