Publicidad

El nuevo fascismo del consumo

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Reinaldo Spitaletta
31 de marzo de 2015 - 03:17 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

¿Qué relación puede haber entre los pistoleros que asesinaron a caricaturistas y periodistas de Charlie Hebdo y el copiloto Andreas Lubitz, que provocó el estrellamiento de un Airbus A320 y mató a ciento cincuenta ocupantes?

Puede ser la misma que existe entre un paramilitar que juega al fútbol con la cabeza de una de sus víctimas y un jovencito que observa videos de desalmados que descuartizan a un hombre.

Más allá de la estupidez humana, que puede producir alienados como los que persiguieron las riquezas del legendario El Dorado y perecieron en el intento, o tontos que babean frente a un reality, el sujeto está hecho trizas por las imposturas del consumo y la caída vertiginosa de la importancia del pensamiento y otras facultades analíticas y racionales. Hoy, el dios del mercado (antes eran otros los dioses y también otros los feligreses) se yergue en su trono de impudicia para convertir a los individuos en un rebaño de obediencias y sometimientos.

El sujeto, aquella categoría con conciencia de sí, con elementos críticos relacionados con la personalidad y la identidad, ha perecido frente a la fuerza masificadora de los presuntos placeres del consumo. Ya lo advertía Fernando González cuando oponía la vanidad (como elemento vacío, de simulaciones y apariencias, lo vano y desprovisto de carácter) a la egoencia, como autoexpresión, que no da para sentir vergüenza de lo propio: ni de sus padres ni de sus instintos.

Hace poco, un profesor de secundaria me contó que hasta el colegio llegó un padre de familia para denunciar a su hijo. Lo encontró en el cuarto presenciando, casi en éxtasis, imágenes dantescas de asesinos que despellejaban a un ser humano. En medio de la conmoción, el papá agregó que en el muchacho no había ni señales de culpa, ni de cuestionamientos a la barbarie del video, sino más bien una suerte de indiferencia con la víctima y de placer por lo que en aquel se mostraba.

Una de las conexiones que el sistema busca aislar en el sujeto de hoy, sometido a un blanqueo mental, es la de la solidaridad. Hay que hacer desaparecer cualquier intento de respaldo, de acción mancomunada que pretenda identificaciones con los que sufren, con el perseguido, con el desamparado. Hay que evitar que se piense en el otro en el sentido de que puede requerir alguna ayuda, un apoyo. Y suprimir la suma a una lucha común por reivindicaciones y defensa de derechos.

El consumo, pese a que es un proceso masivo, aísla al individuo. Lo pone como la esencia y centro del mismo. “Consumo, luego soy”. Se es en la medida en que se tenga acceso imparable a mercancías, en que se pueda acceder a la condición de consumidor (de basura, de mensajes publicitarios, de lo suntuario, de lo innecesario, etc.), y en este punto pensar, cuestionar, analizar, criticar, ya se convierten en parte o de una arqueología o de comportamientos de seres anómalos. En la concepción del rebaño, serían acciones de ovejas negras, que hay cuando menos que echárselas a los lobos.

Con la caída del sujeto (el que otorga importancia al pensamiento, las artes, la literatura, y aquí me acuerdo del escritor Philip Roth cuando anunciaba la muerte del lector), se desencadena el dominio del cuerpo con sus pulsiones, sus violencias y sus búsquedas de placer individual. Se esfuma el sentido de lo colectivo, de lo social en el aspecto de la unión para responder a las agresiones, y entonces prima el yo, el redivivo narciso. O, en el caso del piloto alemán, el nuevo Eróstrato, que quiso hacerse célebre (inolvidable) con la quema del templo de Artemisa.

El sujeto (a diferencia, por ejemplo, del soldado, que es un consumidor de órdenes) no está para obedecer. Las órdenes las analiza, las cuestiona, las pone en duda, en fin, pero no las sigue o cumple a ciegas. El siglo XX, tal vez el más sangriento de la historia, comenzó a destruir al sujeto. El fascismo es quizá su máximo exterminador. Hoy, un nuevo fascismo es el que torna similares (en su salvajismo e irracionalidad) al paramilitar, a los yihadistas franceses, al aviador alemán y al muchachito espectador de videos “extremos”. ¡Ah!, claro, y a los que lo grabaron y a los que en él fungen como asesinos. Que la virgen de Lovaina nos ampare.

Conoce más

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.