El espectáculo de horrores no es nuevo, pero se ha perfeccionado. Ya no se trata, por ejemplo, de quebrar vidrieras, apedrear entejados, poner trampas en la calle para que algún transeúnte despistado se hunda en una alcantarilla y de otras maldades “sabrosas”. Había en aquellos ejercicios de la perversión, que a veces resultaban más bien ingenuos, una cuota imaginativa y, por supuesto, muchas ganas de joderles la vida a los demás.
Me refiero al desaparecido mundo en el que los adolescentes y aun los niños, cuando apenas en las casas había un receptor de tv, planeaban, a modo de juego un tanto macabro, dispositivos para molestar al vecindario, que podían oscilar entre untar excrementos en las puertas hasta quemar periódicos en las bocas de los bajantes. No se filmaban, ni se fotografiaban. No era la cultura de las imágenes, ni de la virtualidad. Era aún un mundo de lo sólido, análogo, con piedras reales y puñales sin mucho brillo. En La naranja mecánica, novela de Anthony Burgess, con una jerga adolescente inventada por el autor (el nadsat), el espíritu de la maldad atraviesa la obra. Hay escenas de espanto, como las golpizas inclementes de una barra de muchachos contra viejos, que se desploman, sangran, se quejan y pierden hasta los dientes o sus prótesis. No se filmaban esas agresiones.
Algo así, y quizá hasta peor, sucede en la novela de Bioy Casares Diario de la guerra del cerdo. Y, ya en la vida real, contra los viejos galopa el neoliberalismo, que los aplasta y ningunea. Como alguna vez lo dijo la inefable Christine Lagarde, del Fondo Monetario Internacional: el mundo está lleno de viejos que hacen tambalear la economía global. Propuso recorte de pensiones, aumento de cotizaciones y otras vergajadas, como una especie de “solución final” para aquellos que duran mucho y es mejor que se extingan antes de lo esperado.
A la francesa Lagarde, llena de fastidio por los avejentados, aunque ella cuando lo dijo ya estaba casi en la cuarta edad, no se le ocurrió, sin embargo, que había que grabar las muertes de los ancianos, ponerlas en las redes para que recibieron una lluvia de “likes” y crear tendencias y otras mariconaditas que son las que dominan hoy en el superficial mundo de las virtualidades. “Ya no habitamos la tierra y el cielo, sino Google Earth y la nube. El mundo se torna cada vez más intangible, nublado y espectral. Nada es sólido y tangible”, declaró Byung-Chul Han, en su noción sobre las No-cosas.
Y en este punto no solo hay que hacer mención del enardecido narcisismo de las redes sociales, que, a su vez, promueve los “linchamientos” digitales de los que se escapan del redil, sino de los llamados “no-lugares”, como son, por ejemplo, los centros comerciales, aburridos mundos de la monotonía y el consumo, a los que, hace años, Saramago les dedicó una novela.
Estamos en los tiempos del enardecimiento del “yo”, cuyos escenarios de exposición son las redes sociales. Solo caben en esa montonera de egos, los que tienen en lo superficial y momentáneo un “estilo de vida”, cuyos atractivos más cotizados son la cantidad de seguidores y el número de “me gusta”. Y en ese exhibicionismo de la pendejada también cabe el registro de “maldades simpáticas”, con nuevos elementos que ni por asomo están en aquellas de otros tiempos en los que la imagen no representaba una atracción fatal.
Retornemos al concepto de “centro comercial”, cuyas presuntas cualidades están en la “seguridad”, el aislamiento del contaminado afuera y, como esencia, el consumo, muchas veces de naderías. Resulta que hoy no son ni tan seguros ni tan descontaminados. Más bien, se transmutaron en escenarios para el ejercicio de maniobras infantiles y juveniles que hay que grabar y hacer circular en las redes sociales. Son los novísimos “héroes” que, con sus pilatunas, a veces no tan ingenuas, pueden alcanzar millones de seguidores en redes como Tik Tok.
Entre los retos para los jóvenes en esta red china están, como sucedió no hace mucho en Estados Unidos, el robo de autos de determinadas marcas, a fin de protagonizar “aventuras”, incluidas las de venderlos a menos precio, para erigirse como los divertidísimos héroes de los nuevos tiempos. En un nuevo centro comercial de Bello, una ciudad dominada por bandas delincuenciales, y en las que es posible convertir una biblioteca en un supermercado, suceden distintas pillerías juveniles.
El Armadillo y el periódico Universo Centro realizaron una investigación sobre las intervenciones de grupos juveniles, que titularon como “¿Qué karma estará pagando Parque Fabricato, nea?”, en la que se aprecian esos “happenings”, no exentos de perversidad, como los de accionar extintores y causar revuelo entre los visitantes, actos que dan cartel y miles de seguidores en la mencionada red.
Odiseo y otros héroes (algunos eran mercenarios) ya son parte de una antigualla épica. Hoy son niños y adolescentes los protagonistas de otras “gestas” virtuales, en las que Narciso vuelve y juega.