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Cuba, durante buena parte del siglo XX un burdel de la burguesía norteamericana, hoy vuelve a tener relaciones diplomáticas con los Estados Unidos, en un acercamiento sin precedentes, que confirma, quizá, el fin de la Guerra Fría.
Después de la guerra entre Estados Unidos y España (1898), Cuba quedará bajo la férula gringa (todavía E.U. es dueño de Guantánamo), que mantiene allí una republiqueta, con períodos de horror, como los del dictador Gerardo Machado, en los treintas.
Una rebelión popular, con más de doscientos mil trabajadores en huelga general, dio al traste con la dictadura machadista, pero el pueblo no pudo tomarse el poder, debido a las intervenciones norteamericanas. Entre tanto, otro títere se viene preparando para convertirse en dictador: Fulgencio Batista, que ya en los primeros días posteriores a la dictadura de Machado, se entrena como golpista. Y a partir de 1952, la isla de Martí tiene en su historia un nuevo sátrapa.
El régimen de Batista, que se alía con las mafias norteamericanas y además abre las puertas del país a la explotación de minas y otras fuentes de riqueza a compañías estadounidenses, se caracteriza por la represión permanente, el bajo nivel educativo del pueblo y los trabajadores, y la conversión de Cuba en una colonia yanqui, pero, a su vez, en un atractivo prostíbulo. La isla se llena de cabarets que van más allá de las ardientes y musicales noches del Tropicana.
Y es ahí, en ese contexto histórico, cuando aparece el asalto al cuartel Moncada (1953) y el nacimiento del Movimiento 26 de Julio, liderado por Fidel Castro, que, desde México, y en compañía de 82 expedicionarios, entre ellos Camilo Cienfuegos, el Che Guevara y Raúl Castro, aborda el Granma. En la Sierra Maestra se acopla la táctica de guerra de guerrillas, apoyada por el pueblo, y el primero de enero de 1959, triunfa la Revolución cubana, la primera en su género en América Latina.
Castro y otros barbudos se erigen en leyenda. Al principio, Fidel se manifiesta como un liberal que luego, y debido a la injerencia y constantes atentados de los norteamericanos, se convierte en comunista. Cuba rechaza y abate a los invasores progringos de Bahía Cochinos y después comienza a girar en la órbita soviética. La Urss, ante el bloqueo impuesto por los Estados Unidos, calificado por muchos pueblos del mundo como un bloqueo criminal, les compra el azúcar a los cubanos, pero, a su vez, los utiliza como punta de lanza contra las políticas expansionistas de Washington.
En 1962, sucede la crisis mayor entre Cuba y E.U. Ante informes de inteligencia de que los norteamericanos se proponían invadir la isla y derrocar el nuevo régimen, Rusia, a petición de Fidel Castro, construyó una base de misiles ofensivos, que sacó de quicio a Estados Unidos, con John Kennedy a la cabeza. El mundo estuvo en ascuas y muy cerca de un conflicto bélico atómico. Nikita Kruschev, el líder soviético, mandó a retirar la misilería instalada en Cuba, y entonces Fidel Castro azuzó al pueblo para que se manifestara: “¡Nikita, mariquita, lo que se da no se quita!”. Eran los días en que la denominada Guerra Fría se calentaba, con hechos como la invasión norteamericana a Vietnam y la injerencia de la Casa Blanca en América Latina, donde ponía y quitaba dictadores a su amaño.
Cuba, una insignificancia ante el poderío militar norteamericano, continuó con su gritería antiimperialista, y sumida en las necesidades sociales, debido, de un lado, al embargo gringo, y de otro, a la miope visión castrista de no haber desarrollado industria y de su dependencia, en otras calendas, del denominado socialimperialismo soviético. Como sea, el pueblo cubano logró sobreponerse a todas las medidas, irrespetuosas de la soberanía del país, del imperialismo yanqui.
La revolución de 1959 desalojó de Cuba a los gringos y sus quilombos, prendió velas de esperanza en pueblos de América Latina, África y Asia, y después, pese a conquistas populares en educación y salud, se diluyó en otra expresión de tercermundismo económico. Sin embargo, sobresale la dignidad del pueblo cubano, que todavía no se arrodilla ante la naturaleza neocolonialista de Washington.
La normalización de relaciones entre Estados Unidos y Cuba, tras cincuenta años de toma y dame, es una noticia histórica. Y como el imperio no tiene amigos sino intereses, hay que esperar a ver cuáles son los que más le convienen en esta nueva fase. Por ahora, con Martí, los cubanos cultivan su rosa blanca, tanto para el amigo como “para el cruel que me arranca / el corazón con que vivo”.
