Hace tiempos nos estamos deshumanizando. Puede ser acaso porque no nos alcanzan para un buen vivir ni las enseñanzas de los filósofos, ni los avances científicos, ni los procesos civilizatorios. Hace unos días, el 27 de enero, se cumplió un aniversario más de la liberación de parte del Ejército Rojo del campo de concentración de Auschwitz, y entonces volvimos a leer a León Felipe que, ante los hornos crematorios de aquel infierno que tenía a su entrada el aviso de “El trabajo te libera”, hace ver el de Dante como “una aventura divertida de música y turismo”.
Y recordamos a Paul Celan, el que vio que “la muerte es un maestro de Alemania”, cuando escribe: “Había tierra en ellos / y cavaban.”, sí, con el soldado apuntándoles al cuello. Nos deshumanizamos desde la noche de San Bartolomé y desde el vuelo del Enola Gay arrojando una muerte nuclear sobre una ciudad. Deshumanizados ayer, y tal vez hoy todavía más.
Qué importa, por ejemplo, que un hombre yazga sobre una acera, en la nieve, congelado, muriéndose durante nueve horas en París, y nadie lo ayude, todos indiferentes, hasta que el hombre, un fotógrafo, René Robert, de 84 años, se despide de un mundo insensible. ¿A quién diablos le puede importar ese “percance”, si todos los días mueren gentes en las calles de todas partes?
Cuando éramos adolescentes veíamos fotografías de niños de Biafra, pulverizados por la hambruna, y eso a nadie le importaba. Qué cuentos. A lo mejor se trata de una estabilización del ecosistema, decía el humor negro. Qué más da que EE.UU. arroje napalm a los niños de Vietnam. Qué importa que bombardeen a los campesinos de Marquetalia y maten, por ejemplo, a unos indígenas en Planas, en el Meta, si es que matar indígenas (como lo fue matar liberales) no es pecado ni delito.
Nos hemos deshumanizado por aquí y por allá. Es universal. Tal vez no ha servido la poesía, ni la literatura, ni el arte, ni Guernica, y entonces hemos decidido continuar con la barbarie. Qué civilización ni qué nada. Si porque una mediocre seleccioncita de fútbol pierde un partido, un desalmado arroja a un perro desde un sexto piso, en Cartagena, eso es parte del espectáculo, que también aliena.
La deshumanización es una derivada de la decadencia moral y ética. Pasa cuando, por ejemplo, nos habituamos a vivir en la cloaca, o nos familiarizamos con la corrupción, o aceptamos sin chistar a un dictadorzuelo. O cuando al ver cómo matan a alguien, decimos: “ese debía algo”. Deshumanizar a los sometidos es esencial para un sistema que promueve el individualismo, cercena derechos, y hace que el otro, sin resistencia, con su capacidad de pensamiento borrada, se arrodille y adore a los verdugos.
La noticia sobre el fotógrafo francés, tirado en una calle de la “Ciudad luz”, congelado y sin que nadie le prestara la más mínima atención, o sí, solo una vagabunda, Fabienne, aún no deshumanizada, avisó a los servicios de emergencia, pero ya era tarde, digo que esa situación en la que primó la indiferencia, me hizo retroceder a comienzos de los 80, cuando por doquier, aparecían cadáveres en cunetas, en mangas, en baldíos, y se decía, sin más ni más, es “un ajuste de cuentas”. “Quién sabe qué clase de rata era”, y cositas así tan naturales.
También por estos días volvieron imágenes de los que arrasaron las tierras de Urabá, de los que mataron trabajadores en las haciendas Honduras y La Negra, de los que masacraron niños, ancianos, mujeres en Punta Coquitos, y tantas otras escenas infernales en los ochentas y noventas. Era un plan de quedarse con las mejores tierras, de despojar a sus dueños… Y así pasó, por ejemplo, en la región de Tulapas, con más de cincuenta veredas de San Pedro de Urabá, Turbo y Necoclí. La muerte llegó vestida de paramilitar.
Hemos tenido tantas muestras de deshumanización, que no era extraño que los asesinos jugaran al fútbol con las cabezas de sus víctimas. O que todas esas hordas de criminales se tomaran numerosas poblaciones, como sucedió en Urabá, mediante amenazas, masacres, intimidaciones a granel, con la complicidad de varias autoridades. Por estos lugares, donde, como diría un poeta, nadie se atreve, “salvo el crepúsculo”, el pillaje se convirtió en negocio de bandas de desalmados.
A veces se puede conjeturar que ni los avances científicos, la medicina, la arquitectura, la ingeniería, los logros que hacen parte de esas categorías como el “progreso” (que no funciona si no es para todos) y la “civilización”, han sido inútiles cuando se advierten y abundan tantas miserias e iniquidades.
Un fotógrafo congelado y el recuerdo histórico de un campo de concentración y exterminio, además de la imagen de un perro cayendo desde un sexto piso en Cartagena, me han mostrado otra vez los modos terroríficos de la deshumanización, que ni siquiera la poesía alcanza a conjurar.