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Geopolítica del ébola

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Reinaldo Spitaletta
28 de octubre de 2014 - 02:00 a. m.
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Las riquezas naturales se constituyeron, ¡qué paradoja!, en su peor enemigo.

África interesó a las metrópolis colonialistas europeas y ahora a las transnacionales, casi todas norteamericanas, por sus diamantes y otros minerales. Si alguno de sus dictadorzuelos ha sido un depredador de sus semejantes, qué importa. Solo interesa que sirva a intereses extranjeros. Si alguno de sus tiranuelos come carne humana, o si tortura y mata a sus opositores, qué diablos. Nos sirve a nosotros, los imperialistas.

El apartheid y sus perfidias, sus horrores e inhumanidades, fue bien visto por las superpotencias. África, extenso coto de caza de naciones imperiales. Durante más de cuatrocientos años, el comercio de esclavos se erigió como una de las infamias más escabrosas de la historia. Casi 30 millones de personas fueron secuestradas y transportadas a América en condiciones de espanto.

Como dice Ryszard Kapuscinski en Ébano, los traficantes de esclavos (portugueses, holandeses, ingleses, franceses, norteamericanos…) despoblaron el continente y “lo condenaron a una existencia vegetativa y apática”. La ideología de estos comerciantes se fundamentaba en el irracional principio de que el negro era un “no-hombre”, seres sin alma; es más, más alma tienen los piojos y los perros, como afirmaba en días tenebrosos algún inquisidor español.

Los africanos han sido vistos como apestados, carne de cañón, marginales. Su presencia en Europa en los últimos años, ha provocado en los antiguos colonialistas una visión discriminatoria, una suerte de odio al inmigrante, a aquel cuyos antepasados fueron víctimas de la expoliación y el arrasamiento. Incluso la que había sido en otros días una contestataria y revolucionaria periodista, Oriana Fallaci, mostró sus entrañas racistoides y fascistas cuando Italia comenzó a ser huésped involuntaria de miles de africanos y de musulmanes (ver La rabia y el orgullo).

Y África vuelve a estar de nuevo en la palestra noticiosa por el virus del Ébola, que se detectó desde 1976; pero la producción de una vacuna no ha interesado a las transnacionales de la química farmacéutica porque no es rentable. Según la organización Médicos sin Fronteras, el virus en mención es sobre todo peligroso cuando se trata mal. “Las personas mueren por deshidratación o hemorragias, pero el tratamiento consiste entonces sencillamente en hidratar o en someter al paciente a transfusiones, no en darle una vacuna ni un hipotético medicamento”, dijo a Le Monde Sandrine Cabu, vocera de esa entidad.

Parece que el tratamiento del virus (que se transmite por contacto directo) consiste en respetar medidas simples de higiene, nutrición adecuada y acceso a fuentes de vitaminas C y D. Países como Liberia, Guinea y Sierra Leona, donde han muerto unas dos mil personas por el ébola, deberían tener una adecuada infraestructura médica y educativa, de la cual carecen, según dicen.

Sembrar el pánico en torno al ébola puede recordar al de la gripe aviar en 2005 y el de la gripe porcina, en 2009. Las transnacionales de la química farmacéutica (como Glaxo, Merck, Pfizer y otras) suelen aprovechar las situaciones de “pandemia inminente” para manipular a la opinión pública y producir tratamientos que, por lo demás, tienen dañinos efectos secundarios, como sucedió con el “milagroso” Tamiflu, contra la H1N1, que le dejó a su productor millones de dólares de ganancia.

Nada raro que ahora que un gringo se contaminó de ébola, las transnacionales de la química farmacéutica invadan los mercados de América Latina y otros territorios con medicamentos para el efecto, al tiempo que se sigue distribuyendo la imagen del africano vampiro, apestado, peligroso, al que no se puede dejar entrar a Europa o Estados Unidos, porque es un portador de malignidades.

Este síndrome del terror, con paranoias y psicosis colectivas, ya se instaló en la misma África, donde algunos gobiernos han cerrado sus fronteras, movilizado ejército y ordenado disparar a quienes se atrevan a cruzar. Se ha sometido sin razón a cuarentena a miles de personas que huyen de sus lugares de origen por miedo al virus. Y como en una novela de Albert Camus, el estado de peste se ha tornado en estado de sitio.

El ébola se transmutó en una epidemia del miedo y la segregación. El profesor Adrian Hill, de la Universidad de Oxford, declaró recientemente que era “técnicamente más factible” producir una vacuna contra el ébola (más que una contra el sida, la tuberculosis, la malaria), pero que para las transnacionales de la química farmacéutica no era negocio. Las pestes también son asunto de geopolítica.

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