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Volvemos a Shakespeare, porque lo necesitamos. Porque es guía. Porque, como dijo Harold Bloom, es, en sí mismo, un canon. El canon. Y más cuando habitamos un país como Colombia, con unos políticos carcomidos por la vulgaridad, el crimen, la corrupción, las ansias infinitas de poder a toda costa. Una vulgaridad en el tratamiento con la gente, con los trabajadores, con los sin tierra. A quienes se les persigue y mata. El bandidaje unido a las triquiñuelas del poder.
Sí, sobre el poder —cómo dilucidarlo, cómo cuestionarlo— es que necesitamos a Shakespeare cada vez más. Aunque otro pudiera decir que también nos puede iluminar Erasmo de Rotterdam, aquel mismo señor, filólogo, filósofo, teólogo y humanista que dijo que “la paz más desventajosa es mejor que la guerra más justa”.
En Colombia, el poderoso que ha cometido, aparte de sus patrañas arribistas, diversas violaciones a la ley, que ha manipulado, engañado, estafado, vendido la “patria”, en fin, no abdica. No renuncia. Se afianza. Como decían las señoras en la tienda: “Aquí los delincuentes caen de para arriba”. Y —casos abundan— tras su trayectoria criminal-delictiva-corrupta, se santifican. Les titila la aureola. Y hay que prenderles velitas. Y hacer campañas y novenarios para la beatificación.
Otelo, volviendo al bardo de Stratford-upon-Avon, nos puede servir para saber que estamos repletos de yagos, de tipos sin principios morales, que aman el poder, que es, como bien lo supo el poeta, ser amantes de la maldad. Taimados e insidiosos, recorren los pasillos de las casas de gobierno, de los congresos, de los bancos, de las catedrales... Antígona, en la tragedia de Sófocles, ya lo tenía claro. Es imposible saber sobre el alma, los pensamientos y sentimientos de un hombre si no se le ha visto en el ejercicio del poder.
Cuando más “maldadosos” son los poderosos, más ascienden. Y más se afianzan en su trono. ¿Quién es más tirano, Ricardo III o Coriolano, Macbeth o Julio César, Enrique IV o Enrique V? Y el rol del asesinato, del uso de las astucias y conspiraciones para después dar el “fierrazo” final, es una constante del poder político y el genio inglés bien lo desarrolla en muchas de sus tragedias y comedias.
¿Y sí será útil volver a Shakespeare en medio de las bajezas del poder en Colombia, de las retículas que unen a magnates con otros manipuladores? ¿Sí nos podrá aclarar todo un engranaje de perversiones, de estragos contra el erario, de desajustes en contra de los más necesitados, de los que son víctimas de una tragedia que, por repetida, se ha vuelto una bufonada? No sé. Pero se puede intentar, al menos como un ejercicio mental que puede dar luces sobre lo más oscuro del hombre.
De otra manera, puede ser más bien que el gran “inventor de lo humano”, de haber conocido a todos los malhechores de cuello blanco que han trascendido en estos lares tórridos, desde presidentes, ministros, fiscales, procuradores y otras larvas, de seguro se hubiera dedicado a contar chistes o a hacer stand-up comedy.
A qué género —¿tragedia, comedia, entremés, sainete? — corresponde el hecho de una numerosa y fogosa marcha nocturna con linternas que exigía la renuncia de un fiscal general, calificado de “hampón” por uno de los más destacados periodistas investigadores colombianos, que algunos noticiarios ignoraron, otros la calificaron de “lánguida”, y uno apenas sí le dio la dimensión real que tuvo. ¿La prensa como farsa?
Después de ver en El Espectador del pasado domingo la foto del fiscal, relajado, con sus carnes al sol en una playa de Curazao, en momentos en que en Colombia se armaba una movilización en su contra para exigir su renuncia, me pareció que había que buscar en las obras del eterno genio inglés algún personaje que encajara en esta conjunción del cinismo y lo grotesco.
Las significativas marchas y plantones del viernes 11 de enero también contaron entre sus participantes a los empleados de la rama judicial. “La renuncia del fiscal general se hace impostergable debido a que la entidad que lidera se debe caracterizar por la imparcialidad, autonomía e independencia en los procesos que se surten para erradicar la delincuencia y la corrupción en el territorio nacional”, señalaron los de Asonal Judicial, según una cita del periódico El País, de Cali.
Quizá apenas el fiscal esté en proceso de descararse la bronceada. A lo mejor se ría de su impopularidad y de las marchas. Y no renuncie. Como tampoco renunció Carrasquilla. Ni otros funcionarios que han sido demolidos por los hechos y los argumentos. Y han seguido ahí, burla burlando. No sé cuál pueda ser el personaje shakesperiano que haga juego con las actuaciones del fiscal general de la nación. Que Falstaff nos ayude a reírnos del ordinario vodevil nacional.
