Publicidad

La catástrofe de los ligamentos

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Reinaldo Spitaletta
27 de enero de 2014 - 11:00 p. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

¿Cuáles serán los paradigmas de nuestra cultura?

Pudieran ser los campesinos de los paros agrarios, o los de las mingas indígenas, o quizá Botero y sus esculturas y pinturas, o García Márquez y sus fábulas macondianas. O, como también puede ocurrir en un país de vanidades y exclusivos clubes oligárquicos, los perfumes de las castas, sus cuidadas maneras con las que desprecian a los desposeídos. O, como ha acaecido en los últimos treinta años, nuestros modelos culturales pueden ser un mafioso (o dos o tres) y algún futbolista. Y -colado en la lista- hasta cualquier cantante de pop o de despechos inaguantables.

Digo esto, porque, después de todo, y pese al control que han tenido del Estado y de los medios masivos de información, no creo que puedan ser símbolos de la cultura colombiana (cualquier cosa que esto sea o signifique), los politiqueros, especie en abundancia y al parecer sin riesgo de extinción. Por lo menos, a uno de ellos, que durante ocho años se creyó una reencarnación mesiánica, ahora, en sus paseos electoreros, lo reciben a tomatazos y con señalamientos de ser el culpable de tantas desgracias del pueblo.

No creo que payasos (con el debido respeto por los auténticos oficiantes) como Uribe o Pastrana, puedan ser considerados paradigmas de la nacionalidad. O, para estar a tono con el lenguaje de ellos, de la “patria”. Qué pueden aportar esos figurines al bienestar de la gente, cuando, al contrario, muchas de las desgracias populares están afincadas en las perversas actuaciones que tuvieron como gobernantes. Y no solo ellos dos, el catálogo es extenso y, además, conocido.

En momentos críticos (que son casi todos) de nuestra “historia patria”, los más representativos “símbolos” de la cultura nacional han sido, por ejemplo en los ochentas y noventas del siglo pasado, capos como Escobar, o futbolistas como Higuita y el Pibe Valderrama. Ser colombiano en otras partes del mundo era (¿era?) sinónimo de narcotraficante, de alguien que llegaba con el “polvo mágico” para los ávidos consumidores, y de cualquier modo era objeto de sospechas y discriminación.

Hoy, cuando la cultura del espectáculo está por encima del pensamiento, de la creación seria, de la política como un mecanismo del ciudadano para no dejarse dominar; hoy, cuando se han entronizado la bobada y las dietas livianas en todo, no nos queda como distintivo de la nacionalidad sino el fútbol (y acaso el ciclismo), que como se sabe, tampoco es inocente y está sometido a toda clase de mañas y artimañas. Es otra industria del capitalismo y su transnacional la Fifa.

Pero aun así, los futbolistas se vuelven íconos de países. Y en Colombia sí que es una verdad de Perogrullo. La lesión del jugador que es la divisa de la escuadra nacional, causó llantos y desesperos. Nunca se habían visto tantas caras tristes, tantos pesares juntos, tantos gritos y desazones. Era que a nuestra estrella, nuestro ariete, nuestra más representativa figura futbolera, se le había roto el ligamento anterior cruzado de la rodilla izquierda (hoy todos hablamos con propiedad de ligamentos, rótulas, meniscos, como antes lo hacíamos de fórmula uno, o de golf y palos y caddies, según haya un colombiano en los pódiums del deporte mundial).

Y con la lesión del gran Falcao ahí sí fue Troya. Es posible que los diálogos de paz se desmoronen, que ya Santos y su demagógica “prosperidad para todos” no vayan a ser reelegidos, que todas las plagas (incluidos uribistas, rastrojos, urabeños, etc.) queden en evidencia, ante la catástrofe de los ligamentos. Y es que tenemos tan poquito para mostrarle al mundo, que solo nos quedan futbolistas, que, con todo, siempre estarán por encima de la “representatividad” de los capos mafiosos y de los capos políticos.

El caso Falcao puede ir más allá de la farándula y servir para reflexionar (o mamar gallo, que tan bien es válido) sobre la cultura nacional, en caso de que esta exista. Ojalá el goleador se recupere y pueda estar en Brasil, que de todos modos un mundial de fútbol es más emocionante que unas elecciones presidenciales en Colombia.

Conoce más

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.