Sombrero de mago

Meira más allá del mar

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Reinaldo Spitaletta
23 de agosto de 2022 - 05:01 a. m.
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Tenemos en casa desde hace años una suerte de ritual de cocina: leer en voz alta. Casi siempre las invitadas, en medio de aromas de café y mientras se prepara el desayuno, son las novelas. De vez en cuando, a mi compañera y a mí nos da el arrebato de combinar la narrativa con la poesía, y por eso se nos aparece, por ejemplo, Cavafis, con sus ciudades, sus Ítacas y sus “voces amadas e ideales / de los que ya murieron o están para nosotros / perdidos como muertos”.

Hace no sé cuántos días a ella le agarró el arrebato de recordar, después de las noticias sobre los seis mil cuatrocientos dos falsos positivos, la frase tremendista de Theodor Adorno: “Después de Auschwitz escribir poesía es un acto de barbarie”, pero leerla, agregó ella, es una necesidad y un camino para reencontrarnos con el dolor a distancia y fue cuando, en vez dcl escritor de Alejandría, leímos El canto de las moscas (Versión de los acontecimientos), de María Mercedes Carranza.

Y entonces pasamos por Mapiripán, Dabeiba, Soacha, Necoclí e Ituango: “El viento / ríe en las mandíbulas /de los muertos. /En Ituango, el cadáver de la risa”. Y había que interrumpir la lectura de aquellos poemas trágicos, crónica de nuestras desgracias nacionales, para volver sin remedio a “Esperando a los bárbaros”.

Por estos días llegó a casa un libro de tapas blancas, titulado “Poesía selecta y 25 elogios”, dedicado a la poetisa barranquillera de ascendencia libanesa Meira Delmar, de la editorial Letra a Letra. Es una publicación a propósito del centenario del natalicio de la autora de Alba de olvido, cuyo nombre de pila era Olga Isabel Chams Eljach, con sonetos, verso libre, romances, canciones, haikus, casidas, coplas, en fin, un “mosaico de su delicado lirismo, junto con un conjunto de textos críticos sobre su obra”, como lo advierte en el prólogo Patricia Iriarte.

En este libro, que pone de nuevo en la palestra de las sensibilidades y otras músicas (¿músicas de alas?) a la barranquillera que dirigió durante años la Biblioteca Departamental del Atlántico, se pueden encontrar los primeros poemas, aparecidos en 1937 en la revista Vanidades, como otros que dan cuenta del milagro de las palabras que navegan por el mar, por la mar. También hay palabras de otros, claro, sobre la poetisa (ella prefería esta designación) que escribió versos como estos: “Alguien pasa y pregunta / por los jazmines, madre. / Y yo guardo silencio”.

Entre los que elogian a la autora están Gabriel García Márquez, cuando, el 20 de junio de 1951, en su columna “La jirafa”, suscrita con el seudónimo de Séptimus, en el periódico El Heraldo, decía: “A quienes seguimos, desde la publicación de Alba de olvido, hace diez años, la trayectoria de esta exquisita y a un tiempo fuerte escritora, nos corresponde advertir la casi verticalidad con que progresa la gráfica de su dominio idiomático”. También aparecen elogios, entre otros, de Ramón Vinyes, Javier Arango Ferrer, Milcíades Arévalo, Juan Gustavo Cobo Borda y Fernando Charry.

Es clave y necesario que las ciudades tengan poetas que las canten, las cuenten, las imaginen, las graben en la memoria para aquellos que vendrán. Barranquilla, Cartagena, el mar, las puertas, las ventanas, las viejas casas están en los poemas de esta autora que parece flotar en las brisas del Líbano. Ah, y como bien lo hizo notar El Espectador, en el artículo “Meira del Mar: más allá de la contemplación” (suscrito por Daniela Cristancho Serrano), también la política hizo parte de sus creaciones. Ni más faltaba.

Su Elegía de Leyla Kháled, guerrillera palestina, es una avanzada de las posiciones de Meira Delmar frente al conflicto en Medio Oriente y, en particular, sobre la sangrienta y ya casi eterna puja entre Israel y Palestina. “Nadie sabe. No sé. Pero te alzas / de repente en la niebla del desvelo, / iracunda y terrible, Leyla Kháled, / oveja en loba convertida, rosa / de dulce tacto en muerte transformada”.

Al cumplirse el centenario de Meira Delmar hay motivos suficientes para celebrarla, para volver a sus obras, y hasta para leer sus poemas en alguna cocina. La publicación de “Poesía selecta y 25 elogios” es la ocasión propicia para sentir, escuchar la música de sus palabras. “Música, ronda, rondeles. Y una paulatina asimilación de la tradición hispánica, de Garcilaso de la Vega a Antonio Machado, y acorde con sus orígenes, el conocimiento de la incomparable herencia poética árabe, raíz, a su vez, de nuestra lírica”, escribe Cobo Borda en su ensayo Meira del Mar o la secreta isla de la poesía.

Después del infierno de Auschwitz se siguió escribiendo poesía, como obligación moral, como una bella manera de conjurar a tantos demonios de la barbarie. Y por estas coordenadas, a las que una mujer cuyos ancestros orientales combinados con las magias del trópico le dieron una particular voz, también escribió Meira para hacernos la vida más luminosa.

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