“Oh, qué será, qué será”, Brasil, Brasil, el de Amado y Vinicius, el de Buarque y Villa-Lobos, tiene un mesías (y así es su segundo nombre, Messias), al que llaman el Trump tropical, un Le Pen de zona tórrida, y está a punto de ganar la Presidencia. El Brasil de Pelé y de Ayrton Senna está ad portas de tener a un fascista hirsuto como mandatario. ¿Y quién es él? Un facho de miedo, un misógino, sexista, xenófobo, negrero y homófobo. Mejor dicho, con todos los defectos (ah, para los ultraderechistas esas son excelsas cualidades) para ser un jefe de Estado.
Jair Bolsonaro podría engrosar la lista de tantos monigotes dictatoriales que en América Latina han sido. Podría ser un personaje para el realismo maravilloso, o para el realismo mágico, o para las historias de la infamia. En un momento gris para la humanidad, en que el neonazismo, el nuevo fascismo y otras lacras ascienden en Europa y Estados Unidos, Bolsonaro aparece como una suerte de “redentor” al que le encantan las dictaduras, la tortura y la discriminación racial.
Aprovechando las circunstancias históricas del desprestigio del Partido de los Trabajadores (PT), el de Lula, expresidente preso por corrupción, el sátrapa de pacotilla, que desde hace más de 20 años tiene un discurso vulgar de ultraderecha, ganó la primera vuelta presidencial y el próximo 28 de octubre podría obtener el triunfo electoral en su país. Este “deleznable y peligroso personaje”, como lo calificó en una carta abierta el sociólogo español Manuel Castells, es una vergüenza.
En el oscuro Brasil de las dictaduras y la Mano Negra, que es el que él reivindica, Bolsonaro es un adalid de la antidemocracia y la vulgaridad. Las mujeres brasileñas tendrán que salirle al paso a un tipo que es capaz de decirle a una diputada “que no merece ser violada” por él, porque es “muy fea”. Y aparte de sus expresiones sexistas, como las referidas a que las mujeres deben ganar menos salario que los hombres, su programa de gobierno es nebuloso y mediocre.
“Bolsonaro no valora la democracia. Su discurso tiende al autoritarismo. Para él la democracia es responsable de la crisis de la seguridad pública, de la violencia y de la corrupción”, dijo Paulo Baía, profesor de sociología de la Universidad Federal de Río de Janeiro. El exmilitar, que en sus arengas ha dicho que quiere “armar a todos” los brasileños, se ha caracterizado por su intolerancia, por ejemplo frente a los homosexuales: “Sería incapaz de amar a un hijo homosexual. No voy a responder como un hipócrita, ante eso, prefiero que un hijo mío muera en un accidente”.
Bolsonaro, que como en una canción de Chico Buarque “no tiene decencia y nunca tendrá”, es del talante de expresar que la gran falla de la dictadura militar brasileña fue la de “torturar y no matar”. Es un sujeto que en rigor odia al pueblo, pero lo utiliza para sus fines antidemocráticos. Ha dicho que una de sus primeras medidas será la de cerrar el Congreso. Los falangistas de otros días le harían un monumento.
En tiempos en que las luchas antirraciales y antidiscriminación han ganado espacios en todo el mundo, Bolsonaro es un abierto segregador. Cuando en una audiencia pública en la que se discutía la demarcación de una reserva el indígena Jacinto Barbosa le arrojó un vaso de agua al hoy candidato, este respondió: “Él debería ir afuera y comer pasto, así puede mantener sus orígenes”. Y en otro escenario, señaló que sus hijos no se casarían con negros “porque están muy bien educados”.
Brasil está en una encrucijada. Su economía y otros rubros están en la mira de los Estados Unidos, a los que, como se sabe, no les interesa la democracia sino el petróleo. Bolsonaro ha dicho que reformará, de modo ilegal (a través de un “consejo de notables”), la Constitución de su país. Aspira a darle a la policía carta blanca para matar y al ejército un rol de preponderancia política. En todo caso, la democracia le produce sarpullidos y otras picazones. Y así lo ha demostrado el egocéntrico candidato de la extrema derecha.
¿Qué le espera a Brasil, un país de más de 200 millones de habitantes? ¿Cuál será su destino si llega a la Presidencia un individuo tan aterrador como Bolsonaro? Por ahora, recordemos una estrofa de los Estatutos del hombre, de Thiago de Mello: “Queda decretado que ahora vale la verdad, / que ahora vale la vida, / y que, tomándonos las manos, / todos trabajaremos por la vida verdadera”.