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Haití, ¡qué será de ti!

Reinaldo Spitaletta

12 de julio de 2021 - 10:00 p. m.

Haití es la tierra de los real maravilloso, tal como la calificó el escritor cubano Alejo Carpentier, que escribió una novela acerca de esa parte de La Española, primer territorio de lo que hoy se conoce como América Latina en alcanzar la independencia. El Haití de entonces dio una lección al continente de cómo hacer una revolución, cómo derrotar al hombre más poderoso del mundo, Napoleón Bonaparte y cómo se forja con heroísmo y dignidad una liberación de esclavos.

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De Haití quizá comenzamos a saber en la escuela, en los tiempos en que aún se estilaban las clases de historia patria. Y la maestra nos contaba cómo Simón Bolívar obtuvo un significativo apoyo de parte de Alejandro Petión, a quien el caraqueño visitó en 1816. El general haitiano, admirado por la gestión libertadora de Bolívar, puso a su disposición cerca de 6.000 fusiles con sus respectivas bayonetas, municiones, víveres, una imprenta, algunas goletas y dinero.

Así que Haití, precursora de movimientos independentistas y de libertad de esclavos, tiene algo que ver con la independencia de lo que hoy es Colombia. Petión también le ofreció a Bolívar un grupo de haitianos para que lo acompañara en la llamada Expedición de los Cayos, cuyo objetivo era asaltar a las tropas españolas que ocupaban Venezuela.

Haití fue, quizá para burlas de la aristocracia europea, tierra del rey negro Henri Christophe, que se proclamó como Enrique I y creó una corte con cuatro príncipes, ocho duques, veintidós condes, cuarenta barones y catorce caballeros. Se denominó la “nobleza haitiana”, una suerte de improvisada aristocracia a la criolla. Para el extravagante rey, que también era albañil, miles de esclavos le construyeron el Palacio de Sans-Souci. Christophe se suicidó con una bala de plata el 8 de octubre de 1820. Se la disparó en el corazón.

Haití, que es el país más pobre de América, ha sido devastado no solo por terremotos, sino, en especial, por la ya antigua injerencia de los Estados Unidos. Durante más de sesenta años, tras lograda la independencia haitiana, los gringos desconocieron al nuevo país. Y más bien, en 1915, lo invadieron. Woodrow Wilson, el presidente que a través de la Comisión Creel y otros mecanismos de propaganda hizo un “lavado de cerebro” al pueblo estadounidense para que aprobara la participación en la Primera Guerra Mundial, se encargó del aplastamiento.

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Y desde entonces, desde los días en que necesitaban abrir ese país al saqueo extranjero, EE.UU. inauguró una condición perpetua de dominación, ocupaciones, expoliación de los recursos naturales, y afinó la descarada política de subir y bajar tiranuelos en la aporreada Haití. Uno de los títeres impuestos por Washington fue el excéntrico dictador Papa Doc, el del vudú y las pócimas mágicas.

Haití ha vivido en la boca del lobo. Hay que memorar los espantosos gobiernos de Bush, cuando bloqueó a los haitianos y puso en jaque al gobierno democrático (fue el primero elegido por voto popular) de Jean-Bertrand Aristide. Uno de los “pecados” de este presidente fue el subir el salario mínimo, hecho que enfureció a las transnacionales (siempre requeridoras de mano de obra barata) y a los lacayos criollos. Lo expulsaron del país y masacraron a sus partidarios.

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De Haití siempre nos enteramos o por los terremotos o por las intentonas criminales de sofocar cualquier intención de democratización y progreso. Poco sabemos de sus escritores, de sus artistas, de su música popular (bueno, por aquí sonaban en otros tiempos congas haitianas, como Carolina Cao, interpretadas por el portorriqueño Daniel Santos). Solo nos llegan las noticias trágicas, como ahora, cuando un grupo de sicarios, de mercenarios colombianos, asesinaron al presidente de ese país, Jovenel Moïse.

Colombia, cuyos gobiernos han estado hincados a Washington por lo menos desde los tiempos de Marco Fidel Suárez hasta hoy, ha tenido un ya no tan nuevo “emprendimiento”, surgido del conflicto interno armado, de la guerra, del paramilitarismo. Y es el de la “industria” de mercenarios. Exmilitares, expertos en antiguerrilla y, como se ha conocido, en los horrendos “falsos positivos”, han engrosado los rubros de productos de exportación. Y, como se vio en Haití, son expertos en matar.

En la comercialización de mercenarios, los Estados Unidos, desde los atentados contra las Torres Gemelas, han “tercerizado” sus cuerpos militares con el fin de enviar, más que tropas con su soldadesca, a extranjeros a sueldo, en especial en los conflictos de baja intensidad y en países pequeños. Y Haití puede ser uno de los casos.

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“Las guerras en Irak y Afganistán permitieron madurar a la industria militar privada, con redes de mercenarios establecidas y algunas prácticas óptimas”, escribe Sean McFate, experto estadounidense en estos asuntos, según citó un informe de BBC Mundo del 9 de julio pasado, a propósito del magnicidio cometido por los mercenarios colombianos.

La tierra del realismo maravilloso, la misma que narró Carpentier en El reino de este mundo, vuelve a sangrar. Y ni Ogún ni Changó han podido salvarla.

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