Los hombres duros no bailan

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Reinaldo Spitaletta
10 de enero de 2017 - 02:00 a. m.
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El que baila (como el que canta) sus penas espanta. Bailar, en el caso de los guerrilleros de las Farc, en la nochevieja, era un ritual de despedida de las armas, de un vaticinio de que pronto estarán en la vida civil, una suerte de celebración no solo del tiempo nuevo (si es que puede hablarse en rigor de un tiempo viejo, de uno nuevo), sino de una promesa.

El ritmo comienza a perderse cuando no solo son los de la guerrilla los que entrelazan sus cuerpos en una danza de fin de año, sino que en el baile se cruzan delegados de la ONU, supuestamente neutrales en la verificación del proceso de desmovilización y desarme de las Farc. Sabor por aquí, alegría por allá. ¿Y qué tal si solo se hubieran quedado viendo bailar? ¿Bailar con una guerrillera puede ser un acto de parcialidad y simpatía por los armados?

El suceso, primero el de Conejos, en la Guajira, y luego el del Cauca, llenaron las redes sociales de opiniones, y de iracundia a los uribistas, que ni siquiera se acordaron de las rumbas que se daban en Ralito. Ni del pacto que se celebró entre los paramilitares y congresistas, alcaldes y otros políticos  para “refundar el país”. Santafé de Ralito, a su manera, fue una versión paraca del Caguán. Bueno, pero ese es otro cantar (o danzar).

El baile, que, de por sí, puede ser una catarsis, un desamarre del deseo refrenado, un modo de ser de las culturas, en la nochevieja de los campamentos de la guerrilla trascendió lo festivo y se mezcló con lo político y diplomático. Quiérase o no, el pasito tuntún de los de la ONU rompió protocolos y comportamientos de un verificador neutral. La fiesta, claro, convocaba. Y las muchachas de la guerrilla bailan bien, según parece. Y no son feas (a ninguno le tocó bailar con la más fea, como decían antes).

Los argumentos más repetidos en las redes se referían a que era mejor que tiraran paso y no cilindros bomba; que si habían suscrito un acuerdo de paz tenían derecho a bailar y a hacer todo lo que hace cualquier ciudadano. Hasta un comandante “fariano” se dejó venir con aquello (no sin demagogia) que “siquiera estábamos bailando y no echando bala”. Sí, claro. Chévere bailar, gozarse el fin de año, recibir el “tiempo nuevo” con gracias y salero en las piernas, en el cuerpo. Pero el cuento con los de la ONU es diferente.

Pese a que algunos recordaron una pieza de Los Prisioneros: “únete al baile de los que sobran, nadie nos va a echar de más”, el bailoteo de guerrilleros con verificadores del proceso de paz no encajaba. Sin embargo, no había por qué acudir a la tradicional hipocresía de sectores de la sociedad colombiana que se desgarraron las vestiduras por “la canita al aire” de los observadores. La ONU, tan desprestigiada porque ha sido una entidad de bolsillo de las superpotencias, en especial de Estados Unidos, los retiró, como debía ser. Y listo.

Tal vez los delegados internacionales sucumbieron ante la tentación de las cinturas y caderas guerrilleras y se dejaron seducir por los movimientos sabrosos y la música tropical. Pero, en este caso, como el título de una novela de Mailer, debieron decirles a los del campamento de la Yé de las Marimondas, que “los hombres duros no bailan”. La ONU calificó el comportamiento de “inapropiado” y obró en consecuencia.

A los verificadores se les nombra para que cumplan con su misión verificadora y de monitoreo, con presunción de imparcialidad y de ser neutrales. Un pasito para allá y otro para acá, y quedan bailando en la cuerda floja. Así, habría que saber con quién y dónde se baila.

Bailar, además de relajar, es un ejercicio que se conecta con la imaginación y las celebraciones. Es, como es sabido, una evidencia de arte corporal. Un filme maravilloso es El baile, de Ettore Scola, en el que discurren más de cincuenta años de historia en un viejo salón, o la secuencia de El segundo vals, de Shostakovich, en la película Ana Karenina. “Bailen, que el mundo se va a acabar”, decía hace poco un loquillo en una calle de Medellín.

“Bailen todos, compañeros, porque el baile es un abrazo”, advierte un tango de Troilo y Cadícamo. Ya es moraleja: los de la ONU, si están en servicio, no deben bailar con guerrilleros. Esperen a que se desmovilicen.

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