Sombrero de mago

Memoria y difamación

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Reinaldo Spitaletta
18 de julio de 2017 - 02:00 a. m.
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En un país en el que la mentira es considerada una virtud para el ejercicio de la política (o de la politiquería), difamar es fácil y, en muchas ocasiones, ni siquiera tiene efectos judiciales. Se difama cuando se carece de argumentos. O, en ese mismo sentido, cuando, a falta de ellos, el odio es la salida para disolver (que no resolver) la discusión, el debate ilustrado o civilizado que llaman. Y entonces, como en un tango de Discépolo y Juan de Dios Filiberto, se vuelve “a aquel pasao malevo y feroz”.

Ahora, cuando se habla de violaciones, de un lado y del otro, cuando al mismo tiempo en que un expresidente de la República acusa de violación de menor a un periodista y caricaturista (que es lo que es, ante todo, Samper Jr.), sale a la palestra la violación de una prostituta por unos jugadores del Santa Fe de Bogotá, digo que sería interesante, por ejemplo, revisar el catálogo de violaciones no solo a niños sino a adultos de parte del régimen de la “Seguridad Democrática”.

Se puede demostrar, antes de entrar en detalles, que en los últimos 50 años en Colombia los distintos gobiernos han echado mano de la violencia para reprimir las manifestaciones de descontento. Se ha castigado con dureza, con “mano firme”, a los médicos y otros trabajadores en huelga; a los discrepantes; a los que alzan la voz contra las injusticias; a los defensores de derechos humanos; se ha disparado contra los demócratas, en fin. Y así habría que acordarse, por ejemplo, del Estatuto de Seguridad hasta las persecuciones y asesinato al profesor Alfredo Correa de Andreis.

Quizá ya son parte de la amnesia colectiva aquellas maniobras ilegales del extinguido DAS contra periodistas independientes, magistrados y opositores. Tal vez se le haya echado tierra a los 3.000 muertos que nada tenían que ver con la guerrilla pero que, para efectos de “productividad” de la “Seguridad Democrática”, se presentaron como bajas a la subversión, cuando no eran más que aterradores “falsos positivos”.

Y ni hablar de la Ley 100, que privatizó la salud y tornó en archimillonarios a los negociantes de la misma. Se ha argumentado que, en Colombia, han sido más los muertos por tal ley que los causados por la violencia. Los “paseos de la muerte” han violado los derechos de niños y adultos. La salud, con una ley que trastocó el “acto médico” en el poder de facturas y chequeras, se volvió una infame puja del capital financiero, una feria de mercachifles, un mercado deshumanizado para la acumulación de ganancias. Ahí sí ha habido violaciones a granel.

Si Uribe, el mismo de “te doy en la cara, marica”, sabe que el periodista de marras ha “violado menores”, debe denunciarlo penalmente. Y no estar aprovechando las humoradas de aquel para hacer politiquería y chauvinismo regionalista. Además, el expresidente, en un comunicado en el que ratifica su “difamación” dice, quizá a modo de payasada de mal gusto, que en su presidencia no intentó callar periodistas con “persecución oficial”. No sé qué puedan decir al respecto, por ejemplo, Gonzalo Guillén, William Parra y Daniel Coronell.

¿Acaso será difamar al expresidente si se recuerda a qué niveles de corrupción llegó su Gobierno? ¿Cómo consiguió su reelección? ¿En qué consistió la Yidispolítica? ¿Qué pasaba con Teodolindo? ¿Cuántas notarías se repartieron como parte de la conquista de votos para modificar un “articulito”? ¿Y lo de Agro Ingreso Seguro? ¿Y a algunos de sus queridos funcionarios, o “buenos muchachos”, unos presos, otros prófugos y los que están investigados?

Ahora se dirá que es una ofensa personal si se memora, por ejemplo, cuando el alcalde de Robles, frente al entonces presidente de la República, decía: “Me van a matar”. Y lo mataron. Al asesino lo premiaron con un puesto diplomático. ¿Será difamatorio recordar el despeje de Ralito, las agresiones contra los trabajadores con la reforma laboral que les conculcó derechos y los pauperizó?

Ah, no sobra decir que, en este país de asesinos y mentirosos, nos quieren polarizar en torno a figurines que han esquilmado el erario, que convirtieron la nación en un coto personal, con puertas abiertas (o rodilla en tierra) a las transnacionales y a los intereses foráneos. Nos quieren hacer creer que hay diablos menos malos, “menos peores”, y entonces, con su circo de pacotilla, ponen a la plaza a pelearse entre sí, mientras ellos, los mandamases, gozan de la “güevonada” de quienes desprecian y llaman “los de abajo”. Así es la vaina.

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