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Los besos del procurador

Reinaldo Spitaletta

24 de agosto de 2015 - 10:48 p. m.

Comenzó una “besatón” en pro del procurador general de Colombia.

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El funcionario parece estar ansioso de besamentas y abrazotes, y, según dicen entre las gentes de “bajas pasiones”, requiere de ósculos que satisfagan sus carencias de infancia y adolescencia. Y a lo mejor, una anaconda, esa belleza tropical de selvas y ríos, le brinde un abrazo rompecostillas que lo cure de sus vacíos de afecto.

El señor procurador, que en un oficio enviado a la Corte Constitucional solicita dejar en firme la restricción de “manifestaciones excesivas de afecto” entre los colegiales, como besos y abrazos, no ha enterrado los días aquellos cuando, cual legionario inquisidor, quemó libros, revistas pornográficas y “publicaciones corruptoras” en sitios públicos de Bucaramanga, cuando era miembro de la Sociedad de San Pío X.

Dicen que entre los libros objeto de la bendita y sacrosanta purga, había obras de García Márquez, Juan Jacobo Rousseau, Carlos Marx y una Biblia, porque era de “edición protestante”. También se incluyeron en la quemazón ejemplares de la entonces popular revista Vea.

El concepto del procurador se conecta con la acción de tutela presentada contra el fallo del Consejo de Estado que “desconoció los derechos” del estudiante Sergio Urrego, que se suicidó tras las presuntas presiones de su colegio. El muchacho fue sorprendido besando a otro. En un apartado, el oficio advierte que las instituciones educativas con “orientación confesional católica” no pueden prohibir las tendencias homosexuales de su estudiantado, pero, en cambio, sí los puede aconsejar para alcanzar el modelo de vida “que se pretende enseñar a través del autodominio.

La Procuraduría acepta que los manuales de convivencia de los colegios sí pueden restringir las manifestaciones “excesivas” de afecto. Mejor dicho, besuqueos, abrazaderas, piquitos y otras caricias pueden ser objeto de prohibiciones. Es como una suerte de retorno al oscurantismo. Es como volver a los días en que a las películas se les cortaban las escenas de besos, como lo relata Giuseppe Tornatore en su Cinema Paradiso. Es un devolverse a la concepción del beso como origen de pecados y faltas contra “la moral y las buenas costumbres”.

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En su apreciación, el procurador dice que aplicar los manuales de convivencia no es discriminatorio ni representa una persecución por “orientaciones sexuales”. Pero el problema es cómo medir los afectos. Cuándo una demostración de afecto es excesiva. Cuándo un abrazo puede ser una “inmoralidad”, y un saludo con besito incluido, aunque sea al aire, sea una prueba de perversiones, un indicio de “mala conducta”.

Mejor dicho, habría que establecer, con parámetros muy certeros, cuándo se trata de un beso de Judas, de un beso amistoso, de un beso hipócrita, de un beso fraternal, o de un beso de amor, que lo “lleva la hembra muy dentro del alma”, como dice una canción española. Así, en los colegios no se podrán poner ventas de besos, como los de María Antonia, “la ventera más linda que he conocido”. Y hasta El libro de los abrazos pudiera ser objeto de prohibiciones.

Los guasones dicen, con sabor, que entonces nada de besos ni de abrazos, que todos pueden darse puñaladas, o apedrearse, o matonearse como les dé la gana. Que un profesor de arte, por ejemplo, no puede mostrar en el colegio imágenes de El Beso, de Klimt, o de El beso, de Rodin, porque, como a Sócrates, lo pueden acusar de estar corrompiendo a la juventud.

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El asunto está caldeado. Y ya se habla de las tormentas químicas producidas por el beso: “cada beso consume como mínimo 12 calorías, mueve hasta36 músculos y acelera el ritmo cardiaco de sesenta a cien latidos por minuto”, según el siquiatra Jesús de la Gándara, autor del libro El planeta de los besos, que, además, afirma que lo sano es besarse varias veces al día, para ganar en inmunidad y liberar endorfinas.

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De una vez se puede colegir que el clásico Kamasutra puede ser prohibido (y hasta quemado) porque habla de las30 clases de besos humanos. Nada de leerlo en los colegios. Ni riesgos. Los más mamagallistas de los corrillos han dicho que el procurador tuvo que haber sufrido mucho la vez aquella cuando el líder soviético Leonid Brezhnev (con aliento de vodka) le estampó un beso en la boca al presidente alemán Erick Honecker. Dicen, asimismo, que al hoy jefe del Ministerio Público jamás ha gustado el clásico bolero Bésame mucho.

 

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