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Nosotros, los del rebaño

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Reinaldo Spitaletta
31 de marzo de 2009 - 04:00 a. m.
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La memoria es el estómago del alma. Eso dijo alguien en una novela. Pero ¿cuál alma? si nos la han uniformado. Y cuál estómago, si hasta perdimos la rumiadera por la escasez.

O tal vez rumiamos lo mismo, por lo que nuestra memoria es del ingiero-digiero, en un proceso repetido, en el que simplemente aceptamos al pastor que nos ha domesticado.

Ya ni siquiera somos un rebaño desconcertado. Nos acostumbramos a que todo vale, incluso la violación de la Constitución Política, a que nuestro único derecho es resignación ante la desgracia, de pronto hasta rezar en familia, porque tal actitud piadosa une en los tiempos malos. Eso aconseja, por ejemplo, el BID. Amamos nuestras cadenas, nos recordó alguna vez Dostoievski, ¿y qué?

Ahora nos dicen que en tiempos de crisis (¿hay crisis?) retornemos a lo que hacían las mamás de antes, tan bellas y apacibles, que sacaban bastimento de la nada, hacían rendir una libra de arroz para un pelotón, alargaban la panela, y sobre todo oraban para que las penas de todos fueran como una suerte de penitencia que nos acercara después al paraíso.

Nos dicen, por ejemplo, que hay que conjugar el verbo reelegir, porque se trata de tener muy cerca al papá, que nos da seguridad, que nos promete una mejor vida futura. Cuál memoria, carajo, si ya otro nos había dado una bienvenida al futuro, y el futuro está aquí, con despidos masivos, con ricos más ricos y pobres más pobres y más tontos, que digo que tenemos cuatro estómagos para rumiar la nada.

Nos dicen que aceptemos el mundo como está, y en particular el país, porque vendrán días de fiesta. Qué importa recortar las libertades, si tenemos seguridad. Qué importa que el Supremo se quede en su casa presidencial que más tarde podría ser dictatorial, si a todos nos conviene, pero ¿nos conviene a todos?
Lo mejor es callar, te dicen, porque no sabés el agua que te moja. Además, si estás de protesta te incluirán en listas negras, te llamarán terrorista, o aliado de la subversión, que tampoco es subversiva.

Nos dicen, a veces en tono de seminarista de ojos negros, a veces con la altanería de un capataz, que no nos preocupemos por el desempleo, cada vez mayor, ni por el aumento de pobres, que siempre los ha habido, ni porque cada vez sean más costosos los servicios públicos –que tenemos los mejores, dicen-, ni por las mentiras de arriba, que siempre han sido. Tened fe en el pastor, él os salvará, nos siguen diciendo.

Nos dicen que no nos preocupemos, que nosotros no seremos víctimas de ningún falso positivo, que hay que confiar en la ley y el orden, y más que todo en los que nos mandan, porque de ellos es el reino. No nos intranquilicemos que estamos en buenas manos. Esos que andan por ahí, formando tumultos y vocinglería, intentando perturbar las ovejas, no son otra cosa distinta a lobos. ¡Cuidado! Acordaos de Caperucita, o más bien de su abuela.

Nos dicen que aquellos que llegan a las ciudades, desnudos, que ni siquiera portan una hoja de higuerilla para tapar sus vergüenzas, es porque quieren buscar nuevas oportunidades. Son migrantes. Y si Roma lo dice es porque así es. Con su sacra palabra basta. Nos advierten que hay que preservar la democracia, porque ella otorga la libertad de ser pobre o de ser rico, y que uno y otro es porque lo quieren ser, o por bendiciones de la diosa fortuna o por sus maldiciones, que para demostrarlo abundan los ejemplos y las parábolas.

Nos dicen tantas cosas lindas para que sigamos siendo lo que somos, sin lugar a la perplejidad, ni a posibles razonamientos, que pensar indigesta, y acordémonos del desocupado filósofo que expresó algo así como “quien más piensa es quien más sufre”, y no estamos hechos para el sufrimiento porque estamos en el país de las maravillas. Sigamos rumiando, con los estómagos vacíos, que algún día el pastor nos traerá hierba, aunque prohíba la dosis personal.

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