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Negacionismo y burla a las víctimas

Reinaldo Spitaletta

21 de enero de 2025 - 12:00 a. m.
““No estarían cogiendo café”, dijo entonces el don, como otra maniobra de negar los crímenes de Estado”: Reinaldo Spitaletta
Foto: Valentina Arango Correa

Es posible que al insensato “periodista” radial, declarado como un “gran hijue****” por una vasta comunidad de repudiadores de su conducta ofensiva, se le haya adelantado, por muchos años, el también repudiado presidente Julio César Turbay Ayala. En su cuatrienio represivo (1978-1982), él se declaró como “el único preso político de Colombia”, en una frase negacionista —y vil e hipócrita y cínica— de la insistente violación de derechos humanos en Colombia.

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Era como si dijera entonces que los torturados en las caballerizas de Usaquén se infligían ellos mismos sus laceraciones y otros aberrantes suplicios. Más o menos como si, antes, cualquier otro negacionista de las infamias de los tiempos de la Violencia en el país hubiera señalado que el “corte de franela” o el “corte de corbata” eran flagelos que las mismas víctimas se los practicaban.

Qué cuentos de torturados, de desaparecidos, de masacrados, esos son inventos (o calumnias) de la oposición. O son delirios de escritores, quizá de los partidarios del realismo mágico, como lo dijo una desvergonzada agitadora derechista con lo que ocurrió, en 1928, en la Zona Bananera. No hubo masacre, según la muy lista damisela de cuyo nombre y apellido no quiero acordarme; son invenciones de García Márquez. (Ah, y le faltó agregar que de Cepeda Samudio y Ramón Illán Bacca, y de un político desaforado como Gaitán, etc…).

Y así, en lo que podría aparentar ser un chistecito de perverso gusto, se ha ido extendiendo, en contravía de la historia, una tendencia a negar de un lado las infamias oficiales y de otro las de apagar a cualquier costo los fuegos de la memoria. Podría recordarse cómo el tenebroso DAS, en particular en los horrendos tiempos del gobierno de Álvaro Uribe Vélez, estaba dirigido por “buenos muchachos”. Tan buenos que el profesor Correa de Andreis se mató solo, según eso.

Lo mismo pudiera apreciarse en el espantoso caso de los “falsos positivos”. “No estarían cogiendo café”, dijo entonces el don, como otra maniobra de negar los crímenes de Estado, o por lo menos edulcorarlos, someterlos a otras sutilezas de la “cirugía de la represión”. O dejarlos como gajes de la “seguridad democrática”.

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Distintas “narrativas” se han extendido en estos predios colombianos atravesados por todas las violencias y todas las ignominias. Y se ha propiciado, de modo intencional, según parece, la idea de que las víctimas son las culpables. Y los victimarios son buena gente. O “gente de bien”, por qué no. Hubo días en que, al aparecer cadáveres en las calles, en los montes, en algún descampado, se decía, como para quitarles culpa a los asesinos, “seguro debía algo”.

Son tácticas funestas del negacionismo. Que además van haciendo mella en la sociedad, hasta llegar a deshumanizarla, a convertirla en cómplice de la barbarie. Se esparcen versiones sobre “limpieza social”, para “justificar” ciertos crímenes, para suavizarlos. Por eso, y por otras situaciones, se llega a decir, como en el caso de La Escombrera, en Medellín, que los restos de los desaparecidos, de los muertos (en este caso, por la Operación Orión y sus derivadas), los arrojaron allí sus familiares.

Y el negacionismo oficial es todavía más indolente cuando, en actitudes oscilantes entre la burla y la insensibilidad, dice que los duelos, las madres, los padres, los familiares de las víctimas, están “locos”. Son muy imaginativos. Allá, en La Escombrera, no hay nada, como lo han expresado funcionarios, entre ellos el actual alcalde de Medellín.

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Pero resulta que sí hay restos, que sí hubo desaparecidos. Como a las Madres de Mayo, de Buenos Aires, a las madres de los desaparecidos en La Escombrera les dijeron que estaban locas, a las “cuchas” de la Comuna 13 también las señalaron de dementes, quizá contagiadas por el “realismo mágico”. Pero, como lo han dicho los murales, ellas tenían razón.

Es vieja la tendencia oficial a negar los crímenes de Estado. A esconderlos y “suavizarlos”. Y en esa labor despótica, abominable, tiene cómplices en determinados medios de comunicación. No otra cosa se podría pensar al escuchar el desbarre del tipo que recibió la semana pasada más hijueputazos que cualquier perverso árbitro de fútbol, el locutor de Blu Radio.

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Y al negacionismo se ha unido el recorte, entre otros derechos, de la libertad de expresión, como pasó en Medellín con su alcalde (que funge como crítico de arte) y las “cuchas” de la 13 y otros colectivos. Solo falta, para completar la represiva puesta en escena, con visos de opereta de dos centavos, que salga a decir que la única víctima de todo este estropicio ha sido él, como lo hacía, hace años, el tiránico Turbay Ayala.

Es larga la lucha, y dura y desigual, entre las patrañas estatales para ocultar la historia y los fuegos de la memoria para mantenerla viva y vigilante.

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