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No todos los artistas, ni todos los poetas ni todos los escritores ni todos los científicos ni todos los futbolistas tienen, de por sí, materia prima para convertirse en mitos.
Se necesita, seguramente, aparte de la calidad en sus desempeños, una suerte de carisma especial, quizá una aureola misteriosa, o lo que se denomina ángel, o duende, lo que sea. En cualquier caso, uno de ellos es Carlos Gardel.
Tras ochenta años de su muerte de fuego en Medellín (“un año más qué importa”, cantaría él), Gardel sigue despertando pasiones. Altas y bajas. Aquí y allá. Y aparte de ser motivo de adoraciones y reverencias, también ha sido objeto de investigaciones históricas, inspirador de novelas (y novelones), pinturas, poemarios, ensayos sociológicos, canciones, tesis filosóficas y, en medio de la catarata de versiones sobre el artista, no faltan las diatribas ni los inciensos.
En Argentina, por ejemplo, Gardel es un personaje mítico como Martín Fierro. Por lo demás, Gardel es un invento de él mismo. Para José Gobello, que durante muchos años fue el presidente de la Academia Porteña de Lunfardo, autor del libro Crónica general del tango, Gardel, en el mundo del arte vocal y musical, tiene la misma importancia que Cervantes en la literatura castellana. “Es el gran maestro, el supremo referente”, decía.
Gardel inventó la manera de cantar el tango. Creó el tango-canción, y no propiamente porque haya sido el primero en cantarlo (el primero que cantó tango como tal –porque Ángel Villoldo lo que cantaba eran cuplés– fue Pascual Contursi, y como aficionado), sino porque llegó al tango con otra formación. No era (y aquí vuelve la voz de Gobello) un cantante de prostíbulo. Era un señor que se presentaba en teatros y que abandonó el canto campesino y criollo, y toda la fama que traía y todo el dinero que ganaba, que no era poco, para meterse en el mundo del tango.
Para el arquitecto uruguayo Nelson Bayardo, un estudioso de la vida y obra del cantor, Gardel tenía dos personalidades: la pública, con rostro alegre, dicharachero, canchero, y la interior, triste y con pensamientos dramáticos. Jorge Götling, un periodista argentino, especialista en tango, autor del libro Tango, melancólico testigo, decía que Gardel, cuya imagen fue elaborada por él mismo, tenía una afinación perfecta y era un músico sensacional. Lauro Ayestarán, crítico musical uruguayo, afirmaba que Gardel “tocó en todos los registros del alma colectiva, se ensayó con fortuna en todas las formas melódicas y rítmicas del cancionero. Por eso siempre hay un disco de Gardel para cada una de las horas del día”.
Y así, por doquier, habrá palabras de elogio para el cantor popular más importante de América Latina. Gardel, hito y mito, “medio juglar y medio loco”, al decir de Horacio Ferrer, es una figura que sigue convocando tras tantos años de su desaparición física. Y en Medellín, donde pereció, o donde nació para la gloria, el cantor ha tenido presencia en la novela (Aire de tango, de Manuel Mejía Vallejo, por ejemplo), en la pintura, en la escultura y en las salas de muchas casas donde su efigie sonriente saluda a los visitantes.
En este libro que ahora el lector tiene en sus manos, se encontrará al Gardel callejero, al que suena en una pianola fosforescente, al que todavía tiene un caserón en el barrio Manrique, pero también al Gardel en cenizas (una artista argentina, Marta Minujín, lo quemó de nuevo en Medellín en 1981), al Gardel al que un borracho, en un bar del centro de Medellín, le pegó un tiro.
Pero, además de Gardel, el libro muestra una suerte de arqueología de la ciudad, con sus festivales de tango, sus tangovías, los cafetines populares, los adoradores del Zorzal y del gotán, las calles, algunas barriadas aferradas a esa “mezcla de pasión y pensamiento”. En el recorrido aparecerán cantores tremendos como Roberto Rufino, o directores como Raúl Garello y Carlos García, y se escucharán las notas y la letra de Cuartito azul. Y así como se caminará por Medellín, se transitará por la calle Corrientes o se entrará a Caño Catorce o al Café Homero, de Buenos Aires.
Reportajes y crónicas que yacían en la oscura desmemoria, ahora, en forma de libro, recuperan su vitalidad y resucitan las palabras de muchos que ya no están. Un retorno a otros días, que ya son parte de la historia y, por qué no, de alguna nostalgia. Es un libro con golondrinas de otros cielos y de otros veranos.
*(Prefacio del libro Las plumas de Gardel y otras tanguerías. Reinaldo Spitaletta. Tragaluz Editores y Alcaldía de Medellín)
