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Matar de hambre a los niños de Gaza

Reinaldo Spitaletta

29 de julio de 2025 - 12:00 a. m.

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Es un niño esquelético, sin niñez, sin futuro, solo es un despojo, una víctima más del genocidio que Israel está cometiendo contra Palestina. Es Mohamed Zakariya Ayyoub al-Matouq, un bebé de un año y medio, con desnutrición severa, que ahora es el símbolo de la utilización del hambre como un arma de destrucción masiva. Es una imagen del desamparo absoluto, de la hecatombe de los niños gazatíes (también de los ancianos y muchas mujeres) condenados a todos los martirios por el criminal Benjamín Netanyahu.

Mohamed, que tiende a esfumarse, ya padece el síndrome de la “espalda encogida”. Es esta criatura, deshumanizada por Israel, una muestra de los “niveles catastróficos de desnutrición” (según Médicos sin Fronteras) que padecen los chiquillos gazatíes. No solo son los bombardeos, los ataques terrestres, las “razzias” sionistas, sino la ejecución sumaria de la niñez de Gaza a punta de una “calculada política” de inanición.

Es el hambre como arma de guerra, de infame demostración de inhumanidad de los verdugos contra los niños. Hay que parar esta barbarie, hay que frenar como sea esta despiadada forma de agresión a un pueblo. Sin embargo, para Estados Unidos e Israel, y para sus adláteres de Europa y otras partes, es solo una “limpieza” para llevar después, a un enorme campo de concentración, a los supérstites habitantes de Gaza y crear allí una “Riviera”, un balneario para la vida muelle de los más dilectos ricachones del orbe.

Ahora se trata de “matar de hambre” a la chiquillada palestina, cada vez más reducida. Las imágenes que alcanzan a llegarnos de niños casi transparentes, agonizantes, iconos del horror y de la carnicería cometida por Israel, no solo conmueven, sino que despiertan, más que compasión por aquellas víctimas, una rabia sin límites contra los asesinos, además de darnos a saber que somos impotentes ante los devastadores poderes criminales.

El derecho internacional se volvió letra muerta frente a esas agresiones que desbordan cualquier sentido y significado de humanidad. Privar a los civiles, en especial a los niños, de alimentos y medicinas, además de vivienda, de escuela, de juegos, de las más elementales condiciones de dignidad, ya es una demostración de que la razón ha sido pulverizada. Si bien la utilización de la inanición como arma de guerra no es una novedad, la que se teje contra Gaza es un ejercicio perverso de la maldad y el aplastamiento del derecho de los pueblos a no ser agredidos.

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En el sitio de Leningrado (1941-1944), los nazis, en un intento de exterminar a la población sin necesidad de combatir, cercaron la ciudad durante 870 días y murieron de hambre casi un millón de personas. Sin embargo, la historia cambió y los soviéticos, en su contraataque, pulverizaron a Hitler y su imperio de papel. Ahora la sitiada, de parte de Israel, es Gaza. El hambre se extiende como una peste que arrasa, en especial, a la chiquillada.

“Ahora no hay nadie en Gaza que esté fuera del alcance de la hambruna, ni siquiera yo mismo”, declaró Ahmed al-Farra, que dirige el servicio de pediatría del Hospital Nasser, en el sur de Gaza. “Les hablo como funcionario de salud, pero yo también busco harina para alimentar a mi familia”, según reporte de The New York Times. Gaza es un gueto. Y, como sucedió con los guetos judíos en la Segunda Guerra Mundial de parte del nazismo, ahora es Israel el que arrasa. Y utiliza el hambre como un arma de alto poder destructivo.

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En la novela Hambre, de Knut Hamsun, el protagonista, que tiene el estómago verdoso de lama y se le cae el pelo, por lo menos come una o dos virutas para distraer la hambruna y no sucumbir; los niños de Gaza ni comen papel (como alguna vez les tocó a algunos niños de La Guajira) ni viento. Tampoco viruta. La nada es su comida, o, de otro modo, la ausencia de esta. Se ha dicho que la de Israel contra Gaza es la campaña más rápida de inanición de la historia moderna.

Si no hay una certera reacción mundial, si los pueblos del mundo no se solidarizan con Gaza, si los tribunales internacionales no dejan de ser solo decoración, parece que Donald Trump y Benjamín Netanyahu van a expulsar, con sus actos criminales, a todos los gazatíes, en una práctica de “limpieza étnica” a escala mayor.

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Los niños gazatíes no tienen ni un trozo de pan. Están desahuciados. La hambruna los está pulverizando. Queda por ahí uno que otro esqueleto, alguna muestra dolorosa de los efectos arrasadores de la inanición programada. La madre de Mohamed, Hedaya Al-muta, dijo, según un informe de la BBC, que a su marido lo mataron “y no tengo a nadie que provea, excepto Dios. Trabajo duro, pero no puedo alimentarlo ni darle un poco de fórmula para bebés. Estoy agotada”.

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