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Me parece que fue el poeta argentino Ricardo Ostuni quien dijo que Gardel era un milagro de eterna contemporaneidad, y es lo que, a 90 años de su muerte de fuego y avionazos en Medellín, sigue vigente. Gardel, que pertenece al misterio, al mito y a la historia, es un artista, o es, como dicen por ahí, entre las sombras, un iluminado. No puede haber silencio en torno a su figura y vasta trayectoria, a no ser en aquel tango suyo sobre la Primera Guerra Mundial. Después de su fuego eterno, su presencia vive animada por la discusión enfebrecida y apasionada.
Su estampa, su naturaleza de cantor, de fundador, de artista pionero en tantos aspectos, crece con el tiempo, se multiplica, y también su estatura está acorde con las controversias a su alrededor. Que es francés, que es uruguayo, que es masón, que era conservador, que era un revolucionario, que era homosexual, que era un donjuán, todo cabe dentro de la mitología gardeliana, de un lado, y, sobre todo, dentro de aquello a lo que hay que seguir convocando, como lo reclamó siempre José Gobello, el ilustre lingüista de la Academia Porteña del Lunfardo: hay que sacar a Gardel del anecdotario y matricularlo en la historia.
Pero mientras algunos, que incluso han seguido propuestas metodológicas como la de la teoría de los indicios, promulgada por el historiador italiano Carlo Ginzburg (El juez y el historiador), investigan para detectar cuál fue el lugar de nacimiento, quiénes fueron sus padres, el Gardel del mito, que empezó en vida de la estrella, se acrecienta, en particular en la cultura popular (que no debe confundirse con la “incultura” popular e incluso de élites).
Mito e historia, dos materias que acompañan la trascendencia gardeliana. Y entre esas categorías, hay detractores y millones de admiradores. Y puede haber, en medio de las calenturas que suscitan los alegatos alrededor de la abundancia de aristas de “la cuestión Gardel”, griterías y sacudones, hasta momentos en que haya contrincantes que se vayan a los puños por el Zorzal Criollo (el Mago, el Mudo, el Morocho del Abasto…).
Hace años leí un artículo de una uruguaya, Rosalba Oxandabarat (los uruguayos han escrito mucho sobre Gardel, tanto que la mayoría lo considera su compatriota), en el que planteaba que cuando se encuentran un botafuego y un gardeliano de ley en una palestra de divergencias, puede ocurrir una debacle. Decía ella que nadie se pelea así por Pierre Boulez ni por Chico Buarque (y creo que ni por Frank Sinatra, Edith Piaf o Los Beatles, porque por Piazzolla, sí, eh avemaría).
El que está en contra de Carlitos dirá que por qué los de una secta finisecular dijeron que el único ser humano que merecía ser clonado era Gardel, o por qué, en su vocalización, decía “carpana” y no “campana”, y así hasta el infinito. El que ha estudiado algo o mucho del astro dirá que tenía impostación natural, que no desafinaba jamás, que fue un precursor, etcétera, y que tuvo admiradores como Caruso, Zitarrosa, Onetti (Borges no), Aznavour, Bing Crosby… “Nadie cantó ni cantará como él”, se escuchará decir.
Y habrá, al mismo tiempo, quien lo detesta por eso, por pertenecer al mito, y quien lo ama porque es un mito fundamental, por no decir fundacional. Habrá quien opine que en vida estuvo muy distante de ser “un ídolo de las masas populares” y que las “películas y la muerte le otorgaron una fama multitudinaria que nunca antes había conocido”, como lo afirma Juan José Sebreli.
Y habrá también otras razones, que lo ponderan y alaban, como “esa mágica percepción del pueblo para reconocerse en ciertos arquetipos y entronizarlos”, como lo dijo Ostuni. A Gardel —lo planteó Gobello— se le transfiere desde la visión popular apostura, sensibilidad, voz, “todo en grado superlativo”. El mito promueve los deseos, las aspiraciones, lo que todo el mundo quisiera ser en el sentido de lo más elevado, lo que contiene cualidades y se vuelve paradigmático, ejemplarizante.
No deja de ser una maravilla, y motivo de reflexiones, que un cantor, un artista muerto hace noventa años, siga siendo nuestro contemporáneo. Ser un Gardel es ser alguien con las máximas capacidades en su campo. Hace años, en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín estuvo disertando el arquitecto Nelson Bayardo, uno de los más importantes investigadores de la teoría del Gardel uruguayo. Y parte del público, en medio de la histeria, no solo lo abucheó, sino que lo insultó y amenazó con que se fuera de la ciudad.
Es importante que el pueblo latinoamericano tenga un referente de esa naturaleza, alguien que encarna cualidades extraordinarias y se asienta en el estatus de la identidad. Se subvirtió a sí mismo, se inventó, se elevó entre las llamas y continúa ardiendo. Cada uno lo crea y recrea a su medida. Es fábula, es historia. Es Gardel.
