El terror tornó a conmocionar Francia, y antes Irak, y antes un bar de Orlando, y así por allá, como por acá, y acullá, como un fantasma que recorre el mundo, con noticias presentadas en tv, periódicos y radios, en internet, a nombre de la transnacional X o Y, de un banco, de una ensambladora. Y así por el estilo.
El terror, algo muy viejo en el orbe, pero que, para no ir muy lejos, podríamos instalarnos solo en el siglo XX, el de la Primera Guerra que dejó millones de jóvenes muertos; el de los turcos contra los armenios; el de los aviones alemanes contra Guernica; el de la guerra civil española; el de los campos de concentración… digo que el terror (sí, el de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki), el de los ejércitos aliados violando a millares de mujeres alemanas, se erigió como una manera de ser de la lucha por los mercados, del tira y afloje entre capitalismo y socialismo. Una forma de combate de los poderes y contrapoderes.
Estas continuidades del siglo XX y de lo que va de este, tienen sus causas. Son parte de una larga mentalidad, la de la destrucción del otro, la de la imposición de “puntos de vista”, la de la caída estrepitosa de la razón ilustrada. Y el catálogo es extenso.
Y en el intenso ejercicio de la “prolongación de la política por otros medios”, los que han causado estragos entre distintos pueblos, los victimarios, de pronto se tornan víctimas. La gringada que envió Bush a Irak (su antiguo aliado), en una invasión con pretextos de “democracia y libertad” y como objetivo el petróleo, que sigue dejando miles, mejor dicho, millones de víctimas, de pronto se ve “premiada” desde su interior, a punta de francotiradores, en un país que rinde culto a las armas. Y al negocio con ellas.
Y las cincuenta mil víctimas de Libia, arrasadas por Estados Unidos y Europa; y los siete millones de desplazados sirios; y para no dejar de recordar, por ejemplo, el napalm sobre la población civil vietnamita, y las masacres de civiles en My Lai, también en Vietnam de parte de las tropas norteamericanas. Digamos que el ejercicio del terror da la impresión de ser infinito. Y, como se sabe, Europa y Washington han sembrado semillas al respecto. Y cosechado desgracias a montón. Son los creadores del monstruo.
Horrible, desde luego, lo acaecido en Niza. En la fecha de conmemoración de la Revolución Francesa, la de la fraternidad, la igualdad y la libertad, la que influyó en otras revoluciones y gestas independentistas, se presenta un hecho doloroso. Un camión de veinte toneladas, conducido por un enajenado, embiste a la multitud. Es una visión apocalíptica la que queda tras el arrollamiento de niños, adultos, ancianos, familias completas que disfrutaban de las pirotecnias patrióticas.
Durante dos kilómetros, y a noventa kilómetros por hora, el enardecido conductor va llenando de muerte la rambla, la calle, zigzaguea, e incluso dispara. Aplasta, masacra, asesina. Es una máquina del terror. ¿Qué ideología, o qué religión, o que otro credo puede tener como fin la destrucción del otro? ¿A qué obedece una decisión como la de dejar en el asfalto muertos y heridos a granel? Hay una premeditación. Y una pérdida de lo que por estos hemisferios se ha denominado la razón.
Qué razón ni qué demonios. El mundo parece estar en manos de una imparable irracionalidad, aupada por las armas, las invasiones, las bombas, las enormes ganas de plusvalías a costa de vidas y dignidades. ¿Qué tanto de esta hecatombe planetaria corresponde al capitalismo? Ah, y por lo demás, no hay que olvidar quién o quiénes les dieron alas al denominado Estado Islámico.
Los franceses, por ejemplo, saben que en su geografía el terror continuará. No se conoce hasta cuándo. Por lo menos, es lo que interpreta el primer ministro Manuel Valls. “El terrorismo forma parte de nuestras vidas… y hay que ser conscientes de que otras vidas serán segadas”, según sus declaraciones de prensa. Y, en una meditación que tiene en cuenta la vieja racionalidad francesa, también ha dicho que, en medio del desespero y la desesperanza, no se puede poner en cuestión el Estado de Derecho ni caer en la fácil tentación de desconocerlo. O de introducir la macartización, que es lo que, en rigor, hace el candidato gringo Trump.
Son muchas las pestes contemporáneas. El terrorismo es una de ellas. ¿Dónde saltará de nuevo su nefasta liebre?