La muerte como espectáculo

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Reinaldo Spitaletta
03 de enero de 2017 - 02:00 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Que un hombre se arroje de cabezas desde un campanario a la calle y tras su desarticulación contra el asfalto la multitud curiosa se disuelva con cierto aire de frustración, es parte de lo que hoy se asimila a la sociedad del espectáculo, que todo lo masifica.

Que un hombre, al que un comité urbano le paga quinientas mil coronas para que así, sin más ni menos, se tire de una edificación como parte de otro acto de diversión en una ciudad donde nunca parecían suficientes las distracciones, es una suerte de anticipación a lo que vendría después: la muerte y la tragedia como si fueran un partido de fútbol más.

La muerte de un héroe es un relato breve del escritor sueco Pär Lagerkvist, escrito hace casi un siglo, como parte de su libro Historias tristes, que es un examen al ascenso del fascismo y de la desaparición del hombre como ser racional en un mundo que ya estaba golpeado por los horrores de la Gran Guerra.

El siglo XX, con su sobredosis de destrucción, mató al individuo, a veces con bombas atómicas, a veces con campos de concentración y exterminio, todo envuelto en un concepto (¿heterogéneo? ¿Homogéneo?): la masa. Elías Canetti, en su monumental Masa y Poder, lo analiza en profundidad en uno de los más valiosos aportes a la antropología social y a la sociología contemporánea.

La masa, más allá de los rebaños obedientes (¿desconcertados?) promovidos por las religiones y casi todas las maneras de la política, es una forma del ocultamiento individual para sobrevivir a las catástrofes y al pánico. No sé cómo pensaría cada sujeto, sin libertad, que iba en trenes a Auschwitz. Cuáles eran sus angustias, cuáles sus pesares. Arrumados, tal vez cada uno se sentía otro y otro, los otros, como una manera del consuelo.

El siglo XXI, con sus nuevas tecnologías, con el afincamiento del mercado y sus alienaciones, advino con otra carga de masificación, con una novedad: el renacimiento del narcisismo. Ya no del individuo que alguna vez pensó en la libertad y carecía de nostalgias por las cadenas, sino del enamorado de su figura, de su vacuidad, de sus músculos, gajes de la vanidad y los afeites. La cosmética como sucedánea de la razón y los combates por la dignidad.

Tras las grandes guerras mundiales, atrás quedaron, como testimonio de la destrucción y las sinrazones, Vietnam, Bosnia, Afganistán, Irak y la guerra del golfo. Se crearon nuevas expresiones del terrorismo, según las afinidades de las superpotencias. Y así, hoy, la menor intensidad se registra en los conflictos, que, sin embargo, son tentáculos de la lucha por el poder y el establecimiento y ampliación de mercados.

Según el filósofo Michel Serres, que ahora ve una reducción del permanente baño de sangre de los últimos 3.000 años, la humanidad vive ahora una “época intensa de paz”. Tal vez, ya no existan las conflagraciones que impliquen a muchos bloques, pero los conflictos regionales siguen vivos y con millares de víctimas y refugiados.

Además, hoy se estila que un pistolero ingrese en una discoteca y mate cincuenta, o en un aeropuerto, o en una sala de redacción. Modos “individualizados” del terrorismo, también creado por las grandes potencias, de acuerdo con sus intereses y necesidades geopolíticas.

Serres ve tiempos de paz en Europa occidental. Pero, hoy, cuando menos debían darse situaciones tan calamitosas como la muerte de niños por hambre (además de bala y bombas), hay millones de personas sin hogar, sin atención médica, con su dignidad en añicos. Sí, hay avances en la ciencia, ¿pero benefician a todos?

Como sea, hoy, en tiempos de alta velocidad, da igual morir de hambre en la Guajira que en Alepo. O volar en pedazos en Estambul que en Bagdad. Todo hace parte del nuevo espectáculo de masas. Si un avión de futbolistas se estrella, es parte del espectáculo. Si un cantante se desinfecta las manos, tras saludar a sus fanáticos, es una arandela de la coreografía.

En un cuento de Kafka (otro escritor-profeta), un artista del hambre hace parte de un espectáculo que puede ser triste pero da réditos al empresario. El gran Discépolo advertía, en tono bíblico, que el mundo fue y será una porquería. Pero a esa porquería hay que sacarle plusvalía. La guerra y la paz como elementos del mercado, según convenga.

En el cuento del principio, cuando el hombre yace muerto en el suelo, la gente se dispersa, un poco aburrida, pese a la “grandeza del espectáculo” y piensa que el tipo lo único que había hecho era matarse. Y ya. Qué pendejada haber pagado por una cosa tan simple.

Conoce más

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.