Publicidad

Niños de la guerra y una golondrina

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Reinaldo Spitaletta
22 de julio de 2014 - 03:00 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

En la Segunda Guerra Mundial, a los niños de Nápoles, ciudad cuya única defensa antiaérea era la sangre de san Genaro, como lo dice con ironía Curzio Malaparte, les llovía fuego del cielo.

Los bombarderos ingleses vomitaban su cargamento de muerte y destrucción. Y se dio el caso de que algunos padres de familia de aquella martirizada zona de Italia, contaban a sus hijos que, en realidad, lo que estaban arrojando los aviones eran juguetes.

Así los mantenían “tranquilos” en los refugios subterráneos. A dos de ellos, sus papás los llevaron como refugiados a Estocolmo, y una mañana de primavera, entró una golondrina al cuarto donde estaban los dos infantes que habían tenido la amarga experiencia de los bombardeos. Creyeron que se trataba de un avión inglés y no hubo poder humano que les hiciera entender la diferencia entre un pájaro y un avión de guerra.

Las historias de la infamia están, de necesidad, involucradas con la vida y muerte de niños. Es fama lo que les pasó a miles de muchachitos enviados por el fanatismo religioso (y político) medieval a una cruzada (la cruzada de los niños): cuando no los mató la peste, los asesinó el hambre o perecieron en naufragios y otras desgracias.

Ni qué decir, por ejemplo, de la suerte de los niños ingleses que fueron barridos por los bombardeos alemanes, mientras Winston Churchill estaba sereno en su búnker. O los niños alemanes que murieron bajo el diluvio de fuego de los bombarderos aliados, en particular británicos y estadounidenses. Y ya lo sabemos, en todas las guerras, la mayoría de víctimas ha sido civiles, y entre ellas, muchos niños.

¿Quién que es humano no se ha estremecido con la suerte de los niños judíos muertos en los campos de concentración nazi? ¿Quién no ha vibrado con la lectura del diario de Ana Frank? Los niños de Bojayá, los niños muertos en los campos colombianos en los días aciagos de la Violencia, los niños que el capitalismo salvaje ha matado a punta de hambre. Todos son una muestra de horror de sistemas políticos crueles y de aquello que un prusiano denominó como la continuación de la política por otros medios: la guerra.

Duelen los niños muertos en los campamentos libaneses de Sabra y Chatila, y los muchachos iraquíes asesinados por las bombas norteamericanas. Cómo no van a doler los chicos masacrados por tropas gringas en My Lai, en Vietnam. Cómo vamos a pasar indolentes frente a aquellas imágenes de niños quemados con el napalm de los soldados estadounidenses.

Y en este punto, no sé por qué, vuelvo a Palestina. Un comentarista advertía por estas calendas que la victoria sucede para el bando que queda en el campo de batalla. Y en aquella geografía caliente nadie se ha movido: ahí esta Israel, y ahí está Hamás. El bombardeo israelí a la Franja de Gaza no ha provocado la capitulación de Hamás (partido que en buena proporción es creación de Israel), ni los cohetes que estos tiran sobre Israel han podido contra la “Cúpula de hierro”.

La ofensiva de uno de los ejércitos más poderosos del mundo contra la Franja de Gaza, ha producido desolación y muerte entre los civiles. Hay ataques a hospitales, residencias, áreas agrícolas, a objetivos no militares, que han ocasionado la muerte de por lo menos 35 niños en las dos últimas semanas. Y parece que Israel quiere seguir con su táctica de terror contra la población civil palestina.

Sin duda, se requiere en aquella parte del mundo una solución política negociada, lo que implicaría detener la cohetería y los bombardeos, poner fin al bloqueo israelí sobre Palestina, permitir que la población de Gaza viva con dignidad y sosiego. ¿Acaso será posible que haya negociaciones serias de paz? No parece, aunque es por lo que debería propender la denominada comunidad internacional.

En general, a los políticos (pasó por ejemplo con Hitler, con Churchill) les importa un pepino la suerte de la población civil. En su narcisismo solo quieren gloria para sí. Qué importa si los niños muertos son solo un “daño colateral” de sus delirios de grandeza, que llevan implícitos bombas y misiles, pero no golondrinas.

Conoce más

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.