Sombrero de mago

Maldita violencia

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Reinaldo Spitaletta
26 de septiembre de 2023 - 02:00 a. m.
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Lo peor es acostumbrarse al horror, como a las penas. La repetición de acontecimientos macabros puede, al fin de cuentas, insensibilizar, o, peor aún, volverse natural, o banalizarse, como también ha pasado. En Colombia, país de históricas desventuras, con ríos de sangre, con selvas de agrestes matazones, con la presencia de aquel hombre que, antes de enamorarse de mujer alguna, jugó su corazón al azar y se lo ganó la violencia, parece que estamos condenados a la crueldad. Y a otros desasosiegos.

Hemos discurrido por el genocidio de indios, por las azarosas “aventuras” de los cazadores de cabezas, también por los que, con otras cabezas cortadas, jugaban a la pelota en algún caserío de olvidos. Nos vemos entre hospitales de sangre y matanzas a machete en alguna batalla disparatada de fines del siglo XIX, así como podemos irnos en trenes con vagones llenos de muertos para arrojar al mar. Nos han hecho el corte de franela, o de corbata, o puesto la lengua cortada en los genitales, y otras vistas (como de cine de terror) que se pueden apreciar, digamos para no citar tratados sociológicos, en la literatura. Ahí está, narrada con toda su crudeza, Viento seco, de Daniel Caicedo, sobre la Violencia (con mayúscula, aquella muy tenebrosa de chulavitas, de godos y liberales, de miles de campesinos asesinados).

Del romántico aventurero Arturo Cova, con la explotación infame de los caucheros de parte de la Casa Arana, que ya se habían mucho tiempo atrás visto otras atrocidades en las auroras sangrientas cantadas por Juan de Castellanos, y cruzando por otros caminos en los que (suena a literatura) no se atrevían ni los crepúsculos, Colombia parece tener el destino siniestro, y trágico, de atravesadas violencias. Hay ríos cementerios, como, por ejemplo, uno muy dramático pintado por Fernando Botero. Hay anónimos amenazantes, pasquines sin suscripción, como los narrados por La mala hora, de García Márquez. Y sensaciones indescifrables en un cuadro como Violencia, de Alejandro Obregón, pintado en 1962, el mismo año en que se publicó La casa grande, de Álvaro Cepeda Samudio.

La violencia (maldita violencia, cantaba José Barros) cuando trasciende de la terrible realidad y se convierte en cuadro, escultura, novela, obra teatral, poema, trasciende con todos sus dolores y espantos para apreciarse en otras dimensiones, que nos vacunan contra la insensibilidad y el acostumbramiento a las desgracias. Así, una obra de Débora Arango nos puede remover tripas y corazón y ponernos en alerta, o una de Doris Salcedo, que nos nombra otras miserias. Como ella lo ha advertido, más que representaciones de la violencia (que es irrepresentable, dijo alguna vez), se trata de señalar el trauma, el dolor y la ausencia que deja cada acto violento.

Nos han acosado las violencias en el campo y la ciudad. La de los “pájaros”, como aquel cóndor siniestro narrado por Álvarez Gardeazábal; la de los asesinos a sueldo, como los que pulularon en las décadas de los 80 y 90, que sembraron el terror en las calles; como la violencia sistemática, selectiva, emprendida a fines de los 70 contra sindicalistas. Hay que recordar que al sindicalismo, en especial al consecuente y combativo, lo minaron a punta de crímenes y otros atentados.

Nos ha acompañado en nuestra historia llena de tumbos y retumbos el magnicidio (como el de Uribe Uribe, el de Gaitán, por ejemplo), y decenas de masacres, como las de las bananeras, la de Santa Bárbara, las de indígenas que se asesinaban así no más porque, según los asesinos, no era pecado ni delito matar indios. La Vorágine, que es novela de la violencia, en la que aparece un filipichín folletinesco, un juez corrupto, el papá de una simplona cachaca, tiene la presencia de un coronel asesino, aparte de cuatreros, putas, ladrones… y la selva (que también devora al lector), y el caucho y todo lo que generó su mercadeo trágico.

Y después del caucho, advino el cultivo de la “marimba”, y después el de la coca, y entonces el narcotráfico fue parte de los rituales económicos y políticos, de la vida cotidiana, de las vindictas, de las matanzas, de la financiación de paramilitares y guerrillas. Así hemos vivido. Así hemos muerto. Y todo sigue, como si no hubiera pasado nada, porque, lo dicho, nos acostumbramos a penurias, a tener presidentes vendepatrias, a las corrupciones, al uso de la fuerza para resolver las contradicciones políticas.

Por estos días hemos revivido los horrores sin nombre de los denominados “falsos positivos”, y escuchado confesiones de altos militares comprometidos en esa espeluznante tarea de matar gente, de hacer pasar como guerrilleros a muchachos inocentes. El mayor general (retirado) William Torres Escalante, comandante de la Brigada XVI, se responsabilizó de 146 crímenes de los tiempos de la “seguridad democrática”. “Me convertí en jefe de una organización criminal”, declaró en una audiencia de la JEP.

Nos tragó la selva de todas las violencias y parece como si no hubiera pasado nada. En las mismas vamos y estamos.

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Jacqueline(10525)28 de septiembre de 2023 - 03:58 p. m.
Una radiografía de este desvertebrado país. Excelente!!!
Pedro(86870)27 de septiembre de 2023 - 03:30 a. m.
Qué columnista tan interesante y tan original. Parece que no fuera antioqueño. Yo agregaría que con este gobierno se recuperará la añorada paz de Santos que los uribistas hicieron trisas y con Gustavo Petro se recupera ese legado con paz total acompañado de Reforma agraria
Carlos(58915)27 de septiembre de 2023 - 03:19 a. m.
Excelente y certera columna, gracias
Fernando(70558)27 de septiembre de 2023 - 02:54 a. m.
Reinaldo: ha pasado tanto, q mire dónde vamos. No es suficiente, ni + d lo que deberíamos, pero sin las luchas de las organizaciones sociales populares, las denuncias de intelectuales como Ud, de los jóvenes que arriesgan su vida en la lucha callejera, de los valientes funcionarios judiciales que a pesar de ser minoría se atreven a castigar, sin esta y mucha mas gentes, estaríamos en peores condiciones socio-políticas. Animemos a nuestro pueblo a seguir la lucha, no lo desanimemos.
Alberto(3788)27 de septiembre de 2023 - 12:21 a. m.
Impactante y Veraz. Gracias, Reinaldo Spitaletta.
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