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La Reina de la coca, la costeña-paisa Griselda Blanco, después de que un sicario le disparara dos veces en una carnicería del barrio Belén, pasó a ser leyenda.
Bueno, ya lo era antes de su muerte. Por asesina, por narcotraficante, por su sangre fría para la venganza. De los tiempos del mafioso Builes, pasó a ser como una enseñante de Pablo Escobar. Y ascendió al trono infernal de los delincuentes que se tornan novelescos.
¿Qué es lo que forma a un delincuente? ¿Qué papel juega la sociedad en la creación de facinerosos como Escobar y Blanco (aquí puede incluir el lector un infinito listado)? El cuento es que de niña, Griselda llegó al Barrio Antioquia de Medellín, en momentos en que éste se había convertido, por culpa de una alcaldada, en el centro de todas las zonas de tolerancia de la ciudad, adonde habían llevado en volquetas y jaulas a las prostitutas de las nueve zonas autorizadas desde 1940.
En efecto, en septiembre de 1951, presionado por intereses de especulación inmobiliaria, asuntos de la moralidad pública y las quejas de barrios de ricos que lindaban con zonas de burdeles, el alcalde Luis Peláez Restrepo, miembro de la élite industrial antioqueña, sacó el decreto 517 que obligaba a la mudanza de todas las “muchachas de vida alegre” para instalarse en el Barrio Antioquia, al sur de Medellín.
Se escogió este barrio de gente apacible y trabajadora, por si situación geográfica de aislamiento: solo tenía una entrada y una salida. Vecino del aeropuerto Olaya Herrera, el sector era poblado por obreros y artesanos. Tenía un fábrica de medias, dos escuelas, iglesia y una vida tranquila. A partir de entonces, con la presencia no sólo de rameras, sino de proxenetas, dueños de bar y casas de lenocinio, se transformó en un antro de vicios, peleas callejeras, delincuencia y escándalos.
Y como si se tratara de una suerte de “venganza social”, el barrio de cantinas y rumba, fue albergando a delincuentes procedentes de otras geografías. De Manizales, por ejemplo, arribaron varios carteristas (“cosquilleros”) que enseñaron el oficio a pelados de la barriada. Eran, se dice, auténticos artistas para vaciar carteras sin que el paciente se enterara. Cobraron fama internacional. El barrio, célebre por la música de tango, especialmente por la presencia de un boliche atractivo (el Patio de Tango) fundado por otra leyenda: el Gordo Aníbal, que tenía un altar a Gardel, con velas y flores, derivó en centro de delincuencia.
Y si antes la arriería (lo mismo que la colonización antioqueña) tenía a la mula como su principal símbolo y medio de transporte, en el Barrio Antioquia surgirían las otras “mulas”, las que inventaron la maleta de doble fondo, los tacones, brasieres y chalecos, para rellenarlos de cocaína y llevarlos a los Estados Unidos. Por algo tenían aeropuerto propio. Y en ese contexto surgió la Reina de la coca, que había sido prostituta en la barriada.
Destacada no solo por su capacidad para el narcotráfico sino por sus métodos violentos para sacar del camino a quien se le opusiera, Griselda Blanco es una de las que introdujo la modalidad criminal del sicariato en Medellín. Asesina de dos de sus maridos, bautizó a uno de sus hijos como Michael Corleone (hijo del Padrino en la película de Coppola y el libro de Puzo), un jibarito menor capturado en alguna calle neoyorquina. Otro de sus hijos, fue abatido por sicarios de Pablo Escobar en Medellín, en 1992. La venganza de ella fue mandarles a sacar las lenguas y descuartizarlos. Así eran las “caricias” de La Madrina o Viuda Negra.
Griselda, que como muchos del Barrio Antioquia se fueron a vivir a El Poblado (llegó a llamarse en un tiempo “la parte alta del Barrio Antioquia”) y Laureles, se erigió como un portaestandarte del crimen. A una prima de los Ochoa la hizo torturar y asesinar en Estados Unidos, para no pagarle un millón ochocientos mil dólares que le debía “por una cocaína”.
Su historia criminal terminó con dos balazos. La enterraron en el mismo cementerio donde está Pablo Escobar. El Patrón y la Madrina juntos, víctimas del infierno y de los demonios que ellos mismos crearon.
