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Sombrero de mago

País de la sinvergüenzada

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Reinaldo Spitaletta
30 de noviembre de 2021 - 05:00 a. m.
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El “caradurismo”, o de otro modo, la desvergüenza, ha hecho carrera entre políticos colombianos desde tiempos viejos. No aceptan, de entrada (tampoco a la salida de la “casa por cárcel”), sus desafueros y desfalcos. Ha pasado con “gentes de bien” a quienes el cuello blanco se les ha curtido con sus faltas descaradas y que, según ellos, parecen aportes a la honestidad y las buenas maneras.

No sé si recordar, por ejemplo, las desviaciones de Agro Ingreso Seguro, con alias Uribito, tan inmaculado él. O las de otros tantos “altos funcionarios”, como los que había, por ejemplo, en el desaparecido DAS, con sus “chuzadas” y otros espionajes a opositores del gobierno, magistrados, profesores y defensores de derechos humanos. Se puede calificar todas aquellas maniobras como una empresa delictiva disfrazada de modales impolutos.

Sucede que en el país de las farsas y las imposturas se compran títulos, se falsifican diplomas, se le dice doctor al más ignaro funcionario de pacotilla y se trafica con el “conocimiento”. Es decir, no interesa saber, pero sí tener títulos, sin importar cómo se adquieren. La cartonería ha sido una especie de distingo para politiqueros y burócratas maniobreros que posan de saber, pero no saben nada. O sí: lo suficiente para las engañifas y otras actuaciones del descaro.

El arribismo se orna con títulos de universidades de garaje o, por qué no, de muy distinguidos claustros. Doctores por aquí y por allá, pero para hacer carrera política, no para aportar a los saberes, ni para ser éticos, ni contribuir a la construcción de un país mejor. Son mal ejemplo. No están por acreditar ciencias y artes, sino por mejorar su posición social, o poder ser presidentes de alguna corporación. Claro, los sueldos también van anclados a esas “decoraciones” en las que convierten las acreditaciones de algún posgrado.

El conocimiento y la educación van quedando en segundo plano. Lo que importa es tener un título para la pose y el escalonamiento en el Estado. Estos mentecatos con síntomas de “sobradez” no aportan ciencia ni cultura. Solo son figurines de la simulación. Y si hay que copiar, se copia. Y si hay que plagiar, se plagia. El todo es que se pueda aparentar; qué cuentos de si la acreditación sí corresponde a un saber auténtico, a una conquista sapiencial.

Decía que los caraduras son parte de la “normalidad”. Se han naturalizado. Ni siquiera cuando los pillan in fraganti se sonrojan. E insisten en que son muy preparados, que sus cartones son producto de un arduo estudio, de “quemarse las pestañas” (aquí se puede reír), de noches en vela leyendo, escribiendo, pensando, ¡ja! A estas alturas ya se puede señalar, como ejemplo negativo, a la representante Jennifer Arias (¿ya tiene alias?), sorprendida en su ejercicio plagiario, y sin rubor alguno.

La universidad en la que la doña de marras (que se resiste tras la evidencia a renunciar como presidenta de la Cámara de Representantes) hizo su maestría ha declarado que la tesis es un plagio. Es un robo. Plagiar es eso: hurtar, quitarle lo que otro ha reflexionado, confrontado, estudiado, y atribuírselo para sí, sin dársele nada. Ni siquiera es una imitación (el poeta Horacio decía que el imitador es parte de un rebaño de siervos); es un asalto, un despojo. Sin embargo, probada su conducta de falsificadora, ha dicho que se trata de una celada.

No sé si la atrevida señora haya dicho que su tesis no es plagio, sino un homenaje, como también se estila. O que le dé más adelante por citar a un célebre poeta inglés (también acusado de plagio) que advertía no sin cinismo que “los poetas inmaduros imitan, los poetas maduros roban” (si consulta la plagiaria sabrá que eso salió de la boca de T. S. Eliot). O tal vez ya se podrá igualar con Picasso cuando dijo que “Los grandes artistas copian, los genios roban”.

Puede ser que la copiona antes citada diga que todo se trató de un error de la secretaria, como se recuerda que dijo el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique cuando lo acusaron de haber plagiado 16 artículos de 15 autores distintos. Se defendió (o intentó creer que eso era una defensa) arguyendo de modo falaz que el plagio era una suerte de halago. Tuvo que pagar una multa de $57.258 dólares.

En mis tiempos de profesor universitario pillé el plagio en trabajos finales de algunos estudiantes. Es una falta, un delito, que merecería castigarse con la expulsión. Me parece que hay que hacer mucha pedagogía en las universidades acerca de lo deshonroso que es plagiar y de sus implicaciones.

Ya instalados en Colombia, en una acendrada “cultura” de la corrupción, en la que hay que desfalcar, asaltar, hurtar y repartir el erario entre los predilectos, no se hace raro el hedor de la podredumbre. Qué cosa curiosa: la fetidez de los corruptos parece perfume. Y la sinvergüenzada es tanta, que ya ni pena da.

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diego(83084)12 de enero de 2022 - 05:56 p. m.
Hombre Igor, tu uribismo es "delicioso". Y claro si se robaron una reelección presidencial y se asesinaron mas de seismil jóvenes y se perdieron 70 mil millones y el ñeñe eligió presidente y... no pasó nada, pues una pinche tesis de una pinche aprendiz de uribismo, no tiene mayor importancia,¿ cierto, Igor?
Carlos(58915)01 de diciembre de 2021 - 03:37 a. m.
Esa sujeta no tiene un ápice de verguenza por su arianada cometida, dirá me traicionaron y los voy a denunciar por medio de granados y abelardo.
hugo(70179)01 de diciembre de 2021 - 02:43 a. m.
El paraco y el cornudo se robaron el pais en 16 años de saqueo para enriquecer a los hijos...
Igor(19369)01 de diciembre de 2021 - 01:59 a. m.
Hombre Spitaletta, nos robaron un Plebiscito, montaron una burocracia millonaria con fraude dizque porque iba a llegar la paz y nada, no llegó, pero siguen defendiendo los acuerdos. Defienden ese mega fraude, que nos cuesta millones de dólares al día, las Farc siguen en armas, matando y traficando, y vos poniéndole problema a esta niña por el plagio de una tesis? Así o más cínico.
Alberto(3788)01 de diciembre de 2021 - 12:53 a. m.
Magnífica.
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