El asunto que evidencia doña Íngrid Betancourt, alias santa Juana de Arco, es el de los que sí deben demandar al Estado colombiano porque no les han garantizado la seguridad (ni siquiera la democrática), porque les han violado sus derechos y los han convertido en ciudadanos de tercera categoría.
Íngrid, siempre una consentida de las altas esferas de este país de inequidades y desafueros, sale con su cara, mezcla de heroína de papel y víctima de su propio invento, a decir que en rigor ella no iba a demandar al Estado sino a realizar una solicitud de conciliación, que como todos saben es la antesala legal de la demanda. Que lo demande o no, ella está en su derecho. El cuento es que parece más un pleito de ambiciones y negocios particulares. Y a cualquiera se le abre el apetito por 6,8 millones de dólares.
Si hubiera sido un acto simbólico, político, para despertar reflexiones en torno a la situación colombiana, la intentona de la ex candidata presidencial hubiera tenido, quizá, cierta acogida y simpatía entre la gente. Pero decir que aspiraba a una indemnización de millonadas de dólares, le cerró el camino y la puso en el ojo del huracán. Que tenga derecho a una reparación, es posible. Pero el modo de plantearlo no fue acertado.
Tal vez le hubiera ido mejor si funda una organización para luchar contra el secuestro en Colombia, para denunciar las injusticias sociales de este país, o para otros aspectos humanitarios. Pero la jugada se advierte como muy personalista y ramplona. ¿Cómo no iba a tener más acogida, por ejemplo, si encabeza en Europa marchas por la liberación de sus ex compañeros secuestrados o contra las situaciones de terror que cotidianamente vive el pueblo colombiano?
Debe de ser fácil hablar desde París o Nueva York, entre alfombras y comodidades. Y pensar cómo aumentarlas. Pero creo que doña Íngrid equivocó el objetivo y acabó de deteriorar su imagen. Mostró el cobre que tienen los políticos tradicionales de este país de desequilibrios sociales y corrupciones múltiples.
Tal vez le hubiera ido mejor a la que algunos franceses le dieron el apelativo de la nueva Juana de Arco, si hubiera iniciado un combate de ideas por una salida negociada al conflicto armado colombiano. O si en su trabajo político le hubiera dado por denunciar las causas del desplazamiento forzado en Colombia, que asciende a más de cuatro millones de personas.
El secuestro de la señora Betancourt (abominable como todos) pareció ser buscado por la víctima, según las circunstancias en que se presentó. Tal vez, como también expresan analistas y opiniones populares, pensaría la entonces candidata que las Farc la tomarían por corto tiempo, la liberarían con mensajes para el gobierno y ella se daría tremendo baño de popularidad. La historia, como es fama, ocurrió de otra manera y estuvo secuestrada por más de seis años.
A doña Íngrid la ambición le rompió el saco. Porque de haber sido más lista, hubiera emprendido, por ejemplo, campañas internacionales para denunciar los “falsos positivos”. Ah, en este aspecto y en otros muchos, cuánta gente hay en el país que sí debe demandar al Estado por aberraciones y delitos como son los crímenes de estado, por desapariciones, por desplazamientos…
Colombia es un país trágico, pero a su vez circense. Las actitudes como la de la ex candidata hacen parte de esa historia de desmanes y comicidades que ha sucedido en doscientos años, en los que los gringos se robaron a Panamá, en que a esos mismos les regalaron el petróleo, y últimamente les autorizaron la presencia de bases militares en territorio colombiano.
Entre tanto, la mayoría sigue padeciendo todas las miserias y lacras de un sistema de injusticias sociales y desamparos sin cuento. Dicen por ahí, en los corrillos del pueblo, que a Íngrid le iría mejor si se consiguiera un bacán que “tenga pesos duraderos”.