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La danza de la podredumbre

Reinaldo Spitaletta

16 de agosto de 2021 - 09:59 p. m.

Más que contra la covid-19, en Colombia se requieren vacunas contra la corrupción y el mal gobierno. Y estas solo serán posibles en el momento histórico en que se alcance una conciencia amplia y recia de pertenecer a un país arrasado por politiqueros, por “los mismos con las mismas”, por los que han defraudado los caudales públicos y subastado en ferias de entreguismo a una nación que cada día da mayores muestras de ser inviable.

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Y en la danza de la podredumbre está el actual gobierno, quizá el más inepto y antipopular de los últimos años. Lo peor es que, en medio de cada escándalo, de los desmanes oficiales, de los muchachos muertos en el paro nacional, de los líderes sociales exterminados, del desprecio oficial por los pobres y por las clases medias, el presidente y sus cortesanos se visten de indiferencia y cinismo frente a una realidad insostenible.

Aquí no pasa nada, es la actitud gubernamental cuando, en rigor, está pasando. Aquello que se volvió estilo presidencial: “¿de qué me hablas, viejo?”, el de hacerse el marrano frente a la inopia de las mayorías y los exabruptos de sus funcionarios, es ya una especie de pandemia. La corrupción es endémica. Son los que mandan, y listo. Y todo está dispuesto para quebrar el Estado, asaltar el patrimonio público, poner en puestos de control a los que nada controlan, sino que patrocinan las tropelías.

Parece como si estuviéramos habitando un albañal. Política de alcantarilla y de desagües de lo público. Una minoría que se adueñó del bazar estatal y lo ha puesto a su servicio. Lo sortea (también lo lotea), lo reparte entre los “elegidos”, lo vende, lo regala, o lo dona en usufructo, que para esto llegan las transnacionales, y están los banqueros y los que saben cómo empeñar la soberanía. País como un zoco, como mercado persa, como casa de subastas. Un prostíbulo.

Qué importa si hay túneles mal hechos, puentes caídos, contratos otorgados a dedo. Qué interesa si se afecta con ciertas medidas a los trabajadores, si no se tiene en cuenta que hay más de veinte millones de pobres (con tendencia al aumento), si la salud es un negocio de unos cuantos y una enfermedad incurable para los sin influencia y sin poder, mejor dicho, para las víctimas del poder, de la economía, de los desafueros del neoliberalismo.

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Qué puede interesar si funcionarios han sido cooptados, sobornados, puestos a ceder la parte del león para los grandes contratistas. Sí ese es el estilo. Y hay que perfeccionarlo. Ese es el talante del gobierno, de este y de los predecesores, en asuntos de corruptelas y aporreamiento a la ética. Qué ética ni qué demonios. No cabe en los manejos de un país con una tradición de políticos de cañería. Acostumbrémonos a la cloaca, es lo que sugieren desde arriba. Y lo imponen.

A Colombia se la han robado desde tiempos inmemoriales. Y cada vez se perfeccionan los métodos rateriles. El asalto. El despojo de lo que debía ser de todos cuando tiene la etiqueta de “lo público”. Así que en medio de un largo rosario de desajustes, de casos famosos de corrupción, de los ya olvidados, porque también es otra de las tácticas: la corrupción de hoy borra la de ayer, vuelven y juegan los escándalos. Que duran poco. O que se apagan con el siguiente. ¿Qué hay de la Ñeñe-política? Nada. Y qué de Odebrecht. ¿Y de las botellitas de agua con cianuro?

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A veces suena como un juego infantil, digamos una ronda de las de antes, cuando se empieza con el corito: Qué fue de Reficar, y qué del escándalo de Saludcoop, y qué de Agroingreso Seguro, y qué del carrusel de la contratación en Bogotá, y qué de la “mermelada” de antes y qué de la de ahora, que todos untan y muchos sucumben ante el platal que se puede lograr en contratos, contraticos y contratones. Y qué del cartel del sida, y el de la toga, y el de la hemofilia, y qué de todos los carteles de ayer y de ahora.

Y si son contratos para la construcción de siete mil puntos digitales en zonas pobres y apartadas del país, qué importa si se embolatan setenta mil millones de pesos de un anticipo. Qué tanto es que una ministra, Karen Abudinen, la de las TIC, se haga la boba, y esa platica se escurra y vaya a dar a los bolsillos de unos trúhanes. Estamos en el reino indescriptible de la corrupción. En el maravilloso país (por ahí hay una que otra Alicia) del presidente que descubrió que los enanos de Blanca Nieves eran siete.

Ah, y ni siquiera todos estos corruptos de hoy hacen quedar “bien” a su “santo” patrón Turbay Ayala, el del Estatuto de Seguridad, cuando decía que había que reducir la corrupción a sus justas proporciones. Estos de ahora en realidad se pasan.

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