Cómo nos cambia la vida, dirá algún tango, y cómo se truecan valores y consignas, y de pronto en el vasto mundo, que ha tenido una larga historia de combates casi todos sangrientos por la libertad, son los de la extrema derecha quienes se han apoderado de tales banderas. Y no es que esa facultad haya sido una exclusividad, o de otro modo, una insignia de la izquierda, pero sí, durante años, fue una de sus consignas y maneras esenciales de ser: la lucha permanente por la libertad del hombre.
Pero no. Ahora, y es si no ver, digamos, un maniobrero, un burdo politiquero, cuya figura ya es desopilante (ah, y si se maquilla a lo Nosferatu, es todavía más risible), como el presidente argentino Javier Milei. Dizque libertario (aquí pueden soltarse varias risotadas), cuando, en esencia, es un contrario a ese valor supremo que don Quijote tenía como “uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”.
Y esta desaforada situación universal de hoy cuando es la extrema derecha la que se ha apoderado de una reivindicación clave en la historia de los pueblos, la libertad, es en la que se reafirma el peligrosísimo Donald Trump. La libertad para tal sujeto, representante de magnates (magnate él mismo), banqueros, corporaciones, mejor dicho, de los dueños del orbe, es mantener abiertas las fauces del imperialismo. Solo es libre quien pueda consumir de sus productos, solo el que acepte que son las salvajadas del capitalismo a ultranza las que hay que seguir.
En el país más violento del mundo occidental, Estados Unidos —no lo digo yo, lo dice, entre otros, Paul Auster en su libro Un país bañado en sangre—, sus dirigentes, tanto republicanos como demócratas, se apoderaron de la enseña libertaria. Es sino recordar cómo en sus agresiones a otros pueblos del mundo, han disfrazado sus invasiones con falseadas consignas como estamos llevando la “democracia” y la “libertad” a esos salvajes, que solo saben gritar y pelear contra la civilización, la nuestra, digo, la del imperialismo yanqui.
Volvamos al principio. Aquella que era una de las máximas expresiones de las gestas de la izquierda, la lucha por la libertad, que en los tiempos de la Ilustración mostró en esencia por qué se podía morir por una hermosa utopía como la de la libertad, se pasó al otro lado. Y de la libertad económica, del libre mercado, de los tratados de libre comercio, etc., la derecha, que tuvo en Thatcher y Reagan dos baluartes en los 80, pegaron en sus banderitas seductoras la palabra libertad, adulterada.
La de la libertad, como una premisa clave de la inteligencia humana, se metamorfoseó, en sectores que antes eran la izquierda, en luchas contra el “cambio climático”, al tiempo que la derecha, en su salsa, se disfrazó de “libertaria”, de “progresista”, y en el caso del imperialismo gringo, con Trump como portaestandarte, en poder volver a tener el Canal, meterse en Groenlandia, anexarse a Canadá. La libertad, según Trump y sus adláteres, es que ese país vuelva a ser “grande”, los predestinados por una voz celestial a mandar en el mundo.
Un poeta español, que hace años fue dirigente del Partido Comunista de ese país, Olivier Herrera, me dijo hace poco, con voz trémula, que la izquierda, por su sectarismo, por su dogmatismo —así dijo— se dejó arrebatar las banderas de la libertad, esa misma por la que, en otros tiempos, tanta gente dio la vida. “Ahora esa es la bandera de la extrema derecha”, señaló. La izquierda, aquí y allá, abandonó la defensa de aquella facultad por la cual, por ejemplo, don Quijote se puso a lancear molinos de viento.
La libertad hoy, por ejemplo para los genocidas, es poder bombardear aldeas, pueblos, arrasar civiles, destruir, humillar. Esa es la libertad para el imperialismo: imponer a sus subyugados lo que le venga en gana: arrojar inmigrantes, doblegarlos, mientras en su suelo, en Gringolandia, vende armas como confites. Y así, con esa “libertad”, hace que sea un país “bañado en sangre”.
Y en este punto, recordaré a Miguel Hernández y su poema El herido (Serrat canta una parte), no importa si es ahora la derecha la que se apropió del concepto y lo vuelve demagogia, o, en otros casos, populismo (que también es bandera de ciertos izquierdosos): “Para la libertad sangro, lucho, pervivo (…) Para la libertad me desprendo a balazos / de los que han revolcado su estatua por el lodo”.
La nueva derecha (que tampoco es tan nueva) va más allá de las teatralizaciones, que también las usa. Y cuando lo considera, con su tergiversación de la libertad, invade no solo con soldadesca, sino a través de la ideología y otros mecanismos.