Da la impresión de porque un funcionario pertenece a la “gente de bien”, acarrea títulos y posee doctorados y otros distintivos, tiene licencia para ser corrupto y descarado. La “corrupción ilustrada”, según se ha visto, es la novísima línea. No tanto ya los analfabetos, algunos que han ascendido a presidencias corporativas y todo, son los únicos que pueden practicar la corruptela, el raponeo, los desfalcos, dar y recibir coimas, sino que un requisito clave es haber estudiado, y si lo ha hecho en una universidad gringa, pues mejor.
Y si de ilustraciones se trata, han dejado al pobre Kant de una pieza. Tanto quemar cerebro para decir que la Ilustración era alcanzar la mayoría de edad en el pensamiento, en la libertad, en las decisiones propias, y no la dependencia de reyezuelos y otros palurdos, y vea cómo por aquí lo sabotean. “La minoría de edad es la incapacidad para servirse del propio entendimiento sin la guía de otro”, decía el filósofo que todos los días salía a dar una caminata por su pueblo universal: Könisberg, capital de Prusia. Pero ahora, la “ilustración”, por estos lares tan hediondos, es necesaria para desfalcar al Estado, con elegancia y tino.
Ahora, cuando cada vez es más antipático el régimen gubernamental colombiano, con su seudoestadista; ahora, cuando asciende en impopularidad el hombrecito que gusta de estar provocando a los pobres, a los destechados, a los derruidos en su economía, a los proletarios (cada vez menos, por la desindustrialización general), a los albañiles, los zapateros, los lustrabotas y los desocupados, que quisiera patearlos como a pelota callejera, les nombra al exministro que un vigoroso paro nacional zarandeó e hizo renunciar, como codirector del Banco de la República.
“Chupen por bobos”, parece decir el que se parece más a un dictadorzuelo tropicaloide que a un mandatario elegido popularmente (y con fraude y todo). El mismo que respalda a una ministra que dizque va a demandar a los que le destaparon su podrida corruptela en un contrato que dejó a no sé cuántos miles de niños sin un recurso educativo como la internet.
Duque-Carrasquilla-Abudinen. Están vacunados contra el sonrojo. No se ruborizan. Hacen parte de una fatídica banda de atropelladores, de desvergonzados, de cínicos de baja estofa. Son elementos de una corriente que, hace años, manda a su antojo en un país sometido por gavillas exclusivas, por patanes de club de alta sociedad acostumbrados a pisotear (y conculcar) los derechos de las mayorías. Sin dárseles nada. Muertos de la risa.
Estos parásitos gustan de percibir por siempre, sin talanqueras, el botín estatal. Y si alguna pavesa de ilustración poseen, que no parece —más bien están doctorados en bandidajes y otras maneras (unas veces sutiles, otras de abierta vulgaridad) del despojo—, la utilizan para sus trastadas y fechorías, que ellos consideran de alta pureza y hasta una manifestación muy “sexy” y “clasuda” de su parte. El delito como un modo de la ostentación. Y hacer lo que se nos da la gana, porque estamos en el reino de la impunidad. Así piensan. Así actúan. Qué más da.
Por estos días, de despropósitos oficiales, de manipulaciones y desafíos de la cáfila de degenerados que detenta el poder, he vuelto a viejas lecturas del poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht, a veces como una especie de consuelo. A veces buscando una poterna, o tal vez una tronera, desde la que se pueden disparar cañonazos verbales. “Los gobernantes al servicio de los explotadores consideran el pensamiento como algo despreciable. Para ellos lo que es útil para los pobres es pobre. La obsesión que estos últimos tienen por comer, por satisfacer su hambre, es baja”, decía en Las cinco dificultades para decir la verdad.
En su inquietante poema Loa de la dialéctica, que comienza con la visión de los opresores para que el mundo siga igual, o sea, para que no haya cambios ni se les pueda mover el piso a los mandones de siempre, el poeta llama a la comprensión de que todo no seguirá igual, que habrá un cambio, “pues los vencidos de hoy son los vencedores de mañana”. “¡Que se levante aquel que está abatido!”, proclama como un llamado a despertar, a cuestionar a los que, desde la cima, apuntan para que todo siga igual. O peor. “Los vencidos de hoy son los vencedores de mañana”, advierte.
En todo caso, si hay unos ilustrados para las corruptelas y los desmanes, para el ejercicio de las opresiones, de las imposiciones, de las tropelías y la continua burla a los descamisados, debe haber, a su vez, la contraparte. Y aquí vuelve Brecht, con su Loa del estudio: “¡Estudia, hombre en el asilo! / ¡Estudia, hombre en la cárcel! ¡Estudia, mujer en la cocina! / ¡Estudia, sexagenario! / Estás llamado a ser un dirigente”.
Llegará el día en que el pueblo colombiano se atreva a saber y alcance su mayoría de edad mental para arrasar a sus verdugos.