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Los chigüiros muertos

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Reinaldo Spitaletta
01 de abril de 2014 - 04:00 a. m.
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Todavía falta hacerle más daño a la Tierra para saber cuán maravillosa es. Podría ser una frase del pensador británico James Lovelock, padre de la ecología moderna y el mismo que ha dicho que contamina más una vaca que una fábrica.

En los discursos ecológicos (y a veces -vuelvo a Lovelock-, los ecologistas son menos cerebro que corazón) se ha querido culpar al individuo de los desastres de la naturaleza y no a los modelos económicos, por ejemplo. No se pone en el patíbulo al capitalismo como sistema que ha convertido a la tierra en un campo de concentración, sino al ciudadano del común. Claro, este puede ser responsable, por su incultura, de contaminar una quebrada al arrojar en ella colchones, plásticos, etc. Pero el asunto global del cataclismo va más allá.

Hoy, cuando se habla de que las catástrofes ya no son producidas por la naturaleza sino por el hombre, es pertinente debatir acerca de las causas de los desequilibrios del planeta. El caso del Casanare, en Colombia, nos puede ilustrar sobre el origen de una sequía que ha matado de sed y hambre veinte mil chigüiros, tres mil reses y no sé cuántos peces, tortugas, babillas, armadillos y venados.

Los métodos económicos y de explotación de la minería y otras actividades, han convertido en desiertos muchos poblados. En Buriticá, Antioquia, por ejemplo, debido al laboreo sin límites, ya hay peligrosas señales de destrucción de fuentes de agua y daño del suelo. Y así ha sucedido, por citar algunos lugares, en el Chocó, en Marmato, en Zaragoza y sus alrededores en los tiempos de la Pato Gold Mine, en el Bajo Cauca y, si apuramos un poco, en todo el territorio nacional.

Aquí se ha privilegiado el actuar de las transnacionales, que han contaminado con su ejercicio voraz, el Caribe (como ha ocurrido con el carbón de la Drummond), y destruido el medio ambiente, como se aprecia desde los tiempos de la Casa Arana en el Amazonas (denunciada por José Eustasio Rivera en su novela La Vorágine), hasta las actividades de la United Fruit, las petroleras, las empresas auríferas, etc. Ríos, quebradas, bosques, montañas han sucumbido por el abuso en la búsqueda y explotación de riquezas.

La tragedia ecológica de Paz de Ariporo, en el Casanare, estaba anunciada. La sequía ha sido allí un fenómeno cíclico, pero hoy el impacto ha sido mayor, en proporciones de catástrofe. Los investigadores del tema manejan varias hipótesis, entre ellas, la destrucción de páramos y humedales, por el aumento de la exploración y explotación petrolera; también se habla de la excesiva demanda hídrica de los cultivos de arroz y de palma, y de la actividad erosionadora de la ganadería extensiva.

La proliferación de licencias a empresas petroleras en la región, parece ser una de las causas de la crisis en el Casanare. La Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (Anla) otorgó licencias a varias compañías para explorar y explotar en el Casanare, cuando era dirigida por Luz Elena Sarmiento, actual ministra de Ambiente.

Parece asimismo que no hay legislación sobre las sabanas inundables o la que existe es eludida por los funcionarios y hacendados. Tampoco existen actividades de mitigación del impacto ambiental de la explotación petrolera en el Casanare, ni se han creado áreas protegidas para preservar especies animales. ¿Qué hace hoy al respecto la ministra de Ambiente del gobierno de Santos? ¿Acaso le abrirán investigación para averiguar cómo otorgó licencias a petroleras en el Casanare?

Más de doce compañías petroleras tienen presencia en el Casanare y ya los habitantes de la región comienzan a verlas como responsables del desastre, según un informe de El Espectador (30-03-2014). En la región, los mecanismos de prevención ambiental no se están cumpliendo y los estudios de impacto están mal hechos, de acuerdo con la denuncia de un dirigente regional en El Tiempo (30-03-2014).

Puede que Lovelock tenga razón: más daño hace una vaca que una fábrica. Y en el Casanare vacas es lo que hay. Pero la “maratón” de licencias a compañías petroleras y el ejercicio de las mismas en la zona también deben tener su cuota enorme en el desastre ambiental. Y entre tanto, los chigüiros se siguen muriendo de sed y hambre. Que chupen por bobos, podría decir algún magnate petrolero.

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