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Los ve uno desde lejos, en fotografías tristes y atravesadas por horrores sin cuento que desde estas coordenadas no se alcanzan a dimensionar en todo lo que poseen de ignominia, como parte de un genocidio. Son caras de niños palestinos, cuerpos de niños palestinos, restos de niños palestinos bombardeados. Sí, claro, también de niñas. Por parejo. Niños, niñas, viejos, jóvenes, hay que pulverizarlos, exterminarlos, desaparecerlos. Es un genocidio que se está cometiendo desde 1948.
Y que en estas jornadas de destrucción por parte del Estado criminal de Israel y su primer ministro Benjamín Netanyahu contra los palestinos, se ha hecho más evidente el arrasamiento, mediante bombardeos, estados de sitio a la vieja usanza para no dejar entrar alimentos, un cerco de hambre, o, como aconteció hace ya varios años, un bloqueo infame para que, si no son por las balas y las bombas, los palestinos perezcan por inanición y otras desolaciones.
Ahora mismo, en estas fotografías que me llegan por una red estoy viendo a un bebé sacado de los escombros de lo que fue una casa, y a unos médicos o paramédicos, de los que han sobrevivido a la lluvia apocalíptica de la muerte que cae de aviones israelíes, que lo atienden en el Hospital de los Mártires de Al Agsa, en la Franja de Gaza. No sé si sobrevivirá, y de hacerlo, quién velará por él, dónde irá, todo es tierra arrasada. No hay alimentos ni medicinas ni agua potable…
Videos, fotografías, reportes, y todo es una gran calamidad para el pueblo palestino, pero, en particular, para los niños, muchos de los cuales han desaparecido bajo la ceniza, por la destrucción que llega del cielo y de la tierra. Se sabe, desde siempre, o por lo menos desde que se fundó, que la ONU, aparato de bolsillo del imperialismo estadounidense, patrocinador de Israel, no sirve para nada. Y sus inocuas resoluciones Israel las convierte, como se ha dicho, en papel higiénico y procede en consecuencia.
Desde hace años, Israel es una fuerza de ocupación en Gaza, controladora de las fronteras, del mar, del aire, de la tierra… Dice, a su amaño, y respaldada por las armas, qué entra y qué sale de esos territorios. Como se ha denunciado tantas veces, ha llegado hasta determinar cuántas calorías requieren los niños de Gaza para mantenerse vivos, pero sin crecer con energía, sin fuerzas. Algo en esas medidas inhumanas recuerda a los nazis.
“Ningún padre debería tener que cavar entre escombros o fosas comunes para intentar encontrar el cuerpo de su hijo. Ningún niño debería estar solo, desprotegido en una zona de guerra. Ningún niño debe ser detenido ni tomado como rehén”, dijo hace poco el director regional de la organización Save The Children para Oriente Medio, Jeremy Stoner. La realidad controvierte cualquier retórica, y los niños palestinos mueren a granel todos los días a causa de las maniobras genocidas del Estado de Israel.
Es muy claro: Netanyahu tiene licencia para perpetrar, como lo está haciendo desde hace rato, un genocidio, sin importar si hay resoluciones inanes de tribunales internacionales, si hay manifestaciones en todo el mundo contra sus políticas asesinas, si la ONU dice esto o aquello. Además, se siente respaldado por el decadente Joe Biden, cómplice de los crímenes de lesa humanidad cometidos por Israel, y quien ha dicho, sin dársele nada, que lo que está sucediendo en Gaza no es un genocidio. Para el destartalado presidente gringo seguro es solo una piñata.
En todo caso, la impresión general que hay es que no hay poder alguno que detenga la maquinaria de muerte manejada por Netanyahu y su combo. Estados Unidos, los países de la OTAN, mejor dicho, la Unión Europea, patrocinan a Israel en su genocidio, lo arman hasta los dientes. Además, las monarquías árabes, podridas en la corruptela, la surten de petróleo. Y entonces ¿quién podrá salvar a los palestinos?
Y mientras se pronuncian discursos vacuos en la ONU, y en tribunales que son más habladuría que efectividad, el ejército israelí masacra a su antojo a los palestinos, los bombardea, los sitia, los humilla, los desaparece… Ahora mismo estoy viendo a otro niño, entre las ruinas, ensangrentado, despojado de cualquier posibilidad de tener un horizonte distinto al de hallarse en un matadero donde el llamado “nazi-sionismo” quiere borrar todo lo que sea palestino, como ese muchachito que, me parece, no va a sobrevivir.
La Franja de Gaza, qué desgraciada tierra esa, tiene la mayor cantidad de niños y niñas amputados del mundo. A algunos los tienen que desmembrar sin anestesia. Los que no son exterminados por las bombas y las balas, lo son por la hambruna sistemática. “Lo que ocurre en Palestina es un genocidio. Los sionistas llevan asesinando civiles sistemáticamente desde hace casi ocho décadas”, le escucho decir a Miko Peled, hijo de un general sionista. Y agrega: “Israel está borrando una nación, una cultura, una historia”.
Mientras miro desgarradoras fotos de niños muertos, suena una canción: “Palestina libre desde el río hasta el mar”.
