Me parece, sin muchas reticencias, que una manera de solucionar buena parte del conflicto en el Medio Oriente, en particular en la Franja de Gaza, es que Benjamín Netanyahu comience a construir allí, y por qué no, también en Israel, digamos en Tel Aviv, guarderías para niños palestinos. Y que sea el mismo funcionario, acusado por toda la gente sensata del mundo como un genocida, quien se encargue de prepararles los alimentos y, a los más pequeños, cambiarles los pañales.
Se vería muy “titino” y paternal el primer ministro aseando los cuartos y las camas de los supérstites niñitos palestinos y tal vez, después de este ejercicio humanista, podría hasta cambiar su concepción de que estas criaturas –olvidadas de Dios y de otros imperios y personalidades “democráticas”– son terroristas desde la cuna, por no decir desde que ya están en el vientre de sus madres, casi todas ya asesinadas por la violenta barrida del ejército israelí. A esa soldadesca se le ha visto, tras sus ejecuciones, en un travestismo sádico, ponerse trajes de las madres palestinas y jugar de modo burlesco con alguna pelotita u otro juguete (raro que un niño palestino juegue) de los destripados muchachitos de la martirizada franja.
Pudiera ser, digo, un modo de “ablandar” el corazón del sujeto que, como si fuera una broma macabra, acaba de proponer que a Donald Trump le concedan el Premio Nobel de la Paz. Ambos, que pudieran ser diestros carniceros, declaran que “la guerra es la paz”, como en una novela de George Orwell. Y, sin vergüenza alguna, se enorgullecen de que el genocidio que están cometiendo –la “limpieza étnica” practicada en Gaza– es uno de sus logros, que no solo a uno, sino a ambos, los haría merecedores del galardón, que también tiene una historia tenebrosa.
Trump, una especie de destripador, no se anda con eufemismos y hace poco declaró que ha hecho una enorme contribución a la “paz mundial” (qué vaina será eso) al haber utilizado las bombas “más grandes que hemos arrojado sobre alguien” en el reciente bombardeo a Irán. No se olvidó tampoco de su colega Truman, que mandó dos “bombitas” atómicas contra Nagasaki e Hiroshima, con lo que, según el bárbaro de pelo anaranjado, “se evitaron muchos combates”. Ah, dicen por ahí que lamentó mucho que el “regalito” que le dieron a Irán no tuviera cargas nucleares.
En todo caso, parece que el genocidio de Gaza, del que se ufanan los que pudieran ser los galardonados próximos, da créditos y réditos a los autores. Les pone alas de aves de rapiña y los ubica en la parte más alta del pedestal de la agresión imperialista a los pueblos del mundo, en particular, como sucede hoy, al palestino. Y como si fueran dos monjitas de la caridad, o dos benefactores de los desposeídos, uno, Netanyahu, le dijo al otro cordero sobre el Nobel de la Paz: “es bien merecido y deberías recibirlo”.
En otros tiempos, tan fatídicos como los de hoy, alguien, más bien en tono de sátira, propuso que el Nobel de la Paz se le confiriera a Hitler. “Probablemente Hitler, si no es molestado y dejado en paz por los belicistas, pacificará a Europa y posiblemente al mundo entero”, decía la propuesta del sueco Erik Brandt. Eso fue en 1938. Acordémonos que en la Conferencia de Múnich, Inglaterra y Francia y otros países se arrodillaron ante el Führer y ya sabemos lo que pasó después.
En este caso, la propuesta del matarife israelí es en serio, nada de bromas. Desea que a su similar gringo le obsequien la presea, devaluada y todo. Y, de rebote, por qué no, también él sea recompensado. Se lo merecen por su aporte de bombas y otras matanzas a los “procesos de paz”. Si se los han dado a matachines como Kissinger, al terrorista Menachem Begin, solo por mencionar a un par de premiados, por qué no dárselo a estos patanes genocidas. Se dirá, nada raro, que están limpiando el mundo de “enemigos de la paz” y que van a dejar muy aseada la Franja de Gaza, para que llegue por oleadas el turismo mundial.
Para que el premio tenga alguna justificación, podría ser que Trump, tan misericordioso, se pusiera a construir refugios bien dotados para inmigrantes, lo que sería algo así como si un pederasta, civil o eclesiástico, pudiera montar kínderes, escuelitas de monaguillos, salas de piñatas infantiles… Es una ocasión única para que ese palmarés, tan venido a menos, se desprestigie del todo y se lo gane un funesto violador universal de los derechos humanos.
Un maleante como Netanyahu podría, a su vez, conducir una “abuelita” con un niño palestino adentro. Claro que podría desde lo más alto de unas escalas, como las de Odessa, echarla a rodar en medio de bombas y disparos. Se haría acreedor al apachurrado “nobelito” de paz.